La maquinaria eurocrática
Una cúpula de eurócratas prepara las decisiones que condicionan toda la economía europea Luego, la Comisión Europea propone las directivas que finalmente adopta el Consejo de Ministros de la CE. En esa base del poder cada Estado pelea por tener su parcela, pero el Gobierno español parece no haber caído en la cuenta de la importancia de influir desde el principio en la cocina de las normas comunitarias.Fue el ex ministro Fernando Morán quien definió a la CE como , un Ferrari que va a 30 por hora". Lo importante -explicaba- no es la velocidad, que puede variar Según las circunstancias, sino la potencia de la máquina. Durante un tiempo prácticamente parada, la CE ha adquirido desde 1986 un ritmo vertiginoso. Reforzada de poderes y con el objetivo de 1992, la Comisión Europea ha acelerado la marcha.
La burocracia comunitaria está servida por 21.000 funcionarios. El grueso, algo más de 14.000, trabaja en la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la CE. Al frente de esta eurocracia está David F. Williamson, el secretario general. El día que asumió el cargo, el 1 de octubre de 1987, hubo en la casa voces de escándalo. Williamson venía a suceder a un símbolo, el francés Emile Noël, hoy presidente de la Universidad Europea de Florencia, a quien le había llegado la edad del retiro. Durante 28 años, Noël dirigió con mano firme los hilos de la Comisión. Para ejemplificar su poder, se decía que "si un comisario tenía la mala ocurrencia de enfrentarse a Noël, peor para él".
Williamson, de 54 años, aunque había tenido una experiencia breve como director general adjunto de Agricultura de la Comunidad, no podía llegar con peor cartel que el de consejero de la política comunitaria -"antieuropea", se recalcaba- de Margaret Thatcher. Hoy, del secretario general se dice que ha derrochado astucia y tiento en tratar de controlar la máquina. La clave del nombramiento fue un pacto alcanzado tres años antes. La primera ministra británica sólo accedió al nombramiento de Jacques Delors como presidente de la Comisión Europea a cambio de ese puesto. Del pacto salió también que el sucesor de Delors será un alemán, probablemente el nuevo comisario Bangemann.
El día que Williamson llegó a la secretaría general hubo en la Comisión Europea un corrimiento de tierras y de puestos. Un alemán, Horst-Günter Krenzler, asumió la Dirección General de Relaciones Exteriores, la más relevante de la CE. En compensación, a Francia se le dio, en la persona del prestigiado Jean-Lois Dewost, el servicio jurídico, una plataforma decisiva a la hora de parar o dar vía libre a asuntos espinosos. De allí salió un funcionario de carrera ejemplar, Claus Dieter Ehlermann, al que se le recompensó con la dirección del servicio de portavoces. Un año después Ehlermann se siente devorado por la curiosidad de los periodistas.
La cúpula del mando en la Comisión Europea obedece a relaciones de poder y a cuotas de nacionalidad. El Reino Unido despreció al principio la burocracia de Bruselas. Hace cinco años empezó a corregir el rumbo, y hoy, aparte de la secretaría general, controla Personal y Administración (Richard Hay), Banca y Derecho de Sociedades (Geoffrey Fitchew) y la delegación en Washington (Denman), puesto importante que parece estar reservado a un británico. Aparte tiene directores generales adjuntos, como Peter Pooley en Agricultura y Anthony Fairclough en Desarrollo.
En número de funcionarios sobresale Bélgica, lo cual guarda la lógica de ser Bruselas la principal sede de las instituciones. Después van ]los italianos, que parecen especialmente capacitados para adaptarse al medio. Pero en cuanto a cúpula de poder destaca Francia. Tiene más directores generales y adjuntos -los llamades A-1 en la jerga comunitaria- que nadie: ocho contra siete de la RFA, Italia o el Reino Unido y cinco de España.
Son gente tratada con esmero por Gobiernos y grupos de presión. Al lado de directores de reconocido prestigio, los ha que acumulan el rechazo, como puso de manifiesto una encuesta reciente entre los funcionarios, que se reveló especialmente cruel con Eamon Gallagher y Raymond Simonnet, responsables de la política pesquera y nada amigos de los intereses españoles, y con Renée van Hoof, jefa de los intérpretes.
Al frente de Agricultura, la dirección que absorbe el 60% del presupuesto de la CE, hay un francés, Guy Legras, quien controla todo el tema de cereales. Franceses son también, aparte de Dewost, Jean Claude More¡, de Presupuestos; Michel Carpentier (Telecomunicaciones) e Yves Franchet (Oficina Estadística). Y hay directores generales adjuntos en puestos decisivos, como Jean Louls Cadieux en Política de la Competencia.
Por encima de los funcionarios está el poder político de los comisarios. Y en esto Francia, a través del presidente de la Comisión, lleva también primacía. De Jacques Delors directamente dependen la información interna y externa, la secretaría general, el servicio jurídico, la interpretación y los asuntos monetarios. Cuenta además con un jefe de gabinete omnipresente, Pascal Lamy, antiguo inspector de finanzas, quien ejerce en la casa un poder tan fuerte que le ha hecho pasar de respetado a temido.
A pesar de las soluciones de equilibrio, en los despachos del edificio Berlaymont, sede de la Comisión, se oye con frecuencia que cuando la máquina burocrática ha comenzado a andar puede que alguien la frene, pero no hay nadie que la pare. Y si Francia en este campo lleva la mejor parte, la RFA ocupa el segundo puesto. Además de relaciones exteriores y del servicio de portavoces, tienen a Manfred Caspari al frente de Competencia y a Dieter Frisch en la Dirección General de Desarrollo, desde donde se mueven más de 200.000 millones de pesetas al año para cooperación con los países de África, Caribe y el Pacífico (ACP).
Los italianos también tienen su sitio en los reductos de poder, como Giovanni Ravasio, director general de Presupuesto, o Enrico Cioffi, en Créditos e Inversiones.
Destaca también Paolo Fasella (Ciencia e Investigación), Gianluigi Giola (Relaciones Exteriores) y Franco Milano (Agricultura).
¿Y qué pasa con España? Al cabo de tres años ha conseguido su cuota del 11%. Cuenta con dos directores generales, otros tres adjuntos, 14 directores A-2, 39 jefes de división y 268 funcionarios más de nivel universitario. En total, contando administrativos, intérpretes y personal subalterno, son 920 los llamados eurócratas.
En la cúpula del poder burocrático figura Eneko Landáburu, que tiene a su cargo el Fondo Europeo de Desarrollo Regional, el segundo presupuesto de la CE y de vital importancia para España, ahora que la Comunidad va a duplicar las ayudas a las regiones atrasadas. Este vasco de 40 años, educado en París, hijo de un peneuvista que fue ministro del Gobierno vasco en el exilio, aunque él ha sido socialista desde siempre, no ha tenido problemas. Habla un francés perfecto, tiene fama de competente, sabe decir que no de una forma que despierta agradecimiento y llegó a Bruselas con la vitola de alto ejecutivo de la multinacional Nestlé. Entre sus amistades figura Michel Rocard, y es de los pocos que se dirigen a Delors por su nombre de pila.
Como director general de Transportes está Eduardo Peña Abizanda, de 58 años, diplomático, ex embajador en México, aspirante derrotado a la presidencia del Real Madrid y persona de talante abierto. Fue el candidato frustrado de Abel Matutes a la vicepresidencia del Banco Europeo de Inversiones.
Fernando Mansito es director general adjunto de Agricultura y su nombramiento costó un año de pelea. Tenía enemigos en la casa que todavía recordaban su ímpetu en las negociaciones de adhesión como integrante del equipo de Marín. Adjuntos también son Vicente Parajón, en Telecoinunicaciones, y Pedro de Torres, un antiguo alto cargo de la banca oficial, ahora en Personal y Administración, un puesto clave.
En el escalón A-2 nuestro país tiene buenos peones colocados, como Pablo Benavides, director para Europa del Este y los países de la EFTA; Ángel Viñas (América Latina), Rafael García Palencia (Competencia), José Sierra (Carbón), Ramón de Miguel (Pesca) o Arturo García Arroyo (Investigación Tecnológica). En el Consejo de Ministros es director general adjunto Francisco Fábregas y director de Agricultura Carlos Díaz Eimil.
El fallo es que la Administración española no se ha dado cuenta de la importancia de tener buenos contactos en Bruselas, de influir desde el principio en la toma de decisiones y no intentar arreglar las cosas en el último momento, cuando el texto, ya ahormado, pasa al Consejo de Ministros. Del Gobierno, se dice en los gabinetes, no ha llegado ninguna indicación de interés sobre algún nombramiento.
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