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La fabricación de la agonía

Estos hospitales mastodónticos -La Paz, el Piramidón- que surten como ninguna otra institución civil la crónica negra de los periódicos, no tienen como misión la cura, ni reflejan siquiera en su diseño el tránsito grave y privado de la sociedad enferma. Construídos en la época de la primera gran velocidad, de los boeing y de los viajes espaciales, el prét-a-porter, la comida-basura, no sólo en España, sino en gran parte del mundo, se han convertido en el dominio de la lentitud y de la agonía. En grandes fábricas de penalidad donde la muerte se ha instalado en el catálogo de los derechos del individuo. Morir pronto y morir bien es un beneficio y una suerte para el que ha sido destinado a cualquiera de estas exposiciones colectivas del dolor que muestran, para todo el que entra en ellas, la cara terminal de lo que no tiene remedio. De lo que allí no puede tenerlo.Gracias a estos hospitales faraónicos, la muerte ha sido despojada del terror y de su lazo con lo sagrado, para vincularse a la vida y a las ofertas de la vida de una forma que ha conseguido espantar los fantasmas dispuestos por la religión. La muerte se ha secularizado por la vía del deseo y del contraste con la agonía, con la lentitud administrativa del diagnóstico y la cura. El viaje por los pasillos desmantelados de las macro-clínicas, interminable, continuamente demorado, incierto y a veces fatal, ha estimulado un nuevo maniqueísmo del sujeto clínico: o se está sano o se está muerto, pero ya no se puede vivir con la enfermedad, ni hacer de ella una estrategia o un modo de existir, tal como sucediera en épocas todavía cercanas.

El arte y el pensamiento han estado vinculados durante mucho tiempo a las emociones despertadas por las patologías del cuerpo. También era un modo de conversación. Proust y Kafka edificaron su obra sobre la base de una enfermedad incurable, la tuberculosis del tiempo o la neurosis del sistema. Sus cuerpos desahuciados producían una literatura desahuciada, porque aún se sentían capaces de convivir con lo irremediable. Hoy, esa literatura es imposible: los hospitales se han encargado de que el trayecto entre la enfermedad y la muerte se haya llenado de pequeñas o grandes torturas, de peligro y de rechazo. La visión de la despedida de esta vida atraviesa siempre por esos edificios cuyo aspecto evoca de antemano algo anónimo y penoso, una lentitud que unida al dolor lo multiplica sin la piedad de un entorno soportable. Lugares determinados por códigos administrativos que no admiten el más leve fallo y que, si lo admiten, desencadenan la catástrofe colectiva. Es entonces cuando la muerte en singular desaparece ante el espectáculo de una previsible muerte de todos. La gente ya no va a morir ella, sino a morir entre todos los que van a morir. Una diferencia que no salva la imaginación.

Ahora, con lo de la huelga de limpieza, se ha comprobado además que con un poco de desidia esos edificios pueden convertirse en grandes almacenes de porquería. Dado que el espectáculo de la suciedad entrena al ojo para detectarla donde antes pasaba desapercibida, la huelga de marras -no sé qué derecho asiste a esos huelguistas que gracias a una ordenanza pueden provocar la peste- ha puesto al descubierto toda la roña acumulada en semejantes centros de salud. Gracias a la basura esparcida por el suelo, a la mugre de los rincones, al paisaje general de lo pringoso, se ha podido ver la decrepitud de todo lo demás: los sillones descuartizados, los cristales con una capa de opacidad indeterminada, los azulejos con un espesor de algo diferente, el aire trasportando una materia menos ligera que en otras partes del mundo, etc. Enseguida uno decidía que la verdadera suciedad de esos lugares, no era la de una dejadez casual, sino que la producía el lugar mismo, igual que una mezcla de sulfato y carbono en la tierra adecuada produce plantas. Los grandes hospitales no se ensucian: son la mierda misma.

Si a los trabajadores de un hospital les asiste el derecho de huelga, a los enfermos que sufren ese entorno debería asistirles el derecho de incendio. 0 como mínimo, el reembolso de su cuota de la Seguridad Social.

Todo el mundo tiene derecho a una vida y a una muerte dignas, pero entre una y otra nadie ha establecido todavía el peaje de una agonía miserable. No se entiende por qué hay que pagar ese precio después de haber estado pagando toda la vida por nada. 0 los queman o nos devuelven el dinero. Señor ministro.

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