El dios azul
Se cumplen 100 años del nacimiento del bailanin Vaslav Nijinsky
El centenario del nacimiento de Vaslav Nijinsky (1889-1950) ha despertado en todo el mundo un renovado interés por esa enigmática y gigantesca figura de la danza que se convirtió en leyenda viviente desde su primera aparición en la escena del teatro del Châtelet, de París, el 18 de mayo de 1909 para hundirse, apenas 10 años después, en la oscuridad de los sanatorios suizos, donde paso -en el silencio de su esquizofrenia y el olvido casi total del mundo exterior- los últimos 31 años de su vida.
Durante mucho tiempo su genio se asoció exclusivamente con sus portentosas facultades físicas, que revolucionaron la técnica de la danza masculina abriendo paso a la revalorización de la figura del bailarín que culminó, varias décadas más tarde, en la apoteosis del dominio espacial que para nosotros representan Nureyev y Baryshnikov. Durante años, Nijinsky vivió sólo en la imaginación del público que le pudo contemplar en sus grandes papeles: El dios azul, el esclavo favorito del Pabellón de Armida, el Espectro de la rosa, Petrushka...Pero con el paso de los años el fenómeno Nijinsky ha ido ganando complejidad y cada vez es más difícil considerar al desgraciado bailarín -físicamente insignificante en la vida real y, para desesperación de los brillantes intelectuales del Círculo de Diaghilev, taciturno como un adolescente- como el adorno más valioso del deslumbrante joyero que eran, para el París de la belle époque, los Ballets Rusos de Diaghilev.
Su baile, en primer lugar, trascendía con mucho la proeza técnica. "Cuando usted baila no es un hombre:, es una idea", le oyó decir Litton Strachey a lady Ottoline Morell, una de las asiduas del Círculo de Bloomsbury, según cuenta una reciente biografía del bailarín. Para Edwin Denby, el maestro de toda la moderna crítica de danza en Estados Unidos, la capacidad de proyección de Nijinsky radicaba en su enfoque totalmente clásico y antirromántico: la emoción no se comunicaba como propia sino como algo que existía independientemente de sí mismo, en el mundo objetivamente considerado. El secreto de su técnica, siempre según Denby, es el mismo de todos los buenos bailarines: la fuerza en la zona central del tronco, de donde parte el movimiento, que permite tanto los más inverosímiles desplazamientos con apariencia de naturalidad, como la organización del espacio a su alrededor dando expresión a las líneas.
Todo esto puede lograrse por un talento innato, por así decir, analfabeto, como pretendían sus contemporáneos ilustrados, que no conseguían arrancarle cuatro palabras seguidas en una conversación mundana. Pero la teoría del caballo ¿le carreras al servicio de su guardián y carcelero Diaghilev -contra el que se rebeló casándose con su admiradora polaca, Romola de Pulsky y cuya furia jupiterina cayó sobre él tras la traición precipitando sin duda el hundimiento en la locura- no resiste el análisis de lo que ahora se sabe de su vida (en buena parte gracias a la publicación de las memorias de su hermana, la bailarina y coreógrafa Bronislava Nijinska, en 1981) y sobre todo de su escasísima pero trascendental obra coreográfica.
Una corta vida
En sus 10 años de vida activa -Nijinsky, tras graduarse en la Escuela Imperial de San Petersburgo, entró a formar parte de la compañía del Teatro María en el otoño de 1907 y bailó por última vez el 30 de septiembre de 1917 en Montevideo- pudo estrenar sólo cuatro ballets (La siesta del fauno, La consagración de la primavera, Juegos y Till Eulenspiegel) y de ellos, sólo La siesta... ha seguido reponiéndose regularmente, de manera que puede haber alguna seguridad de que la coreografía se parece en algo a la idea original. Todos sus ballets fueron mal recibidos, tachados de ridículos, provocadores, incultos y de mal gusto. Diaghilev, que tanto le había animado a coreografiar, abandonó pronto la esperanza de que fuera un nuevo Zokine y llamó de vuelta al maestro, que se había declarado incompatible con el bailarín metido a coreógrafo. Sólo algún crítico, sus amigos artistas -sobre todo Rodin y Roerich- y su propia ayudanta, Maríe Rambert, le defendieron entonces.
Hoy Nijinsky ocupa un lugar de honor entre los pioneros de la ruptura moderna en el arte coreográfico, los que arrancaron el ballet de su sueño eterno de armonía del hombre y el cosmos que, heredado del Renacimiento, se fortificó en la técnica clásica, hija del racionalismo francés, y lo catapultaron al mundo inseguro y contradictorio que es el nuestro. Pero sería un error pensar que la raíz de sus conceptos coreográficos estaba en la locura original del bailarín, quien, en el último recital que dio ante. sus amigos en Viena, en 1919, gritó con los brazos en cruz: "Voy a bailar la guerra que no supisteis impedir y de la que sois responsables", y, al terminar, murmuró: "El caballito está cansado".
Su Diario es el de un atormentado que no ha podido con su vida, pero hay suficientes testimonios de su tenacidad y claridad de ideas en el trabajo que sitúan su obra en un plano bien distinto. Aunque, desgraciadamente, como la de tantos coreógrafos que vivieron y murieron en la prehistoria de la coreografía, nunca podrá reconstruirse ni entenderse totalmente.
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