El 20 de mayo que nunca llega
Los procesados por el síndrome tóxico esperan la sentencia entre la esperanza y la crispación
Los ocho años -cuatro de cárcel y otros cuatro de libertad condicional, con los 15 meses del juicio en medio- no han pasado en vano para los implicados ni para sus familias. Ha sido un cataclismo moral, familiar, económico, psicológico, que se refleja en ellos de diferente forma según su carácter y sus circunstancias.Ramón y Elías Ferrero, Cándido Hernández Galán, Juan Ramón y Fernando Bengoechea, Jorge Pich, Ramón Alabart y Enric Salomó son los ocho principales implicados, del total de 38, para los que el fiscal pide penas superiores a los 10.000 años de cárcel. En general, están nerviosos o insomnes, se vuelcan en el trabajo y tratan de no pensar en el síndrome tóxico; hostiles hacia la Prensa, alternan su esperanza en el tribunal con la calificación del juicio como un "montaje".
"Yo paso de todo esto, ni me acuerdo en todo el día; todo es una pantomima y una falsedad que se tiene que aclarar". Ramón Ferrero, de 35 años, suele ir a firmar a la comisaría de Alcorcón (Madrid) poco antes de la medianoche, cuando vuelve de su trabajo de encargado de un negocio de ultramarinos en Madrid.
Vulnerable
Ferrero, que ha tenido su segundo hijo en febrero -el primero tiene tres años-, aparece al principio relajado y sonriente, incluso indiferente. En otra entrevista, a la que acude con montones de documentos en apoyo de sus teorías sobre el origen del síndrome, se muestra más vulnerable y realista. "Procuro no pensar en ese asunto", afirma, "pero en todos los trabajos te tratan de utilizar, y si discutes por algo te miran de una forma especial". "Lo peor es que te destruyen moralmente, que estás discriminado; incluso rnis padres, en el pueblo, sienten esas reticencias". "Yo por dentro paso", dice, "y me río de la gente, pero me siento impotente".
Ferrero, que desde que salió de la cárcel, hace cinco años, ha trabajado como camarero, repre sent ante de droguería y merchandiser, sueña con cambiar de domicilio "cuando todo acabe". Quiere confiar en el futuro y dice: "Si ha habido fraude ya se ha cumplido la condena, y si ha habido contrabando, lo mismo".
Su hermano Elías, tres años mayor que él, y su cuñado Cándido Hernández Galán, de 42, firman en la misma comisaría, pero lo hacen juntos y a distinta hora que él. Ramón desmiente que estén enemistados, aunque su abog ado no es el de Elías y Cándido.
Por su parte, Jorge Pich dice, al salir de la comisaría barcelonesa donde suele presentarse a las siete de la mañana: "Hemos tenido la suerte de tener un excelente tribunal, y por eso tengo esperanzas". Bien vestido y con prisa, Pich, de 59 aflos, se dirige a su coche, donde su mujer le hace señas impacientes. Es un sábado, y su firma valdrá también para el domingo, "una concesión que depende del comisario de policía y que se hace porque no ha faltado ni un solo día", aclara el inspector jefe Adolfo Gutiérrez.
El procesado se encuentra bien y trabaja "esporádicamente, ayudando a algún familiar". Según el inspector Gutiérrez, un día le comentó que, al parecer, la condena iba a ser "la cuarta parte de lo que se esperaba".
Envejecidos
Los hermanos Juan Miguel y Fernando Bengoechea, de 48 y 51 años, también prefieren las primeras horas del día para hacer su obligada presentación. Reacios a hablar hasta el punto de colgar bruscamente el teléfono, sólo dicen "buenos días" y "adiós" en la comisaría donostiarra donde se presentan desde hace cuatro años. Según fuentes cercanas a la policía, "no se les ve alegres, sino muy serios, muy secos, y han envejecido bastante", informa Aurora Intxausti desde San Sebastián.
Ramon Alabart, residente en Reus (Tarragona), y Enric Salomó, en la población cercana de Riudoms, siguen trabajando como agentes comerciales de aceites y están muy en contacto. No se sienten mal vistos en su zona, donde han vivido siempre. Para Alabart, de 45 años, "la sentencia tiene que ser o absolutoria o muy alta. Es un tribunal serio e independiente". Se queja de los "400 millones de patrimonio familiar que se ha quedado el banco, 40 años de trabajo".
Salomó, que aparentabastante más que los 53 años que tiene, vive con sus hijos y su suegra en una masía. Se considera "más desgraciado que los otros", por el asesinato de su mujer, María Teresa Mestre, mientras él estaba en la cárcel, y el incendio de su fábrica, en marzo de 1981. "Si me absuelven", dice, "quisiera hacer lo que he hecho siempre, si los bancos me dan crédito".
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