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Hermetismo

El doctor Johnson le dijo a Boswell que eran los demás quienes tenían que trepar a su nivel y no descender Johnson al de los otros. Los lectores siempre son pocos, y nada importa que sean aún menos. Lo que vale, en este asunto y en cualquier otro, no es, y así lo aseguró Cadalso, el quintal, sino el quilate.Cuando no hay nada que entender en un texto es que dicho texto está muy claro. No se entiende, tampoco, la verborrea. Montesquieu prescribió que había que saltarse, para escribir bien, las ideas intermedias; Pascal, que es salutífero el ahorro de palabras. La buena retórica, imprescindible, está hecha de sobriedad; la mala es la de fray Gerundio de Campazas. ¿La peor?: la que machaca.James Joyce, en el Ulises, no machaca; obtura, sustituye el poro imaginativo del lector. Es rica su cera, pero cera al fin y al cabo. Proust, al contrario, estira, porque él se estira a sí mismo, a los lectores. Lo que ocurre es que Proust tiene más alma, más sentidos que estirar que el común de los mortales.

Tierno reinventó, entre nosotros y durante el régimen autoritario, el tacitismo. (Franco, desde luego, no fue nunca, ni en sus peores tiempos, que los tuvo, un César.) Hay que escribir siempre mucho y poco. Mucho, para multiplicar los pocos; poco, para huir del garrulismo, que es, en el fondo, poquedad, primitivo deseo de no dejar huecos vacíos.

Uno de los mejores poetas españoles de nuestro tiempo, Jaime Gil de Biedima, publica poquísimo, pero es menos todavía lo que escribe. Acaso calla; se cansa, porque sus versos los lleva, graves, a la espalda. Neruda, en cambio, pasará a la historia por algunos poemas, suficientes, y a pesar de tantísimos otros. Hopkins, el jesuita inglés, es un poeta excelso y bendecidamente maldito, con un puñado de poemas en nuestro favor y en su contra. Ors es más clásico que Ortega (todo un romántico), ambos muy abundantes y los dos precisos en la sucesiva fronda de su inteligencia. No se repiten nunca; lo que se repite es su realidad.

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Resulta benéfico merecer acusaciones. Quien no es acusado es que no provoca. ¡Y vaya si que hay que provocar! Yo, por supuesto, jamás protesto. ¿Alcanzo a mover provocación? Así parece. ¡Qué contento estoy!

También se debe omitir. El mejor Gide, aun en sus diarios, que son lo perenne de su obra, es el que omite. Walter Pater gustaba de llamar tacto a la omisión. ¿Qué les quedaría, de lo contrario, a los demás? Sobre todo a esos demás que, mañana, seremos nosotros mismos, tan queridos ya desde ahora. La verdad entera es una grosería; la verdad a medias, un acto hipócrita. De lo que se trata es de conseguir formulaciones de la mitad de la verdad. La otra mitad, que la ponga el lector, que así comparta el dulce amargor de todas y cada una de las naranjas.

Otra cosa es el improperio, belísimo género, si los hay. Más por escrito cae también bajo las mismas leyes, las que preferimos; de palabra no, siempre que sea de tú a tú, contumelia auténtica y no por detrás del sujeto recipiente, que esto es un despreciable cotilleo. Lo del chisme constituye muestra de labilidad moral, igual que son los tacos muestra de lagunas mentales.

El silencio es un discurso disinto, que está empedrado de ambición. Muy útil, por cierto, hablar para ocultar. ¿Es éste el fundamento más secreto de un determinado hermetismo? ¿Es quizá el buen humo, aventado con indesmayable contumacia, del encubrimiento de una amargura grande? No me refiero únicamente a la tristeza, que subyace a todo gesto de payaso. Leída entera, y de corrido, la obra de Wenceslao Fernández Flórez podríamos estar en camino de atisbar la actitud a la que apunto. Todo hombre de bien esconde. Prorrumpir en sentencias pomposas o en in vectivas encarnizadas no es el mejor método para tapar la dignísima miseria de nuestras vidas.

No es oro todo lo que reluce, indudablemente, pero sí constituye el oro un punto, muy adelantado, de mira sobre el abismo. ¿Dónde está el puente para cruzarlo, para dejar atrás la sima definitivamente? ¡Ah, no existe ese puente!; sólo otros, que nos toleran pasear, como condenados, arriba y abajo, abajo y arriba, sobre sus fauces.

Lo peor del grupo del 98 es su gimotería sobre España. Describir el paisaje, sentenciar a su respecto en una escapatoria, pero de ésas que por poder no acabar nunca, apenas si han empezado de verdad. Henry Janes, uno de los escritores más secretos y desesperados de nuestra época, renuncia a los paisajes casi siempre. ¡Y bien que estuvo rodeado de ellos! Su hermano William, el psicólogo, se lo dijio en una carta: "¡Por Dios, termina de una vez!". Le oprimía el paisaje interior, inacabable y, como a Pascal, el silencio de los astros. Todo lo que no sea callar es una frivolidad. (Salvo en política, en cuyo marco la incontinencia verbal puede ser en uno remedio caritativo al estreñimiento mental de otro.) Por la misma razón hay que hablar, escribir como si. Es preciso imitar la jerga de la tropa (ya lo dijo Rimbaud) y hacer como los tantos, que no se enteran de nada y siguen para adelante creyendo que saben hacia dónde. Eso sí: no envidiar a esos tantos, que son muchos. A los muchos les tenía prevención Heráclito, y por eso mereció el calificativo de oscuro. Sin embargo, ¡ser muchos una vez! ¡Bendita seal ¿No había, según el Cristo del Nuevo Testamento, que negarse a sí mismo y seguir ... ?

Una cita descuidada, que llega a la memoria por inercia, desdibuja una tesis. Ahora mismo, tras la que he hecho del evangelio, a punto ha estado, porque es la cita motriz, de acarrear otra de Rilke: "Cabalgar, cabalgar, cabalgar siempre". Hubiese sido un craso error. No porque los árboles impidan ver el bosque, sino porque no hay bosque, y es esto lo que quiero manifestar en este artículo. La ternura de Walt Disney es, en el fondo, tramposa. No tanto si vemos todas sus películas, una tras otra. (No; este ejemplo no induce a la equivocación.)

Recurrir a la voz de otro es una manera de acallar la propia angustia. Suicidarse es una apuesta. ¿Y si se pierde? La rima y sus torturas apoyan al verso. El suicidio no es un apoyo; es, simplemente, un descarrilamiento. La madrugada se descubre más cruel cuanto más dulce, menos si toca helada, porque hay parón de tren. Terminemos con un viva a don Ramón de Campoamor y a Valéry Larbaud.

Jesús Aguirre es duque de Alba.

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