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Dirigentes de 163 paises despiden a Hiroito

Los restos mortales del emperador Showa, como se denomina a título póstumo al emperador Hirohito, que falleció el pasado 7 de enero, a los 87 años, reposan desde ayer en el mausoleo imperial, en Hachioji en el área metropolitana de Tokio, junto al que están enterrados sus padres, el emperador Taisbo y la emperatriz Teimei, después de una jornada de solemnes actos fúnebres, con asistencia de dignatarios de 163 países.

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La jornada de luto se caracterizó, además de por el funeral, por una lluvia casi glacial, un pequeño atentado sin consecuencias en el itinerario del cortejo fúnebre, protestas entre grupos antiemperador y un intento frustrado de seppuko o harakiri por parte de Hiroki Morie, un antiguo soldado de. 72 años, de la ciudad de Kitakyushu, que intentó abrirse el vientre con una espada de samurai frente al memorial de guerra de la ciudad, dejando una nota escrita en la que expresaba su deseo de reunirse con el tenno, el emperador, en una fecha memorable que marca un giro en la historia de Japón. Trasladado a un hospital, ingresó en estado muy grave.Todo funcionó como estaba previsto, como un preciso reloj japonés, en el desarrollo del funeral de Estado. Tan sólo faltó el calor popular, que no logró reunir a más de unas 260.000 personas, en contra del millón esperado, en las avenidas de Tokio para decir el último saraba (adiós) al polémico emperador Hirohito.

El cortejo salió a las 9.35 del palacio imperial y recorrió lentamente los seis kilómetros que distan hasta los jardines de Shinjuku Gyoen, el antiguo vergel y jardín de donde procedían los frutas y legumbres que comían los emperadores del trono del Crisantemo.

Doble ceremonia

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Veintiuna salvas de cañón saludaron la entrada del cortejo fúnebre al recinto, donde 51 portadores llevaban el palanquín con el féretro del emperador, seguido de su hijo, el actual emperador Akihito, y, 10 metros atrás, la emperatriz Michiko, seguida a su vez del resto de la familia imperial, entre una caravana de sacerdotes sintoístas, estandartes blancos y amarillos y música de gagaku, la música de la corte, al son de las flautas, un platillo y un tambor. La viuda de Hirohito, la emperatriz Nagako, de 85 años de edad, no pudo asistir a las exequias fúnebres de su esposo a causa del débil estado físico en que se encuentra.

Unos 9.800 invitados, incluidos reyes, jefes de Estado, presidentes, primeros ministros y otras personalidades, presenciaron, bajo dos grandes carpas azotadas por la lluvia, una doble ceremonia funeraria. La primera, estrictamente religiosa, de acuerdo con las tradiciones del shinto, fue vetada parcialmente al público, para mantener un carácter muy íntimo.

La ceremonia fue boicoteada por los miembros del Partido Socialista de Japón (PSJ), que salieron hacia las tiendas adyacentes al recinto principal en señal de protesta en lo que ceonsideraban una violación de la actual Constitución, que separa la religión del Estado, en contra de la época imperial-militarista que caracterizó la primera etapa de Hirohito.

La segunda ceremonia fue secular, con mensajes de pésame del primer ministro y del presidente del Tribunal Supremo, después de un minuto de silencio en todo Japón al mediodía.

A continuación comenzó el desfile de asistentes de honor al funeral, que se inclinaron ante el féretro del emperador Showa antes de dar el pésame al emperador Akihito y al resto de la familia imperial. Los reyes de Bélgica abrieron el cortejo, seguidos poco después por los reyes de España y otros monarcas y duques, para pasar después a los presidentes, tanda que abrió el francés, François Mitterrand; le siguieron el alemán occidental Richard von Weizsacker, y el norteamericano George Bush. Tras ellos, otros dignataríos, entre los que destacaban la presidenta de Filipinas, Corazón Aquíno; el de Indonesia, Suharto; la primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto; el presidente de Brasil, José Sarney, y el jefe de Estado de Portugal, Mario Soares.

La caravana mortuoria continuó en dirección al mausoleo imperial, en Hajiochi, en cuyo trayecto una pequeña explosión dañó levemente un puente, a las 13.50, en la autopista de Chuo, donde minutos después debía pasar el cortejo. La policía sospecha de algún grupo radical antiemperador que habría colocado el artefacto, a pesar de los casi 40.000 policías que controlaban el trayecto.

Finalmente, el emperador Showa fue enterrado a las 15.30, en un acto estrictamente privado, al lado de sus objetos más personales, de acuerdo con la tradición imperial nipona.

Mientras las áreas urbanas de Tokio y de otras grandes ciudades del país estaban práctícamente desiertas, sin espectáculos ni luces de neón, más de 11 millones de japoneses -en una población de 122 millones de habitantes- se beneficiaban de una amnistía dividida en 17 categorías, según las penas o privaciones impuestas por la ley, incluidos políticos de todos los partidos que habían violado leyes electorales.

La amnistía no incluye a Kakuei Tanaka, ex primer ministro juzgado por corrupción, ni tampoco a una serie de personalidades actualmente encarceladas por el escándalo políticofinanciero del consorcio Recruit Cosmos, que hace tambalear el monopolio del poder tradicional del Partido Liberal Democrático (PLD), que dirige actualmente el primer ministro, Noboru Takeshita.

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