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Elemental

Rosa Montero

Albricias y parabienes: nuestras fuerzas policiales son de una eficacia esplendorosa. O eso parece deducirse de la fulminante expulsión de nuestra tierra del marroquí Elyachui. Ello es que Elyachui poseía una visa de turista por tres meses. Y el hombre, que tenía antecedentes políticos en sus pagos, llevaba ya en Madrid tres meses y 20 días. Pues bien, nuestros sagaces detectives se las apañaron para descubrir su ilegalidad en tan sólo esos 20 días de propina, y Elyachui fue metido rápidamente en un avión y despachado al reino de Marruecos. En donde, dicho sea de paso, fue detenido por su pasado político a pie de escalerilla. Una pena, pero la ley es la ley, la influencia de Hassan es la influencia, y los designios de Alá, como trágicamente se está comprobando en estos días, son inflexibles.Mi regocijo ante la pericia policial sólo se empaña con levísimas consideraciones secundarias. Me extraña sobremanera, por ejemplo, que tan brillantes detectives hayan considerado ilocalizable, durante la friolera de tres años, al supuesto gal Mendaille, quien, mientras tanto, vivía cual pachá en la Costa Brava, con licencias fiscales a su nombre, tres negocios abiertos y una actividad pública notoria. Asimismo me asombra que una horda extranjera de hampones, maflosos, traficantes de droga de altos vuelos, tahúres de las finanzas, delincuentes de pedigrí internacional y demás muñidores del submundo canalla ande tan ricamente en nuestras costas, comprándose inmuebles, abriendo celebrados chiringuitos y dándose besos, en exquisitas fiestas, con la emperifollada jet-set patria, sin que nuestros Sherlock Holmes policiales atinen a descubrir, a lo que parece, si tienen en regla la visa y la conciencia.

Será, digo yo, que también entre los extranjeros existen clases y que es más enojoso localizar a un europeo con medio kilo de cadenas de oro enredadas en la pelambre pectoral y el costillar envuelto en la seda de sus camisas italianas que a un morito retinto, inerme y despojado, vestido en rígidos tergales. Elemental, en fin, querido Watson.

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