Fiebre electoral
EL 26 de marzo será elegido por primera vez el Congreso de Diputados del Pueblo, que, integrado por 2.250 miembros, será el órgano supremo de representación popular de la Unión Soviética. Pero, como si tratase de recuperar el largo tiempo perdido, el país padece en estos días una auténtica fiebre electoral, en muchos aspectos similar a la de países con una dilatada tradición democrática. En la etapa actual, que puede ser decisiva, las personas que aspiran a ser candidatos necesitan obtener, en reuniones o asambleas, un determinado apoyo popular. La batalla política para imponer a personalidades con una imagen progresista muy marcada ha sido reñidísima y se ha producido en un clima que ha reflejado la realidad del cambio. Nadie hubiese podido imaginar hace unos años que figuras ayer proscritas, como Sajarov, o dirigentes sancionados por el comité central, como Eltsin, fuesen elegidos para disputar el acta de Moscú frente a un alto jefe del partido.El debate, limitado hasta ahora a los periódicos y revistas, se ha trasladado a muchos ciudadanos, y los soviéticos están aprendiendo la posibilidad de escoger entre diversas opciones después de una libre discusión. Aunque sería ilusorio creer que Moscú da la imagen de lo que ocurre en toda la URSS, el cambio es sustancial. Estamos muy lejos de las ceremonias petrificadas que, no hace mucho, elegían el Soviet Supremo con mayorías de 99,9%.
Dicho esto, el proceso electoral se desarrolla en medio de enormes confusiones. Hay pluralismo en ideas y propuestas, no en organizaciones: sólo existe el partido comunista, con una ventaja decisiva. Por otra parte, la composición misma del Congreso oscurece el proceso electoral. Los diputados son elegidos por tres vías distintas: un tercio, por distritos territoriales; otro tercio, por las repúblicas nacionales o autónomas, y otro, nombrado por las llamadas asociaciones sociales, entre ellas el partido comunista, que designará 100 diputados. Ahora empieza la segunda fase, en la cual los candidatos, para quedar registrados como tales, tienen que ser ratificados en unas reuniones convocadas por las comisiones electorales. Es un trámite que se presta a la manipulación. En el caso de figuras tan conocidas como Sajarov, Eltsin, Korotich y otros, es obvio que su marginación ahora haría perder credibilidad a las elecciones. Pero es de temer que candidatos renovadores menos conocidos puedan ser apartados.
En el ambiente político de la campaña, inevitablemente confuso, destacan dos rasgos significativos: los reformistas con objetivos democráticos que superan las tesis oficiales han logrado en bastantes casos su designación como candidatos. Ello demuestra que crece la corriente más dinámica de la perestroika. Por otro lado, se ha producido una fuerte ofensiva de los conservadores para cerrar el paso a candidatos críticos e independientes. El caso más notable ha sido el ataque contra Korotich, director de Ogoniok.
Gorbachoy quiere, con estas elecciones, presentar a la opinión mundial una nueva legitimidad del poder en la URSS que tenga su base en la voluntad popular. Su aspiración, una vez haya sido nombrado presidente de la URSS por el Congreso, es proseguir la reforma sin estar hipotecado por el buró político del partido. Tiene importantes cartas en la mano para que sus planes se cumplan, a pesar de una situación económica poco favorable. Su prestigio internacional pesa mucho. En el propio aparato del partido hay un fuerte sector gorbachoviano, y la ancestral tendencia rusa a obedecer al jefe juega a su favor. Por otro lado, la glasnost ha despertado las tendencias democráticas entre los jóvenes y otras capas de la población. Estamos ante una experiencia sin precedentes que será preciso medir no tanto por su aproximación al modelo de una democracia ideal, sino por sus efectos sobre un proceso de liberalización que no ha hecho más que comenzar.
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