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Los leones del Retiro no tienen rabo

Muchas zonas del famoso parque presentan un lamentable estado de deterioro

Faunos sin cabeza, frailes sin manos, osos sin mandíbula y leones sin rabo. Los gamberros se han cebado desde hace años con el conjunto monumental del parque del Retiro. Y las autoridades municipales tampoco se han esforzado excesivamente para acabar con la imagen esperpéntica que presentan ciertos rincones de la zona verde más querida por los madrileños. Litronas y jeringuillas, latas de sardinas y restos de banquetes campestres se acumulan también en algunos rincones del parque.

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Desde que el conde-duque de Olivares y el rey Felipe IV dieron forma al complejo del Retiro en la primera mitad del siglo XVII, guerras, políticas, dejadeces y caprichos han ido cambiando la fisonomía del más famoso parque madrileño, 120 hectáreas de naturaleza urbanizada, 15.000 árboles.Con el tiempo se han perdido elementos valiosos -empezando por el propio palacio del Buen Retiro- Eso ya no tiene remedio. Otras piezas han sobrevivido, pero no pueden mostrar todo su esplendor.

El estado del principal monumento, el dedicado a Alfonso XII, deja mucho que desear. Escasa vigilancia, gamberrismo, reacciones tardías para remendar los desperfectos, componen un panorama desolador en determinadas zonas.

Si excluimos la creación de nuevos parques, el Retiro se lleva casi una tercera parte del presupuesto del Ayuntamiento dedicado a actuaciones singulares en parques y jardines", afirma Jorge Tinas, concejal de Medio Ambiente. Tinas reconoce que a pesar de las inversiones, algunos puntos dan la sensación de descuido.

Del sector monumental se encarga el departamento municipal de Patrimonio Histórico Artístico. Su arquitecto jefe, Joaquín Roldán, señala que la barbarie e irresponsabilidad de algunos visitantes del parque no tienen descanso: "Hay zonas muy depredadas, como toda la que se extiende desde el Florida Park hasta la casa de fieras".

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Las sombras que apagan el pasado esplendor del Retiro saltan a la vista de cualquiera. Basta con algunos ejemplos.

En la cumbre de la montaña de los Gatos, entre los lirios que la adornan, hay muchas jeringuillas, muestras evidentes de sangre y litronas vacías que delatan movidas nocturnas. Al lado, los recovecos de las ruinas de una iglesia sirven para usar las hojas de algún periódico, no con la vista precisamente, y como almacén de latas de sardinas y botes vacíos de melocotón.

A la estatua de fray Pedro Ponce de León le falta una mano, las armaduras del pedestal de Martínez Campos han sido arrancadas y el monumento a los hermanos Alvarez Quintero está lleno de manchas. De las cuatro figuras que componían la Sala de las Estatuas, junto al Florida Park, sólo queda una y los pies de otra.

Dos gallinas y dos gallos

El antiguo foso de la casa de fieras presenta un aspecto esperpéntico, con dos gallinas y dos gallos dentro. A los osos de piedra de la casa de fieras les faltan las mandíbulas o las orejas. Una de las dos figurillas laterales que componen el conjunto dedicado a Campoamor ha desaparecido. Al fauno de una de las fuentes de la Rosaleda lo han privado de cabeza y manos.

En la plaza de Galdós, la hornacina que acogió una biblioteca popular presenta un estado destartalado y ruinoso. A la caseta para adquirir billetes para los simones le han quemado parte de la techumbre. El ajedrez gigante colocado en un páramo junto al monumento de Martínez Campos se ha reducido a solario, y el estanque frente al Palacio de Cristal tiene tantas bolsas de plástico como patos, cisnes y ocas. La mitad de las farolas tiene algún cristal roto. Igual suerte corren los bancos y papeleras.

Pero quizá las sombras más tenebrosas de los jardines se encuentren en la fuente egipcia, situada junto al estanque grande y que durante algún tiempo sirvió como estampa logotipo del Retiro. Su monumentalidad resulta ahora ridícula: la figura principal ha pasado a mejor vida y a las esfinges poco les falta para ser un amasijo deforme de piedra.

El monumento a Alfonso XII ofrece una imagen decadente, bien alejada de la apostura que buscaron los 32 escultores de primera fila que trabajaron en él durante 20 años a principios de siglo, sobre un proyecto de Grases Riera y con una estatua de Benlliure coronando el conjunto.

A pesar de que en los últimos siete años se han invertido en el conjunto 45 millones en tres operaciones generales de arreglo; cuatro de los ocho leones del monumento se han quedado sin cola, y la mitad de los niños que juguetean con ellos han perdido la cabeza o los brazos. Los jarrones de la balaustrada han ido cayendo poco a poco al agua. Es más, unos ocho metros de la propia balaustrada fueron a parar hace algunos meses al estanque. Los juegos de agua de las sirenas, situadas en la parte inferior, son continuamente obturados. Aunque el conjunto es considerado por muchos expertos como "ideal para ser iluminado", sigue a oscuras. Al atardecer y durante la noche, columnata, escalinata y estatuas sirven de convidados de piedra a las fiestas de la litrona.

El presupuesto que acaba de aprobarse para la restauración de esa balaustrada puede dar una idea aproximada de lo que cuestan tales embates contra el patrimonio: 10.300.000 pesetas. Hay previstas también otras obras para este año por un presupuesto más -o menos similar.

Para cuidar del parque, la plantilla está compuesta por 150 jardineros municipales (una sexta parte del total de la ciudad) y 19 guardas. Frente a los desaprensivos, el Cuerpo Nacional de Policía cuenta con tres parejas a pie, un coche patrulla y de dos a cuatro parejas a caballo. La Policía Municipal vigila con dos coches patrulla y dos parejas a caballo. Pero los vándalos siguen haciendo de las suyas.

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