Matices
A las acusaciones de racismo les pasa ahora lo que a la canción de la falsa moneda: que de mano en mano va y ninguno se la queda. Basta pillar a cualquier político más o menos peculiar con una lata de piña surafricana en la mano para que le coloquemos el capirote del Ku-kIux-klan. Ahora le ha tocado pasar por la picota supuestamente racista a Jordi Pujol. Los leones catalanes del comercio exterior habían programado tiempo atrás una representación comercial en Johannesburgo, y eso está mal visto cuando viene de los tenderos de Barcelona. Mientras tanto, la CE habla de un incremento medio del 37% en el comercio exterior español respecto a este sumidero de la dignidad humana que es Suráfrica. Mientras tanto, y por todas partes, también se queman viviendas de gitanos, se margina laboralmente a los magrebíes y algunos policías actúan contra las pieles oscuras con un ensañamiento de siglos.Sucede, sin embargo, que Pujo¡ nos enseñó las ventajas del victimismo permanente y, de vez en cuando, a los colegas de pluma nos coge el síndrome de abstinencia y nos lanzamos a la carga para darle gusto y darnos gusto, que el negocio del victimismo es siempre una sociedad en comandita. Pero el asunto catalán es mucho más rico que una película de buenos y malos. El pujolismo tiene muchos más matices que el lato y esquemático discurso conservador. Y atribuir veleidades racistas a Pujol, sin mentar las cacerías de otros hombres públicos en Suráfrica o los intereses de empresas españolas en ese país o las aplicaciones de la ley de Extranjería, está a mitad de camino entre la injusticia histórica y el error táctico. Lo grave de Pujol son otras cosas: su permanente secuestro de la catalánidad, su contradicción permanente entre su visión de Estado y un patológico "conmigo o contra mí". Pero en ningún caso puede ser acusado de connivencias fascistonas. Porque ese señor bajito y huraño es un político conservador que probó sus convicciones en las cárceles franquistas. Y a mí eso, ya ven, me produce una cierta confianza democrática.
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