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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Diguem no'

LOS CANTANTES catalanes, muchos de cuyos nombres están inevitablemente ligados al combate contra la dictadura y por la democracia en este país, se han plantado contra los medios audiovisuales de la Generalitat, TV-3 y Catalunya-Ràdio, al considerarse ignorados por éstos. Raimon, Serrat, Llach y todos los demás han anunciado que ni actuarán ni permitirán la reproducción de sus obras por la radiotelevisión de la Generalitat hasta que no cese esa marginación.Estos artistas aseguran que el Gobierno autonómico que preside Jordi Pujol nada hace por salvaguardar y garantizar la continuidad del patrimonio cultural de la que fue denominada como nova cançó, y en cambio dedica sus mayores esfuerzos a la promoción de la cultura anglosajona, incluso en versión doblada al catalán. Esta ironía de la historia ha llevado a un diputado socialista a buscar una fórmula de rompe y rasga: "La televisión y la radio catalanas van a conseguir lo que no obtuvo Franco: el silencio de los cantantes catalanes".

Con motivo de su reciente entrevista con Felipe González, el presidente de la Generalitat afirmó una y otra vez, con toda la razón, que el sentido más profundo de la autonomía catalana es la preservación y fomento de la lengua y la cultura propias. Era la artillería dialéctica que acompañaba un intento concreto de conseguir unas partidas presupuestarias adicionales para la llamada normalización lingüística. Se diría que es un problema que sólo emerge cuando puede ser motivo de reivindicación autonómica frente a la Administración central y que es enarbolado frecuentemente de manera partidista.

El enfrentamiento no se limita únicamente a los legendarios -y en algunos casos necesitados de renovación- autores de la nova cançó, que muchas veces deben refugiarse en las emisoras de Radiotelevisión Española, frecuentemente denostadas desde el nacionalismo por su condición de españolas. Los editores de libros en lengua catalana se quejan de no recibir las subvenciones que les corresponden en virtud de la legislación vigente. Algunas de las ayudas arbitradas para los periódicos íntegramente redactados en catalán dejaron de dispensarse en el mismo momento en que aparecieron diarios discrepantes junto al portavoz del nacionalismo pujolista. Quejas análogas pueden escucharse de boca de los cineastas, de los escritores o de los profesionales del teatro. Baste recordar el caso del Teatre Lliure.

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Independientemente de los diversos grados de razón que puedan avalar los argumentos de cada uno de esos colectivos, todos ellos se muestran coincidentes en el descontento. Es tanta la unanimidad, que no puede explicarse por la mera suma de reivindicaciones parciales. Todo apunta a que el sistema de prioridades de la Administración autónoma catalana no se está adecuando a los lógicos principios que a veces se enarbolan en las grandes discusiones. No se ajusta, desde luego, al sentido profundo de una autonomía histórica con valores diferenciales en lo lingüístico y en lo cultural que a todos interesa conservar y fomentar, como indica el sentido común y disponen la Constitución y el estatuto de autonomía.

Esta curiosa polémica, en la que los partidarios de Pujol aparecen como los verdugos de quienes cantaron y lucharon por las libertades de Cataluña, desvela también otra contradicción en la que se debaten los nacionalistas conservadores. Éstos defienden que la preservación de la lengua y de la cultura exige la intervención proteccionista de los poderes públicos. Pero a la hora de instrumentar sus canales audiovisuales públicos y decidir sobre su programación se apuntan sin recato a unos supuestos dictados del mercado del gusto, enarbolando en ocasiones un falso cosmopolitismo de best seller prefabricado. Lo que no obsta para que su principal dirigente prodigue declaraciones contra las televisiones privadas por sus supuestos efectos descatalanizadores, cuando el actual episodio revela claramente que el principal peligro institucional al que se enfrenta la cançó es la radiotelevisión convergente. En suma, el nacionalismo conservador catalán se apunta a la cauta consigna de la cazurrería campesina: todo depende.

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