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A propósito de la razón económica

En un reciente artículo (EL PAÍS, 28 de febrero), José Ángel Valente se preguntaba cómo podía el Gobierno adoptar una actitud tan dogmática en política económica cuando están cada vez más en duda los fundamentos teóricos de la disciplina económica. Yo no veo muy bien qué tiene que ver una cosa con la otra. Como tampoco estoy seguro de que los fundamentos de la teoría económica sean menos sólidos que nunca.Sobre el dogmatismo del Gobierno poco tengo que decir. Mi impresión es que el autor carga un poco las tintas cuando afirma que el Gobierno se jacta de poseer la verdad en materia de política económica. Yo creo que se entendería mejor la actitud del Ministerio de Economía si se interpretara su política económica como lo que es, como una decisión política y no como una decisión científica. Por las razones que sean, pero sobre todo políticas y en ningún momento científicas, el Gobierno adopta una determinada posición ante la economía. Decide fomentar la economía de mercado, reducir el déficit, aumentar el gasto en infraestructura, lo que sea.

Una vez decidida la línea política a seguir, que ni el Gobierno, ni nadie, puede defender como la mejor desde el punto de vista científico, se trata de ver qué cabe en ella. Según el Gobierno, no caben en ella las últimas reivindicaciones sindicales. Es en esto en lo que, con mucha o poca razón, se muestra inflexible. Para el Gobierno, la incorporación de estas reivindicaciones pondría en peligro su política económica. Y no hay mucho más.

La teoría económica, los fundamentos epistemológicos, el método de la ciencia y demás monsergas sobran en el contexto del conflicto social de los últimos meses. De lo que se trata es de si en el potaje económico que se está cocinando nos gusta más que se pongan judías o garbanzos. Y en relación con ello, el que se me diga que la teoría química de las papilas gustativas anda a la deriva me sirve de bien poco. Yo no veo la conexión entre la economía como supuesta ciencia y el enfrentamiento entre Gobierno y sindicatos. El Gobierno defiende una política. y los sindicatos otra. Luego la vestirán con los mejores ropajes, pero Gobierno, sindicatos y confío en que también la ciudadanía, sabrán que esto no pasa de ser un ejercicio de relaciones públicas.

Con el giro social lo que se discute es si se quita dinero de la construcción de carreteras para pagar unas pensiones mejores, o si el Estado debe aumentar los sueldos de los funcionarios aun a costa de tener que pedir prestado. En esta discusión hay tanta ciencia como en la elección entre garbanzos y judías. Es una cuestión de gustos y será siempre una cuestión de gustos, estén bien o mal los fundamentos de la teoría química del gusto.

Esto invita a la pregunta, mucho más Interesante, de por qué la teoría económica tiene tan poco impacto en las decisiones de los gobiernos. Una razón es que la política económica de este o de cualquier Gobierno es ante todo política, es decir, ideología, visión. Y a la visión que tienen los gobernantes de lo que debe ser un país ayuda a darle forma el pensamiento económico, pero junto con mil cosas más. Otra razón es la poca credibilidad de la economía como disciplina. Y con esto entro en el último tema que quiero discutir.

Creo que las opiniones de Jose Ángel Valente respecto a los fundamentos de la teoría económica son confusas. Contienen afirmaciones banales, otras más agudas y muchas discutibles. Todo ello sazonado con gran acopio de citas, innecesarias en su mayor parte.

Es banal la afirmación de que no hay una teoría económica verdadera, y por sabido sobran las citas a este respecto. Como es banal, y confuso, decir que los fundamentos teóricos de la economía están hoy fuertemente cuestionados por una importante fracción de economistas. Banal porque los fundamentos teóricos de la disciplina económica han estado, están y seguramente estarán siempre fuertemente cuestionados. Confuso porque no es que lo estén hoy por oposición a ayer. Mi opinión es que ayer lo estaban mucho más que hoy.

Es cierto que en estos momentos la teoría económica está sumida en un mar de dudas y, ahora sí, me atrevería a decir hoy más que nunca, o más que en los últimos 50 años. Pero no porque sus fundamentos sean menos sólidos. Ni tampoco, como indica José Ángel Valente en otro apartado de su artículo, porque el instrumental matemático empleado haya restado relevancia al discurso teórico. Sino por todo lo contrario.

El rigor que el formalismo ha exigido a la teoría económica, y el enorme poder de análisis que el moderno instrumental matemático ha puesto en manos de los economistas, han permitido constatar que resultados que hasta ahora se tenían por demostrados no pueden defenderse más que en circunstancias extraordinarias.

Me parece erróneo, y muy peligroso, sostener que ha sido la aplicación de técnicas rigurosas lo que ha alejado la disciplina económica de la realidad. Lo que ha ocurrido es que, en los últimos años, la aplicación de técnicas matemáticas muy poderosas nos ha permitido constatar que la realidad es mucho más compleja de lo que nunca habíamos pensado. Con los nuevos instrumentos de análisis hemos comprobado que conclusiones que nos parecían sólidas exigían para su cumplimiento unas condiciones improbables.

En economía ha ocurrido un proceso parecido al observado en la física de lo pequeño. Hubo un tiempo en que el átomo parecía ser la partícula más elemental, el elemento estable, inmutable de la materia. Pero a medida que fue disponiéndose de energías mayores se pudo romper el átomo en sus componentes. Con unas energías de algunos electrovoltios fue posible separar los dos primeros componentes del átomo, los electrones y el núcleo. Esto ya hizo que se complicara algo nuestra idea del mundo material. Con energías superiores, de unos millones de electrovoltios, se consiguieron separar neutrones y protones dentro del núcleo, y con miles de millones de electrovoltios se consiguió llegar a los quarks. Con la aplicación de técnicas de análisis más poderosas se ha ido componiendo una imagen de la realidad material cada vez más compleja. El resultado ha sido la caída de teorías físicas simples que se daban por bien asentadas.

Salvando las distancias, me atrevería a decir que en economía ha pasado algo parecido. Los supuestos en que se basaba el teorema de la bondad del mercado competitivo, por poner un ejemplo importante, eran unos pocos en la literatura de los años cincuenta. Con la posesión de técnicas de análisis más potentes se han podido desmenuzar estos supuestos en sus componentes más elementales. Poco a poco se ha ido haciendo patente la dificultad de que se cumplan los supuestos en que se basa el teorema.

El continuo perfeccionamiento de los métodos de análisis económico parece condenarnos a dudar más de nuestras conclusiones. Pero no porque los fundamentos de la disciplina económica sean menos sólidos. Sino porque al serlo más permiten captar la realidad económica en toda su complejidad.

No se trata, sin embargo, de que toda posibilidad de síntesis entre la realidad económica y la realidad social deje de interesar o simplemente se desvanezca. Lo que ocurre es que es muy difícil hacer tal síntesis. Y mientras estamos en ello apremia resolver los problemas económicos de nuestras sociedades. En estas circunstancias no es extraño que se adopte, aun sin saberlo, el consejo de un famoso antikeynesiano de los años treinta. Dennis Robertson aconsejaba que se miraran las dificultades a la cara, y se siguiera adelante. "We should look at difficulties squarely in the face, and then pass on", decía el muy cínico.

Antoni Bosch es codirector del departamento de Economía del Instituto Universitario Ortega y Gasset y también editor.

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