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Monstruos

Ese plácido grupo de enfermeras, sin duda forofas y, por supuesto, votantes de Kurt Waldheim, me atrevo a aventurar que dotadas de un delicado espíritu para distinguir la buena música, debía de reunirse seguramente a cenar salchichas y repollo después de cada una de sus gestas vienesas. Serviciales, trabajadoras y amables, tal como las definen sus compañeros, las hacedoras de ángeles repasaban el trabajo del día y lanzaban un eructo satisfecho. Quizá conversaban nostálgicamente acerca de los tiempos en que lo suyo no sólo no hubiera tenido que permanecer oculto, sino que les habría proporcionado grandes honores.Esas damas normales salían de casa por la mañana con la cofia puesta y el almidonado delantal apretujando sus pechos maternales. Entre la admiración del vecindario. Buenas ciudadanas, sin duda, jamás arrojaron un papel en el suelo, pisaron un parterre o dejaron de denunciar a quien lo hiciera. Seguramente estaban en contra del aborto, arrugaban el morro ante los muchachos de pelo largo y volvían la cabeza con disgusto cuando veían a una pareja besándose en la calle. No resulta dificil imaginarlas en sus respectivos hogares, disfrutando de su día libre, los pies en zapatillas, reventadas de tanto trajinar arriba y abajo por el hospital, sentadas ante el televisor, tragando telefilmes y bebiendo cerveza. ¿Creyéndose tan grandes como los Mabusse, los Caligari, como M, el chico de Düsseldorf? ¿O sabiéndose herederas de las guardianas de AuschwItz? Satisfechas, desde luego.

Mezcladas en los transportes públicos, apacibles portadoras de un secreto letal que las hizo, quizá, aún más dulces de carácter que el resto de los humanos, que a menudo nos dejamos arrebatar por la ira. ¿Tenían maridos, amantes, hijos, nietos? Debieron ser para ellos dechados de bondad, pues nadie puede mostrarse más benevolente que aquel que mata con la impunidad de un dios.

Lo que es seguro es que tuvieron padres, y abuelos. Habría que empezar a averiguar qué hicieron con ellos.

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