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Tribuna
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Régimen

He llegado a la conclusión de que lo mejor será informar de los hechos con la esperanza de que algo ocurra o, al menos, alguien se dé por enterado. Las cosas han llegado a un extremo tal que sería tranquilizador simplemente compartir con otros lo que ahora sé. Quizá entre varios podamos hacer algo.Yo ya había observado indicios, pero la primera prueba vino el día en que una mujer transparente habló junto a mí en la desolada penumbra del salón de mi nueva casa e hizo vacilar mis ya muy escasas certezas. Era una voz despreocupada y chillona que hablaba con un interlocutor mudo, como por teléfono, y no se correspondía para nada con el susurro sensual de las voces de los sueños o el lúgubre y,amenazador bisbiseo de los espíritus. Apenas me tranquilizó comprobar que la voz correspondía con la de la mujer que a veces limpia el piso deshabitado junto al mío.

Leí a los pocos días la noticia de que un hombre había asesinado con un hacha al vecino del tercero porque éste había comprado un vídeo y ya no desconectaba jamás la televisión. Nunca la hubiese leído. A partir de entonces, angustiado por el temor de que algún día me asalte una locura como la del pobre asesino, aunque invadido también de piedad por él, y comprensión, cada hora sumo un nuevo instrumento a la orquesta que interpreta el rico silencio de mi nueva casa: teléfonos de apagado timbre que hablan solos, bañeras que no acaban de llenarse, neveras bordoneantes como cien enjambres, niños, lejanas sinfonías, arrojados bañistas en el charco frente a mi ventana, goles, gemidos de placer semanal, ¿has hecho ya los deberes?, maullidos...

He ido comprobando que nadie parece darse por aludido ante esta ya larga desaparición del silencio. No han comprendido que si esa ausencia se prolonga terminaremos todos con un hacha. A mí me aseguraron el viernes en la tienda que la mía no sirve para tareas pesadas, pero no me fío. No me queda más remedio que informar: señoras, señores, alguien está enflaqueciendo las paredes. ¿Qué hacemos?

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