La felicidad y la neurobiología
Siempre he tenido enormes dificultades para definir o encontrar una, aproximación semántica a términos tan abstractos como este concreto que nos ocupa: ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es ser feliz? Ha habido, desde luego, muchos intentos y ensayos de encontrar y elaborar una respuesta a estas preguntas. Algunos de ellos han necesitado cientos de páginas. Véanse La felicidad humana, de .Julián Marías, o La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell. Precisamente, el profesor Rodríguez Delgado ha publicado recientemente un libro titulado La felicidad, pero con una nueva perspectiva. Ésta es la de su relación con el cerebro y con una disciplina científica, la neurobiología. Estas reflexiones que siguen nacen, en parte, del análisis de esa relación.Lo primero que emerge en estas reflexiones es que ninguna de las aproximaciones conceptuales dadas a la felicidad por estos u otros muchos autores puede alcanzar lo que, por otra parte, yo entiendo es imposible, es decir, el rigor científico. Por su propia naturaleza, la felicidad es un concepto que enmarca una realidad equívoca, elusiva, indefinible, con millones de acepciones válidas, tantas como individuos pensantes y sintientes tiene este planeta. ¿Qué es la felicidad para cada uno de nosotros? ¿0 para un bosquimano o un tibetano? La felicidad y su expresión terminológica existe, por tanto, como una realidad psicológica o filosófica, pero no como una realidad universalmente objetiva, unívoca, medible y finalmente comparable. Por ello, hoy por hoy, y desde la perspectiva de la metodología científica, permanece irreductible al objeto de las ciencias experimentales.
El cerebro humano es un órgano enormemente complejo, compuesto por más de 50 billones de células, las neuronas, que procesan información. En esencia, el esquema del ordenamiento funcional del cerebro, tal cual hoy lo entendemos, es como el de un ordenador, esto es, una entrada de información (sensorial) que es procesada, y un resultado, como fruto de ese procesamiento, que da lugar o bien a un archivamiento del mismo o a la ejecución de una orden motora, es decir, a la realización de una conducta determinada.
Esa labor de procesar la información recibida del mundo externo o interno la realizan las neuronas y las conexiones que entre ellas existen, es decir, los circuitos neuronales. Cada neurona tiene una completa individualidad con respecto a las otras. Sin embargo, cada neurona conecta, a través de sus ramificaciones, con otras neuronas en un número aproximado de 1.000 a 10.000, de las que, a su vez, puede recibir igualmente conexión y comunicación. Cada una de esas conexiones microscópicas es de por sí ya una complicada maquinaria en la que juegan el espacio, el tiempo, la física y la química. Ello ya da una idea de la casi infinita capacidad de variables, sobre todo en lo que a trasiego de información se refiere, que a nivel de ajuste fino puede manejar el cerebro.
Las neurociencias han dado en los últimos 10 años un avance extraordinario en el conocimiento neuronal y molecular del procesamiento de la información que venimos comentando.
Tanto la neurofisiología como la neurobiología han aportado un enorme caudal de conocimientos en cuanto a cómo la información sensorial es procesada en el cerebro o a cómo es elaborada la orden motora hasta alcanzar los músculos y efectuar o realizar la conducta. Esto, sin embargo, contrasta con nuestros conocimientos neurobiológicos actuales de cómo la realidad de ese mundo externo sensorial adquiere significado para el individuo, esto es, de cómo los objetos o seres vivos, objetos neutros como tales, se tornan coloreados afectivamente en buenos o malos, placenteros o desagradables y, mucho más allá, de cómo en el ser humano se adquiere conocimiento consciente de su existencia. Precisamente, la disciplina que se ocupa del estudio de estos procesos en animales, la neurobiología de la conducta, está muy lejos de descifrar todavía los mecanismos neuronales más elementales y, desde luego, no va más allá de la sugerencia puramente especulativa.
Quizá la connotación conceptual más próxima a la de felicidad sea la del placer. Me apresuro a señalar aquí que el placer es en parte tan elusivo a la metodología y análisis científico como lo es el propio concepto de felicidad. Sin embargo, un fenómeno importante, descubierto por Olds y Milner en 1954, permite hacer algunas consideraciones neurobiológicas. El fenómeno consiste en que un estímulo eléctrico de un área concreta del cerebro, hecho a través de un electrodo o cable eléctrico implantado en el mismo, puede motivar al animal a iniciar una conducta como, por ejemplo, apretar una palanca o cruzar una parrilla electrificada, sin más recompensa que la de obtener, otra vez, dicho estímulo eléctrico. El animal se autoestimula. El fenómeno ha sido interpretado, de modo poco cuidadoso, como que el animal siente placer durante el estímulo, y, por ello, repite constantemente la operación. Sin embargo, nuestro conocimiento actual es que tal fenómeno, en la rata y otros animales, puede ser inducido no sólo en áreas cerebrales relacionadas con los mecanismos de recompensa natural (agua, comida), sino también en áreas motoras neutras (novedoso del estímulo) e incluso dolorosas. De ahí lo confuso de una verdadera significación psicológica. En contraste con todo esto, tal fenómeno apenas si se obtiene en el cerebro humano. En el ser humano, único animal, como se sabe, capaz de expresar con palabras las sensaciones que experimenta, muy pocos puntos estimulados de su cerebro, de entre miles de ellos examinados, han revelado evocar sentimientos con tales características de lo que podríamos -llamar placer. Ello no sólo corrobora cuanto hemos apuntado para el cerebro animal, sino que, además, permite ya intuir, del modo más simple, la mayor complicación organizativa y funcional de su cerebro y lo rudimentario de la estimulación eléctrica para obtener ningún conocimiento de su funcionamiento.
A nivel de las bases neurobiológicas de esta autoestimulación cerebral, no es más claro el panorama. Sin duda, estos años de estudio han revelado no un área cerebral, sino múltiples áreas cerebrales conectadas a través de circuitos simples y complejos, así como qué sustancias químicas se correlacionan con el proceso. Pero el fenómeno físico y químico, neurobiológico en definitiva, del proceso sigue siendo tan desconocido como al principio de su descubrimiento en 1954. De estos estudios sí se desprende algo importante. Esto es, que es una completa falacia indicar qué tanto por ciento del cerebro es dedicado a procesar o elaborar este u otro tipo de conducta. El proceso se elabora en circuitos múltiples, redundantes y distribuidos anatómicamente en casi todo el cerebro. Hoy sabemos que dada la interconexión anatómico-funcional que existe entre circuitos distantes en el cerebro, puede darse la paradoja física de que cuando hayamos recorrido miles de kilómetros en línea recta, nos encontremos, sin embargo, en el mismo punto donde iniciamos la andadura. Tal paradoja no se resuelve con porcentajes.
El cerebro se vuelve cada vez más resistente al análisis riguroso de los procesos mentales, es decir, de los mecanismos, incluso más elementales, que organizan la conducta de los animales superiores.
En estricto rigor, el científico hoy parece tropezar con un círculo cuyo principio y fin se le escapan de las manos. Por otra parte, sin embargo, soy de los que tienen el convencimiento de que tal principio y fin existen en el cerebro, sea éste cerrado, como piensa Mountcastle, a la propia estructura y funcionamiento cerebral, "nada fuera de la termodinámica", o abierto, como piensa Eccles, a un elemento o fuerza extracerebral. En cualquiera de las dos acepciones, lo que sí parece claro es que salvo partes muy pequeñas y aisladas de ese círculo, el tema de la elaboración neuronal de los procesos mentales escapa hoy a una aproximación científica. Probablemente, las bases neurobiológicas de las funciones superiores del hombre se basan en el funcionamiento de esos circuitos complejos múltiples, ya mencionados, capaces de producir en cada uno de ellos no uno, sino múltiples programas alternantes o incluso sincrónicos. Por ello la felicidad, como la impresión estética, como la elaboración del pensamiento abstracto, posiblemente no tiene un correlato neuronal predecible y, por tanto, detectable, al menos, con las técnicas neurobiológicas actuales.
No dudo que algún día se descubra un nuevo principio simplificador que abra las puertas al entendimiento de este hoy todavía intrincado panorama. Hasta entonces, sin embargo, especular más allá de que la indefinida felicidad se elabora en los complejos circuitos del cerebro de los individuos es, hoy por hoy, querer especular sobre algo así como cuántos cántaros de agua contiene el Mediterráneo.
es doctor en Neurociencias por la universidad de Oxford y catedrático de la universidad Complutense.
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