Una nueva Inquisición
LA CONDENA de los ulemas de la fe islámica en contra del libro del novelista anglo-indio Shalman Rushdie, en el que se hace una interpretación negativa de determinados versículos del Corán, no es muy distinta en principio a la de L'Osservatore Romano contra la novela de Umberto Eco El péndulo de Foucault, en cuyas páginas el demonismo actual de Milán y otros lugares de Italia y del mundo se convierte, a través de unas fabuladoras especulaciones sobre templarios y rosacruces, en una interpretación infernal de la historia y del catolicismo.Pero en la censura al texto de Rushdie se han sobrepasado todos los límites de la intolerancia: tras los disturbios de Londres y de los que acaban de suceder ante el edificio cultural de la Embajada de Estados Unidos en Rawalpindi, con un balance de siete muertos, el régimen islámico del imam Jomeini ha dictado una pública condena a muerte contra el escritor.
La intransigencia religiosa manifestada en este episodio va mucho más allá de la oposición expresada a lo que, en definitiva, no es sino una obra literaria. Se produce en un contexto en el que el renacimiento musulmán adquiere, en algunos casos, tintes claramente vindicativos frente a una situación secular de postración que se atribuye, no sin razón, a Occidente. Por otro lado, las migraciones de poblaciones del Tercer Mundo, muchas de ellas islámicas, hacia las grandes ciudades occidentales provocan situaciones discriminatorias que encuentran en la identidad refigiosa y cultural una posibilidad de respuesta. En esas condiciones, no es extraño que muchos millones de musulmanes dispersos por el mundo hayan creído ver un nuevo redentor en el viejo imam que tomó el poder en Irán hace 10 años y humilló a las potencias occidentales.
En ese campo abonado, el fanatismo crece sin necesidad de grandes estímulos. La reacción contra el libro del escritor indio supera, sin embargo, todo lo imaginable. Porque una condena del viejo imam intransigente no es para tomarla a broma. El régimen iraní es responsable de numerosos actos de violencia cometidos en defensa de sus intereses religiosos y políticos, y tiene seguidores lo suficientemente ciegos como para continuar haciéndolo en la parte del mundo donde les parezca necesario. Probablemente ésta es una de las más agudas cuestiones que provoca la libertad de expresión en nuestro tiempo. Las inquisiciones cambian de advocaciones, pero no de métodos.
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