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Estallido en el Cáucaso

La violencia desatada en las calles de Tiflis durante el fin de semana habrá recordado a los gobernantes soviéticos que las tensiones étnicas que han estado reprimidas durante varios meses siguen todavía muy vivas. También ha servido para recordar al mundo que el ejercicio del poder, en la URSS, a pesar del descubrimiento de la democracia y sus ventajas, puede ser aún indiscriminado y brutal.

Habrá que añadir nuevos crímenes a la larga lista de actos de represión en la Unión Soviética: la oposición a la lengua georgiana, las restricciones a la Iglesia ortodoxa de Georgia y la denigración de Stalin, que todavía es honrado como un héroe por muchos georgianos.

Los nacionalistas que pudieran verse tentados a recurrir a la violencia tendrán ahora un nuevo pretexto para hacerlo. Todas las manifestaciones de malestar étnico desde la llegada al poder de Gorbachov han proporcionado excusas para atacar su política de glasnost. La violencia surgida en Georgia no será una excepción.

Abjasia y Georgia han puesto a prueba a Moscú. El derramamiento de sangre —ya sea como resultado de la política central o del desgobierno local— ha sido el resultado. La esperanza debe ser, aunque parezca remota, que la conmoción provocada por las muertes, unida al desprestigio para la nueva imagen internacional de la Unión Soviética, fomenten una mayor tolerancia en el futuro.

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