A María Zambrano

Hace ya siete años, Los Cuadernos del Norte publicaba una serie de artículos sobre una mujer discípula de Ortega, una escritora entre la poesía y el pensamiento, llamada María Zambrano. Primera noticia para mí de su existencia. Tres años después volvía a España sin haberse ido, y aquella frase contenía el dolor reposado de la vida, la sabiduría de la memoria, la convicción del valor. Yo me enamoré de la imagen fotografiada de una mujer madura que sostenía en la mano una boquilla con un cigarro encendido, ese hilo de humo que asciende en breves figuraciones. Sus ojos mar, inteligentes y profundos, con la nostalgia pacífica del beso. Sus labios de aurora pensativa.Yo tenía 24 años y un corazón solidario y doloroso de personaje

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ibérico quebrado, y escribía versos. Entonces leí a María Zambrano, me dejé acompañar por sus palabras para acrecentar ese amor agradecido a la belleza, des tructor de espejos y mentiras. Amo a María Zambrano como se ama la luz, el sonido de la lluvia o el olor de los jazmines. Mi modes to y diminuto Premio Cervantes para ella es esta atípica carta de amor, porque usted, señora, es uno de los profundos Claros del Bosque de mi vida.- Francisco Javier Cubero.