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Los primeros 100 días

George Bush se toma un tiempo para estudiar las prioridades y el tono de su administración

Francisco G. Basterra

Cuando, a mediodía de hoy, George Bush, con 48 horas como presidente de Estados Unidos, regrese a la Casa Blanca desde la catedral de Washington, después de la ceremonia de acción de gracias, tendrá en la cabeza sólo el bosquejo de lo que serán los 100 primeros días de su administración. Este es, tradicionalmente, el tiempo en que los jefes del Ejecutivo establecen el tono de su gobierno y fijan sus prioridades, comunicando al mundo, dudoso aún de la nueva personalidad, cómo imaginan el futuro. Juega a favor de Bush el hecho de que su presidencia despierta pocas expectativas.

Pasada la resaca del triunfo electoral, la transición y los festejos de la toma de posesión, George Herbert Walker Bush, 64 años, se enfrentará mañana por la mañana, a primera hora, y bastante antes de las nueve y media, cuando lo hacía Reagan, a la soledad del poder en el Despacho Oval del ala oeste de la Casa Blanca. No pesan sobre él los peligros inmediatos de una recesión o de una crisis bélica internacional. Va a actuar con "gran prudencia" hacia Gorbachov, al que no cree que tiene que responder inmediatamente con una nueva política exterior norteamericana.Pero quizá tenga que ir más deprisa de lo que pretende. Hoy ya tendrá sobre la mesa un nuevo regalo, no pedido, de Moscú: el anuncio de retirada de armas nucleares tácticas soviéticas -de corto alcance- de Centroeuropa. No es probable que Bush tenga tiempo, como hacía religiosamente todos los días su antecesor en el cargo, de alimentar con piñas a las ardillas del jardín presidencial.

Primera cita

La primera cita de este lunes 23 de enero será con un ex general de aviación de maneras suaves y larga experiencia en las tripas del poder, quien a partir de ahora será el visitante más asiduo del despacho presidencial. Brent Scowcroft, consejero de Seguridad Nacional, informará al presidente del estado del mundo en las últimas horas y de la revisión estratégica de la política exterior de EE UU, que coordina este amigo personal de Kissinger. Revisión exigida tanto por la nueva URSS como por la competitividad de nuevos centros de poder mundiales que fuerzan al EE UU de Bush a aceptar una mayor interdependencia.Bush, antes de asumir el poder, ordenó una amplia revisión de la política hacia la Union Soviética que tenga en cuenta la revolución de Gorbachov y estudie si los cambios, de la perestroika y el nuevo realisrno en Moscú hacen desaparecer la tradicional amenaza soviética que ha justificado la política exterior de Estados Unidos y son suficientes para reconsiderarla e iniciar una nueva etapa en las relaciones Este-Oeste. La posibilidad de un estallido en algún país del imperio soviético del Este y una intervención de Moscú es uno de los primeros temores de la nueva Administración.

El presidente norteamericano llega al poder sin un gran diseño estratégico, a pesar de su inigualable experiencia en política exterior. No tiene prisa para acudir a su primera cumbre con Gorbachov, que tendrá que esperar al segundo semestre, ni dará un paso exterior importante hasta lograr un nuevo consenso, en el que quiere implicar también a los aliados de la OTAN. Ha encargado ya a la CIA, de la que fue director, que le prepare inmediatamente un perfil actualizado de Gorbachov. La hora de dar cuerpo a esa política llegará probablemente en abril o mayo, cuando Bush viaje a Europa para celebrar una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN. Antes, en su primera salida al extranjero, Bush asistirá en Tokio, el 24 de febrero, a los funerales de Hirohito.

La cohesión europea frente a una URSS revolucionaria que ofrece constantes incentivos a bajar la guardia, los pinitos hacia la creación de un pilar europeo de la OTAN, y el temor de Washington a una CE fortaleza, proteccionista en 1992, son preocupaciones para Bush nada más iniciar su mandato.

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Pero Scowcroft, en este primer despacho, también señalará al presidente, como horas después lo hará su amigo el secretario del Tesoro, Nicholas Brady, un ex banquero de Wall Street, que los enormes déficit gemelos, el presupuestario y el comercial, limitan enormemente la capacidad de maniobra de Bush, constituyen una amenaza tan grave o mayor para la seguridad nacional como los misiles de Moscú, y deben ser enfrentados inmediatamente. Los norteamericanos, según sondeos publicados esta semana, también lo creen así. Quizá esto le permita hacer digerible -no tiene más remedio- un recorte del presupuesto del Pentágono y una necesaria reestructuración del poder militar norteamericano.

Bush inicia su mandato con limitaciones globales desconocidas por los presidentes norteamericanos hasta ahora, y que se resumen en la emergencia como superpotencia económica de Japón, la nueva cohesión europea y la afirmación de gran poder económico de la República Federal de Alemania. Y el dato de que estos países están financiando -comprando bonos del Tesoro de EE UU- los 160.000 millones del déficit fiscal norteamericano. Y que pueden dejar de hacerlo con incalculables consecuencias sobre el dólar y la inflación.

Cambio de estilo

Bush tiene encima de su mesa un informe de Stephen Cohen, de la universidad de Berkeley, que asegura que "el nuevo presidente afronta problemas con los que nunca se ha enfrentado otro. Ha perdido soberanía. Si quiere iniciar una política nueva tendrá que consultarla primero con los banqueros en Francfort o en Tokio o éstos descarrilarán el dólar, provocando el pánico en Wall Street". Bush es consciente de ello y, antes de viajar a Europa, recibirá en Washington, en los primeros días de febrero, a los miembros de un club más exclusivo que el de los 16 de la OTAN: el G-7, Grupo de los Siete, que engloba a los ministros de Finanzas y a los presidentes de los bancos centrales de los siete países más industrializados de Occidente.Y ya no se trata sólo de coordinar los niveles de fluctuación del dólar -parece agotada la política de devaluar para resolver el déficit de la balanza comercial, que volvió a ahondarse 48 horas antes de la toma de posesión de Bush- sino de cambios en las políticas económicas de los grandes. Se le exigirá a Washington una reducción importante del déficit a cambio de que Japón continúe por el camino del crecímiento basado en la demanda interna y de que la RFA estimule su economía y no lo base todo en la exportación.

Bush no va a efectuar una salida fulgurante, como hizo Reagan, en sus primeros 100 días, con iniciativas espectaculares. "No me eligieron para hacer un cambio radical que no es necesario". Será más, al principio, un cambio de estilo: una proximidad mayor a los problemas (hablará mucho de la educación y de facilitar jardines de infancia a los más pobres), dando la imagen de gestor competente.

El nuevo presidente dedicará sus primeras semanas a los problemas domésticos: el déficit y la batalla con el Congreso, dominado por los demócratas, al que, desde el primer día, ha enviado señales de conciliación y promesas de que quiere, tanto en temas económicos como en lo exterior, una política bipartidaria. El 9 de febrero Bush acudirá al Capitolio para desvelar, en un mensaje al Parlamento, sus planes presupuestarios y su apuesta -considerada imposible incluso por algunos de sus asesores económicos- de reducir el déficit sin subir impuestos.

Los 100 días de Bush, y posiblemente los 900 siguientes, van a estar lastrados por el hecho de "que no hay dinero". El presidente tendrá que conciliar esta realidad con su promesa genérica de construir una nación "rnás compasiva" con los desheredados. La limpieza y modernización de las fábricas nucleares, que pueden llevarse 100.000 millones de dólares, y el saneamiento de las cajas de ahorro para evitar su quiebra en cadena, también cifrado en unos 25.000 millones.

Prioridades

George Bush no va a poder esperar en este hemisferio, donde sí puede ser visible en los primeros 100 días una política diferente a la de Reagan. Ya el secretario de Estado ha advertido que desde el primer día tendremos en el felpudo las papeletas de Nicaragua, (qué hacer con los contra), El S alvador y Noriega.La contención de Nicaragua se hará mediante una negociación limitada con los sandinistas, abandonando la vía fracasada de la presión militar y buscando la neutralización de los sandinístas mediante el apoyo a una solución diplomática regional. El Salvador, con elecciones en marzo y un previsible ternido triunfo de la extrema derecha, y donde EE UU ha enterrado 3.000 millones de dólares en un intento fallido de estabilizar la democracia, será una primera prueba de fuego para Bush. El presidente querría globalizar los problemas de Centroamérica, que no verá sólo a través de la obsesión de Reagan con Nicaragua.

Y, sobre todo, Bush dedicará desde el comienzo una'atención prioritaria al vecino México, junto con la URSS el país más importante para Washington, y al problema de la deuda de las grandes naciones de Latinoamérica, que amenaza una ruptura de las democracias restauradas durante los años de Reagan.

Bush, en la revisión que ha ordenado del tema de la deuda externa que asume, puede chocar con los bancos, que ya le han advertido que se opondrán a cualquier intento de perdón de los créditos, acudiendo a los tribunales, y que exigirán garantías federales e incentivos fiscales antes de aceptar reducciones voluntarias de la deuda.

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