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Final de capítulo

La retirada de Herbert von Karajan (Salzburgo, 1908) significa algo más que un episodio biográfico, pues supone el final de una época en la historia de la dirección y, por lo mismo, en la manera de pensar la música: la que arranca de Hans von Bulow y Arthur Nikisch para continuar en Furtwaengier y el mismo Karajan, discípulo en Viena de otro de los creadores de esa ideología musical característica dé la sensibilidad germana: Franz Schalk.En 1927 dirige Karajan en Salzburgo la ópera Fidelio, y pocos años después, desde su puesto de director general de música en Aix-la-Chapelle se impone como el más joven maestro de su tiempo. Durante la Il Guerra Mundial, el nombre de Karajan se airea por unos como un colaborador del nazismo, y por otros como persona que no acababa de resultarle grata al régimen imperante. En plena contienda y en el momento de auge de las armas alemanas, Karajan aparece por sorpresa en Madrid para dirigir la Orquesta Filarmónica cuando esta entidad estaba en período de reconstrucción, después de la guerra civil. Tras una semana de duro trabajo con nuestra orquesta, el joven maestro hizo de un conjunto todavía maltrecho un espectacular instrumento. Recuerdo la obertura de Oberón, con la que inició el concierto, capaz de poner en pie al menos informal.

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Muerto Furtwaengler en noviembre del 1954, Karajan se hace cargo de la Filarmónica. Desde entonces, hasta ayer, ha permanecido al frente de la legendaria orquesta, a la que aportó, sobre la herencia recibida, el sello de su propia personalidad.

Poco a poco -o mucho a mucho- Karajan se convierte en una gran potencia musical: su nombre invade la producción discográfica, prestigia los más grandes festivales, irrumpe en la ópera, desde Bayreuth a la Scala, inaugura la gran producción musical y operística para la televisión, crea los concursos de la Fundación Karajan para directores y orquestas y, en suma, devuelve a su agrupación berlinesa las mejores glorias de su historia. Karajan exige desde el podio el mayor rigor musical para la ópera, en la que, por muy grandes que fueran los divos de la escena, Karajan se alzaba como figura máxima, que en ocasiones disponía también la puesta en escena.

Es también último capítulo Herbert von Karajan en la historia del director estable que vive junto a su orquesta, desdeña la vida itinerante y, aparte de la suya, dirige muy pocas orquestas. La fuerza motriz, la tensión de las líneas internas, la concentración expresiva, la organización de las superficies sonoras en busca de los puntos culminantes, son lecciones inolvidables de Karajan, cuya huella en tantos directores de hoy es ya notable, y lo será mucho más con el paso del tiempo.

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