El Madrid romántico
Suspirillos germánicos llamaban irónicamente los críticos literarios a las obras de los románticos españoles, es decir, a los que pensaban sus emociones y sentimentalizaban sus pensamientos en poesías, dramas y novelas. Sí, es verdad, la esencia del romanticismo alemán ha consistido en llegar, por la reflexión, a una conciencia lúcida y sutil de los estados íntimos, al saber absoluto sobre sí mismo. Por el contrario, los clásicos mediterráneos afirmaban que con los nebulosos sentimientos nórdicos no se hace poesía ni arte.Madrid tiene su Museo Romántico en la calle de San Mateo, donde encontramos una ambientación histórica abigarrada y confusa, muy típicamente romántica. Sin embargo, nos sobresaltan de gozo un pequeño cuadro de Vicente Palmaroli: Bécquer en su lecho de muerte; un retrato de José Zorrilla de Antonio Esquivel, las pistolas famosas de Larra, un mechón de cabello de mujer y el retrato de Fígaro por Gutiérrez de la Vega.
Pero recorramos las calles evocadoras de los grandes románticos españoles. Así, visitamos la calle de Núez de Arce, que va de la calle de la Cruz a la plaza del Príncipe Alfonso, y recordemos la figura del poeta vallisoletano que a los 30 años, en una poesía, veía blancos sus cabellos, el alma apagada y fría. ¿Realmente sentía lo que decía? El mal del siglo o el dolor cósmico obligaba a los poetas románticos a fingir sufrimientos que no padecían. Sin duda gozaban de compadecerse a sí mismos. Llamósele el cantor de la duda, y así describió su poema La visión de san Martín, y sus mejores obras son El idilio y La última lamentación de lord Byron. Luego nos acercamos a la calle de Larra, que va desde la de Apodaca a la de Sagasta. El Pobrecito Hablador fue un pensador agudo y un crítico implacable de la sociedad de su tiempo. En un ensayo de José Bergamín, titulado Larra ante el espejo explica nuestro demoniaco pensador madrileño por qué el Fígaro se suicidó ante un espejo; sencillamente para verse tal como era de verdad, ya que como tenía el vicio romántico de sentirse siempre a sí mismo no había tenido tiempo de reflejarse objetivamente. Quizá Larra expresa como ninguno de los románticos la esencia patética e irreflexiva del romanticismo español. Y llegamos a la calle de Espronceda, que va de la calle de Ponzano a la de Zurbano, y que evoca al poeta del dolor profundo y sincero del canto a Teresa, la más arrebatada y conmovedora de las poesías románticas.
Víctor Hugo
Más tarde Regamos a la calle de Víctor Hugo, el padre de todo el romanticismo latino, del que decía André Gide que ¡Hélas! era el más grande poeta de Francia. Expliquemos el nombre de esta calle que discurre desde la avenida del Conde de Peñalver a la calle de las Infantas. En 1902, al celebrarse el centenario de Víctor Hugo, se pidió que se diera el nombre del gran poeta francés a la calle de la Reina, donde estaba el palacio Masserano, en que vivió siendo niño el autor de Hernani, cuando, con su madre y hermanos, vino a Madrid, donde su padre, el general Abel Hugo, figuraba en la corte del rey José Bonaparte. Pese a su espléndida retórica nos dejó en su leyenda. de los siglos una definición eterna: la melancolía es el placer de la tristeza, en el que rezuma toda la, esencia de la sentimentalidad romántica, volcada en el análisis voluptuoso del yo como eje ideal del universo-mundo. Por fin llegamos a la calle de Hermanos Bécquer, que va desde la calle de Serrano a la de López de Hoyos. Valeriano era un exquisito y delicado pintor romántico, y Gustavo Adolfo, quizá el más grande poeta lírico español. Sí, la intensidad reflexiva de sus versos, su quintaesencia y, mejor dicho, concentrada emoción lírica, lo convierten en la expresión más alta del romanticismo español. Sin duda no alcanzó la profundidad metafísica de Novales y de Hölderlin, pero alcanzó un autoconocimiento hondo de su realidad íntima, pese a sus desmayos de tristeza irreflexiva. Por último nos queda la calle de Zorrilla. Píos recuerda al poeta más grandiosamente retórico y a veces vacuo y declamatorio del romanticismo español, pero que también escribió Drama del alma.
Para terminar, ¿qué podemos decir del romanticismo en general? Fue un esfuerzo de reflexión de la conciencia para llegar al descubrimiento del ser humano, pero en este proceso reflexivo se atomizó subjetividad en confidencia en ociosas o en patéticos cantos deciamatorios. Y ello se debe a que el romántico se ha roto por todas partes como un cristal y no está munca satisfecho, porque su vida es disonancia. El mal del romántico consiste en encerrarse en su subjetividad, desinteresándose de la realidad y de la vida. Es necesario, pues, vivir la objetividad de la existencia para que se enriquezca la subjetividad y se libere de sus dispersiones emotivas. Sólo uniendo la dialéctica objetiva a la subjetiva puede el romántico reconciliarse con el mundo. Salvemos el romanticismo románticamente, esforzándonos por crear el individuo unitario, la totalidad reflexiva del sentimiento frente a los históricos ay de mí de los poetas desesperados.
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