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FERIA DE SEVILLA

Música para un toro de casta

Palha / Cortés, Ruiz Miguel, GallosoToros de Palha, bien presentados (6º, sospechoso de pitones), encastados. Manolo Cortés: dos pinchazos, rueda de peones y seis descabellos (silencio); media atravesada descaradamente baja (silencio). Ruiz Miguel: estocada (ovación y salida al tercio); pinchazo y bajonazo (saludos por su cuenta y palmas). José Luis Galloso. dos pinchazos bajos y bajonazo descarado (silencio); pinchazo bajo y media atravesada descaradamente baja (silencio). Plaza de la Maestranza, 6 de abril. Primera corrida de feria.

Al segundo toro le tocaron la música por su bravura en varas. Fue una bravura luego poquitín desmentida con su comportamiento en lo que quedaba de lidia, pues se dolió al sentir los arpones de las banderillas -entre otras pruebas que fija el tratado de los toros bravos y su circunstancia-, pero la afición en general y la banda del maestro Tejera en particular se dieron cuenta enseguida de que ese podía ser un importante toro de casta.

Podía serlo y lo era. En plena época de producción bovina descastada, cuya mayor virtud es llenar de babosas este valle de lágrimas, ese toro se crecía al castigo, y en el primer puyazo sacó al catafalco de picar hasta los medios, a puro riñón. A pesar del castigo durísimo, en la segunda vara se arrancó desde casi el centro del ruedo, velocísimo, rítmico el tranco, engallado, el rabo vivaz y alegre chicoteando nubes. Al encuentro con el catafalco de picar, humilló total, descubriendo el morrillo, donde le paró el picador Domingo Rodríguez encajándole un magnífico puyazo. Otra. vara más hubo, a toro recrecido, codicioso bajo el peto. La banda del maestro Tejera rompió entonces a tocar el pasodoble solemne y el público se puso en pie dedicando al toro bravo una ovación de gala.

En banderillas -señalábamos- se dolió el toro, y por ese detalle feo, unido a ciertos calamocheos que en el tercio anterior habían apreciado la afición en general y la banda del maestro Tejera en particular, pudo deducirse que no era bravo a carta cabal, ni merecedor de vuelta al ruedo, como a su muerte pidió el resto del público, de nuevo puesto en pie, con verdadero clamor. Sí era, en cambio, toro encastado y noble, merecedor de muletas mágicas que le hicieran un toreo exquisito. No hubo de eso, sin embargo, para desgracia de la fiesta. Ruiz Miguel no se sintió tocado por las musas.

Manolo Cortés había comparecido antes en la arena, con otro toro noble, y lo hizo dubitativo e indeciso, reacio a dejar quietas las zapatillas y escasamente predispuesto a templar. En su otro toro, un manso al estilo bravucón -de los que se arrancan fuertes y al sentir el castigo huyen a toriles-, sin malicia para los lidiadores de a pie, tampoco tuvo quietud ni temple. Los banderilleros de la cuadrilla, al ver aquella muleta flameando desordenada a golpes de pitón, le gritaban desde la boca del burladero: "¡Que no te la coa, Manué!". Pero se la coía. Manué tenía ayer una tarde muy desabrida.

Más de toros que de toreros resultó la tarde. Los legendarios Palha no tenían la estampa del "¡Horror, terror y pavor!", con que los anunciaban antes de la guerra; por el contrario, la mayor parte sacaron el tipo cortejano que se acomoda al toreo moderno, enriquecido con la casta y en muchos casos también con la boyantía. Por añadidura, los tres primeros admitían faenas artísticas, que no acertaron a instrumentar los diestros. Ruiz Miguel, salvo en una tanda de naturales, toreó al encastado ejemplar de la música con la misma sequedad que a los victorinos cuando son de abrigo, y finalmente intentó espaldinas y circulares, que no admitió el público de la Mestranza. Galloso, despatarrado al revés -es decir, con la suerte descargada- y medio tumbado, intentaba derechazos y naturales sin aguantar la embestida manejable del tercero.

No tan claros los últimos toros, más bien por cortos de recorrido que por bronquedad congénita, Ruiz Miguel se peleó con el quinto, Galloso no quiso discutir con el sexto, y acabó la función con una bajonazo, que no resultó escandaloso pues el público ya se había acostumbrado a los bajonazos. Los prodigó Galloso, mientras sus compañeros de terna tampoco fueron mancos.

El toro de casta trajo luminarias de júbilo en la tarde desapacible con que se hubo de inaugurar la famosa feria de Sevilla. Desapacible tarde no sólo por el viento y el frío; que peor viento y peor frío pusieron las poco académicas trazas de los matadores. Se sacan aparte los naturales dichos, los toreros ayudados de castigo con que Manolo Cortés fijó al cuarto, naturalmente la casta de los toros, y queda poco que contar.

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