Borrell
Pongamos que a nadie le gusta pagar. Hay un cierto dolor reumático, un sofoco de talonario agonizante cuando, una vez al año, firmamos el papel de nuestra limosna fiscal. Pagar sólo se soporta a cambio de un sonoro agradecimiento o de un suculento paquete con lazos y celofán. Todo lo demás es tristeza, un papel demasiado cargado de ceros que se deposita en ese hocico del Estado que son las ventanillas y que se pierde por sus tripas hasta llegar a la mesa del Gran Contable orwelliano. Ahí está Pepe Borrell, el malo de la película, un cruce híbrido de Bogart y de Norit el borreguito, que dice querer a este país con el cariño de los héroes. Borrell se acuesta cada día con la España de las cifras y, entre susurros, murmura: "Amarte es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo".A veces, el secretario de Estado de Hacienda no puede conciliar el sueño. Sucedió el lunes, cuando esa conciencia pícara de la España tramposilla que es Pedro Ruiz mostró ante las cámaras de TV-3 en el transcurso de una entrevista con Mercedes Milá el número de teléfono de Borrell como una incitación al desahogo del contribuyente. Fueron muchos los que pensaron en llamar a Borrell para mentarle la madre. Y alguien debió reflexionar también en los extraños mecanismos sociales que convierten en mártir nacional a ese otro señor cuyo gran mérito es haber conseguido debernos sólo siete millones al resto de los ciudadanos.
Ante tanta facundia de la insolidaridad, la ternura por ese polícía de la estafa social crece. Mientras el impuesto sobre la renta se nutra en un 85% de las rentas salariales y mientras el capital se siga poniendo, el vestido de camuflaje de primas únicas, maletas de doble fondo y otras prestidigitaciones financieras, difícilmente se podrá considerar a Borrell como un enemigo del pueblo. En todos los escotes hay algo más doloroso que pagar, y es ver la impunidad con que los demás no pagan. Y entre el perseguidor de oficio y los supuestos mártires del beneficio, mejor estar con Bogart que con algunos cómicos profetas. Duro, sí. Pero jugando a favor de todos.
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