Solsticio
El 14 de diciembre pasado se celebró en el país un gran funeral y a estas alturas nadie sabe todavía quién ha sido el muerto. Acerca de la identidad del difunto siguen las apuestas. Unos creen que falleció el presidente de la nación, y otros opinan que murió el líder de un sindicato; pero muchos afirman que los dos a la vez bajaron a la tumba ese día, llevándose consigo cualquier esperanza. Fueron unas exequias terribles las de la huelga general. Enterramos a unos excelentes cadáveres políticos, y junto a ellos nosotros depositamos en el interior de la tierra nuestras frustraciones, deseos e ínfimos sueños como el sembrador sepulta el grano. Por todas partes reina ahora el silencio de la putrefacción. No sólo se está corrompiendo la voluntad del Gobierno y la fuerza de sus adversarios, sino también nuestras pequeñas glorias, fracasos, amores, azares, odios y hechizos que constituyen el tejido de la vida. No obstante, el solsticio de invierno ha comenzado.En la persiana de la habitación el sol ya ha ganado una rendija al amanecer. También por la tarde el crepúsculo se detiene un poco más en la tapia de enfrente antes de que lleguen las sombras. El ángulo de la luz se está abriendo sobre el espacio de enero, y aunque todas las semillas aún duermen bajo los surcos helados y las gemas son nudos yertos en las varas de los árboles, el primer mirlo ya ha cantado. Algunas semanas después de aquel solemne funeral la luz va conquistando igualmente la oscuridad de nuestras vísceras sembradas de deseos. Éstos pronto florecerán hasta cubrirnos el corazón y por todas partes brotarán de nuevo las palabras de los políticos para sustituir las hojas de los árboles, y cuando el sol vaya tomando la vertical de las sepulturas, aquellos cadáveres que enterramos al final del otoño sacarán los brazos como cepas de vid por debajo de las alfombras de los despachos y la vida pública y nuestras frustraciones privadas volverán a repetirse con los mismos o distintos rostros, con los mismos o distintos fantasmas.
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