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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Israel y el cuchillo

Juan Benet, en su artículo La tierra prometida, publicado el 4 de febrero en estas mismas páginas, dice algo que es palmario. Que nunca existió una tierra de Israel, vale decir desde siempre, pues lo que existía era una tierra ajena que sería ocupada por la virtud de una promesa y un pacto. Y por la virtud del cuchillo.Iba Israel para quedarse, y decía: "Ruégote que me dejes pasar por tu tierra; no torceremos hacia los campos y viñas, ni beberemos agua de los pozos; marcharemos por el camino real hasta que hayamos pasado tus términos". Era mentira, claro. La buena conciencia del pueblo elegido forjó más tarde la idea de que los otros recibieron su merecido porque no se compadecieron de aquellos menesterosos: por no haber querido compartir con ellos el pan y el agua.

Pero ellos iban dispuestos a quedarse con todo, según la promesa. La confraternización no podía ser sino prevaricación: "En este tiempo estaba Israel acampado en Setim y el pueblo prevaricó con las hijas de Moab, las cuales los convidaron a sus sacrificios. Comieron de ellos y adoraron también a sus dioses". Por tanto, la venganza y la saña del Señor habían de ser grandiosas.

Cuando Zambri -hijo de Salú, caudillo de la familia y tribu de Simeón- y Cozbi -hija de Sur, príncipe nobilísimo de los madianitas- quisieron compartir el pan y el agua, hacer el amor y no la guerra, Finees -hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aarán- "se levantó de en medio del gentío y cogiendo una lanza entró en pos del israelita en la tienda y traspasó a entrambos juntamente, al hombre y a la mujer, por el vientre". Y cuenta el libro de las guerras del Señor que ese día quedaron muertas 24.000 almas.-

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