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La invención del cubismo

Andrés Trapiello

La Guardia Civil tiene sus partidarios y sus detractores, como todo en esta vida. Cuando se publicó el Romancero gitano, muchos creyeron que se trataba de un alegato contra la Guardia Civil, pero Lorca lo desmintió. No tenía por qué.Según en qué sitios y en qué servicios, la Guardia Civil es de una manera o de otra. En las carreteras, por ejemplo, se admite que presta un gran servicio, pero está por ver que el que hace en el País Vasco beneficie a alguien.

Se dice que la Guardia Civil está integrada por hombres (y ahora mujeres) del pueblo. Esto no es exactamente cierto. La Guardia Civil se nutre, principalmente, de cierto pueblo y de la propia Guardia Civil. El pueblo que se metía a guardia (por lo menos hasta hace unos años) era siempre un pueblo pobre, de pocas letras, con tendencia a ejercer la autoridad de la misma manera que la había visto ejercer a los caciques, señoritos, alcaldes-del-movimiento y demás autoridades de los sitios de donde, por lo general, procedía: Galicia, Andalucía, Extremadura y Castilla. De manera que cuando ese pueblo, que no es todo el pueblo, se mete a guardia, lo hace, digamos, porque es un pueblo pobre y necesitado de letras. Es decir, lo hace por respetable necesidad y no tanto por vocación o convicción.

Otro de los filones para engrosar sus filas lo encuentra la Guardia Civil en el propio cuerpo, en el clan, en relaciones de endogamia. Eso, que genéticamente puede proporcionar en biología muy buenos resultados, tiene un peligro: aberraciones y malformaciones. Se me dirá: las aberraciones se producen también en biología. Es cierto. Pero que en un cruce de hámsters salga uno con cinco patas, da igual. Ahora bien, un brigada con cinco patas es raro, pero tenemos la experiencia triste (Almería, Trebujena) de muchos guardias empeñados en buscarle tres pies a todo el mundo.

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Por si fuera poco, muchos asocian su imagen a la de la represión. Lamentablemente, así ha sido en muchas épocas de la historia de España. Represión de los gitanos, de los indefensos, de los nacionalistas, de lo ecologistas. Un tricornio, para muchos, es hoy sinónimo de obcecación, brutalidad o tortura Tal vez sea esa opinión (que no juzgo aquí) la razón por la que van a sustituir los tricornios por unas gorrilas de trapo, aunque se aduce otra cortina de humo, como que los tricornios son poco prácticos. Puede, pero la decisiónes un craso error, una insenstez.

En España ciertos bienes deberíandeclararse patrimonio nacioal y, por tanto, intocables. Uno de ellos es el tricornio, la única aportación original que ha a hecho España en ese terreno de la moda.

El tricornio, como se sabe, es la estilización geométrica del sombrero de tres picos, el sombrero romántico que inspiró a Falla una música admirable. No sabemos a quién se le ocurrió abstraer de aquel tricornio goyesco las formas puras de éste, pero su trabajo no es de menos categoría que el que llevó a cabo Duchamp con el Desnudo bajando la escalera.

El anónimo inventor del tricornio (anónimo porque no sabemos su nombre, sino que lo tuvo listo en 1859) no sólo estaba dándole un sombrero a los guardias, sino resolviendo, 70 años antes, problemas agudos que s plantearían Picasso y Juan Gris mucho después: el cubismo. Es decir: la cuadratura del círculo o, si se prefiere, la cubicación del triángulo redondo.

Los ingleses, como es archisabido, son amantes de sus tradiciocnes más que ningún pueblo. Por ejemplo: ellos han sabido conservar para sus bobbies un gorro mucho más vulgar que el tricornio y para los guardias del Buckingham Palace un tubo de lanas mucho más incómodo y absurdo. Pero los han conservado porque tienen más de 100 años.

El tricornio los cumplió hace mucho, de manera que podría aspirar al indulto, pero España no ama sus tradiciones como el Reino Unido y lo mismo que vendió ayer los retablos de su tempos y sustituyó el gregoriano por música de Julio Iglesias (nunca mejor llamado), lleva al prendero hoy estos magníficos y brillantes castoreños. Seguramente algunos verán en este elogio sentimental del tricornio esnobismo o cosa de broma. No. Es asunto perfectamente serio. Porque no hacía falta ser católico para comprender la atrocidad de ayer, como tampoco es necesario ser ultramontano para lamentar la de hoy.

Supongo que no volveremos a ver esos corchetes de guardias en las procesiones de pueblo, con el mosquetón a la funerala, llevando reflejado en sus tricornios de charol (aportación digna de Coco Chanel) un paisaje de cirios, postigos y alamedas.

Desaparecerán de las plazas de toros irresponsablemente, porque un tricornio allí era tanto como el torero: una autoridad mitrada. Uno, con montera. El otro, con aquella mancha negra extravagante y hermosa, de rara perfección.

El tricornio tenía eso que de excesivo tiene también el español, algo monstruoso e híbrido. Mezclaba las aristas y la curva perfecta. Es la suya, digámoslo, una belleza disparatada. Ese disparate de acoger bajo su redondez angulosa la aberrante barbarie de un verdugo y la filantropía del samaritano. De una y otra tenemos noticia.

Dicen que la decisión se ha tomado porque una gran parte de los ciudadanos lo consideraban antiestético. Subterfugios, pamplinas. Al pueblo la estética le ha dado siempre igual. No. Hoy lo hacen desaparecer, porque tenerlo a la vista les recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Nos recuerda la historia. Hoy queremos olvidarla. Pero ya se sabe: el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Tal vez a quienes han tomado la decisión les avergüence el último y tristemente célebre tricornio: el que allanó el Congreso. Nos avergüenza a todos. Pero van a pasar 100 años hasta que alguien invente otro sombrero así. La tradición obligaba a conservarlo, aunque dentro de 100 años estemos todos calvos.

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