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Madrid divino y celestial

El sol de Madrid en estas tardes invernales es dorado, acariciador, mientras otras urbes europeas viven sumidas en las sombras desdichadas de la oscuridad. La luz, vivísima esencia de Dios, según el teólogo y filósofo García Bacca, es una gracia que concedió a los madrileños, no se sabe por qué especiales razones. En agradecimiento al Altísimo, Madrid dio nombres divinos a muchas de sus calles. "Madrid es una ciudad teológica", me decía una noche el profesor Jesús Oya. Dios está aquí, no en las alturas, como se creyó durante siglos, y los madrileños pueden sentirlo escondido en todas partes, aun en los rincones más lúgubres. La tarea ardua es descubrirle, pero nadie sabe cómo apropiárselo. ¿Quién puede, Dios, hacerte su presa? ¡Tú eres tuyo!" (Rilke). Y puede presentarse en cualquier momento por las calles de este Madrid divinamente luminoso. "¿Qué cosa es Dios? Dios es lo que Él se quiere", cuenta san Juan de la Cruz que respondió fray Francisco, lego virtuoso y simple de un convento de Granada. Luego, si le da la gana, aparece allí donde menos lo esperamos.Por ejemplo, íbamos por la calle de las Huertas con miras de llegar a la de Atocha por el camino más corto, que resultó ser la calle del Amor de Dios. Tiempo ha, en el portal de sus casas había una hornacina con la imagen de Nuestra Señora del Amor de Dios, siempre llena de regalos diversos, que atestiguaban una gran devoción. El vicario de Madrid decidió que fuese trasladada a un templo para dar a aquella imagen más decoroso culto, pero los vecinos todos se opusieron y quedó suspendida tal resolución, porque los hombres quieren tener cerca a Dios, convertirlo en comodín ontológico para obtener de Él favores delicados y sustanciosos beneficios.

Siguiendo nuestro oficio de caminantes, nos acercamos a la pequeñísima calle de Válgame Dios, situada entre Augusto Figueroa y la de Gravina. Cuenta la tradición que cierta noche dos hombres llamaron a la puerta del convento de San Francisco para pedir que un religioso acudiese a auxiliar a un moribundo. Salió un sacerdote acompañado de un lego fortachón, no temeroso de nadie ni de nada, armado de una espada. Al llegar cerca de una torre, donde había dicho estaba la persona agonizante, se arrojaron sobre el sacerdote, le vendaron los ojos y le llevaron hasta un profundo barranco, donde fue obligado a confesar a una joven cuyo amante, allí presente, intentaba asesinarla, y le dio agua para que bautizase a un niño que también quería matar. Mientras tanto, llegó el robusto lego, que, al oír una angustiosa voz femenina clamando: "¡Válgame Dios!", salvó la vida a la madre y al niño. Desde entonces aquel sitio fue llamado el barranco de Válgame Dios, y más tarde dio nombre a la calle, para recordarnos que Dios puede presentarse en cualquier instante y librarnos de las dificultades o peligros en que nos encontramos. Sin embargo, para que Dios acuda en socorro de sus criaturas es necesario que exista un diálogo previo, invisible, entre Dios y el hombre. Pues si Dios se ensimisma y no responde a la súplica del hombre se queda aislado, cerrándose como Narciso oculto, inasequible y prisionero de sí mismo. Sólo al mostrarse Dios se humaniza, deja de ser el remoto y se acerca tan próximo al cuerpo del hombre que siente palpitar su corazón. Aquella mujer en situación desesperada grita, invoca la ayuda de Dios, y al entrar en contacto verbal con El se diviniza. Ya no es Dios el déspota oriental, señor todopoderoso, jefe de los ejércitos, como enseñaban los curas carlistas y trabucaires, sino el munificente, el dadivoso que está invisiblemente próximo y, para auxiliar a los hombres en apuros, baja de sus alturas imperiales. Porque Dios, válgame Dios!, sólo se puede ser a ratos, en momentos de excepcional peligro. Por ello se endiosó en un hombre: Cristo.

Divino Pastor

Hay otra calle en Madrid que se llama Divino Pastor, uno de los nombres de Cristo, según fray Luis de León, y va de la calle de Fuencarral a la de San Bernardo. Cuenta la leyenda que una joven se fugó de la casa de sus padres para reunirse con su amante. Al no encontrarlo, intentó suicidarse, pero se le quitó esa idea al contemplar una imagen de Cristo o Dios encarnado, vivo.

Andan por Madrid muchos posibles endiosados que desconocemos. Son los poetas anónimos los que más pronto se endiosan, al sentirse portavoces de cuanto tiene de divino el universo. También los gigantes científicos pueden ser dioses, como Ramón y Cajal, o los matemáticos Rey Pastor, Gallego Díaz; de la fisica, Einstein, Fermi, y de la novela, Balzac, Galdós. El mundo está poblado de dioses que no adoramos nunca, porque estos hombres son dioses sólo a ratos, en ciertas obras que desentrañan y explican las leyes del universo.

Y en este Madrid que recorremos curiosos abundan muchos de esos divinos que nos traen a la memoria los nombres de sus calles.

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