_
_
_
_
Tribuna:POR LA RUTA DEL SOCIALISMO REAL
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El amigo checo

Al volante de una hermosa camioneta azul, o con los discretos comentarios que añadía mientras visitábamos el castillo y diversos lugares de la ciudad, José se fue convirtiendo en uno de los más gratos recuerdos que guardo de mi visita a Praga. En un mundo en el que las jerarquías han reemplazado a las clases sociales, y que se ha convertido prácticamente en un régimen de castas, este checo sin edad parecía haber optado por una cortesía sin mayores certidumbres en todo aquello que no concerniera a la historia de su pueblo y su ciudad. Praga es una ciudad rodeada y hasta invadida por maravillosos jardines y bosques, y mucho en el carácter de sus gentes nos habla de su origen montañés Por eso José hablaba poco, pero con mucho significado, sobre todo si uno desmenuzaba las torpezas de su castellano. Digamos que José se expresaba mal, pero con mucha intención y mayor intensidad.Nuestra llegada al castillo coincidió con un cambio de guardia y no necesitamos hacer más comentario que una mirada de reojo para entender que estábamos ante un buen ejemplo de lo absurdo-militar. El relevo de dos centinelas por otros dos, hecho todo con paso gansuno, pasó por una breve etapa en la que los reemplazos fueron directa y marcialmente a estrellarse con el muro de la fortaleza. Minutos más tarde estábamos ya en el cuarto del tesoro, donde se encuentra, en oro, la cabeza de la reina Ludmila y algunas cositas suyas y de fines del siglo XIV, muy cerca de la mitra del santo checo Vojtecha, del siglo XIII, dos maravillosos cuernos de caza del siglo X y muchísimos tesoros más, todos eclesiásticos Terminé mi visita al recinto de tesoro como media hora antes que José, motivo por el cual, llevado por el afecto y el temor a herir susceptibilidades, la volví a empezar donde nuevamente se encontraba en oro la cabeza de la reina Ludmila.

Era importante e histórica la emoción de José cuando salimos por fin, y momentos más tarde comprendí y comprobé que el hombre se me iría quedando enlagrimado y con una expresión que se debatía entre la beatitud más serena y duelo al sol a cada rato en cada museo y ante cada santo y cada reina. Lo monárquico le encantaba definitivamente y su conocimiento de los matrimonios entre reyes, con lujo de detalles y demás contubernios o concubina tos, hijos, ceremoniales y hasta presentaciones en sociedad y jet-set, lo habrían cualificado perfectamente para encargarse de una edición histórica de la revista Hola. Por lo demás, según mi amigo checo, profundo conocedor de la vida en la corte, los reyes no se casaban con tal rey o con tal reina, no, señor; los reyes se cansaban entre ellos, y así tal rey se cansó con tal reina, y viceversa.

El presidente de Angola había abandonado por fin Praga, o sea que ya todos los accesos del castillo habían sido abiertos a la circulación peatonal. De la primera plaza pasamos José y yo a la segunda, y esta vez sí que pudimos extasiarnos con el gótico original, en parte, y nuevo, también en parte, de la fabulosa catedral de San Vito, que según José se empezó a construir en el siglo XII y se seguirá construyendo el siglo próximo y para siempre ja más; en fin, un poco como la Sagrada Familia, de Barcelona. La catedral de San Vito forma parte de aquel conjunto de joyas de la arquitectura universal que son la máxima justificación y el mayor logro de la Iglesia católica, aun que me terno que a Jesucristo no le habría gustado que san Pedro construyera tanto y tan grandioso sobre la piedra en que le mandó edificar su Iglesia, motivo por el cual no dejan de, tener razón aquellos que piensan que las ideas de Cristo eran tan buenas que fue necesario inventar la Iglesia católica para contrarrestarlas. Pero José se me ha emocionado en la capilla del rey san Wenceslao, y con voz de confesión me cuenta que se trata del santo patrón de Bohemia, agregando al cabo de unos segundos con voz que ya es de penitencia, que se trata del santo patrón de la patria bohemia. "Nada menos José", le comento como quien acompaña mucho a alguien en su dolor. Luego, como quien se con suela de una. gran pena, aunque no mucho, el amigo checo me hace visitar la capilla de San Juan Nepomuceno, bajo la cual están enterrados los reyes de la nación checa. La callejuela de oro con sus casitas casi de muñecas, pintadas de colores para niños, fue también residencia de los alquimistas mucho antes de que en una de ellas, tal vez la más chiquita, malviviera Franz Kafka, obsesionado sin duda en probarle a uno de los grandes amores con los que jamás quiso casarse (en su, afán de llegar a ser sólo espíritu) lo pésimamente mal que andaba el problema de la vivienda en Praga, todo mediante la más minuciosa correspondencia. La verdad, entre los personajes ilustres que todos conocemos, sólo Cristóbal Colón, con su estrechísima casita de Génova, podría rivalizar con Kafka. Aunque la verdad es que el autor de El proceso le gana en puertas al autor del descubrimiento de América. El hombre, literalmente, tenía que inclinarse ante el mundo para pasar de una habitacioncita a otra. Pero José es checo, y a los checos, por más que Kafka ande todavía medio prohibido y tenga una aureola que recuerda a la de Ducek y la primavera de Praga, un judío que escribió en alemán es algo que los conmueve mucho menos que una reina que se cansó con un rey.

Abandonamos el castillo y nos situamos en un punto que nos permite ver una excelente panorámica de Praga: el puente Carlos, que cruzaré dentro de un rato, el Teatro Nacional, el edificio de la enorme empresa que comercializa maquinaria y vehículos Molotov, algunos de los grandes hoteles, como el Panorama o el Forum, y, a la derecha, la ciudad moderna, llamada Ciudad del Sur. Pero hay mucho más Praga que ver y regresamos a la camioneta para emprender un descenso que rápidamente nos lleva a la calle de Jan Neruda y a la casa misma del poeta optimista. La casa se llama Dos Soles y, mientras me la señala, descubro que para José los poetas, o Jan Neruda en todo caso, son inmortales: "En esa casa", me dice, "está viviendo Jan Neruda. Y abajo sus padres están teniendo una tienda".

Poco rato después cruzarnos la plaza en que se halla la sede del Gobierno federal, y José me la señala y me lo explica todo, pero haciendo tan triste hincapié en lo federal del Gobierno que inmediatamente me convierto en el mejor entendedor y enmudezco. Nuestro camino sigue entre facultades de la universidad Carolina, que suman más de 100, a las que se añaden las escuelas especializadas, y que, fundada por Carlos IV, domina plenamente la vida cultural del país. Y al llegar al complejo de Santa Inés y la Galería Nacional mi cansancio de mal turista desaparece por completo. ¡Maravillosa pintura checa del siglo XIX! Casi incomparable, diría yo, a juzgar de Josef Manés (Mujer al anochecer y Mujer al amanecer), que fue hijo de Vaclav Manés y hermano de Antonnin y también creo que de Guido. La familia entera se reúne en la galería, y qué maravilloso el Anochecer con lluvia de Slavicek y el Anochecer de primavera de Jean Preisler, y por nada del mundo hay que perderse los cuadros de Josef Navratil, en los altos de la galería.

Durante un almuerzo tardío, largo y muy conversado creo penetrar en el secreto del mercado negro. A pesar de que cualquier tienda de ropa o alimentos de Praga está repleta de todo lo que uno pueda necesitar, y de primera categoría, el fetichismo de lo extranjero se ha encarnado en las tiendas llamadas Tuzex, algo así como una niezcolanza-resumen de todas las boutiques del mundo occidental. En ellas se compra con las llamadas coronas túzex y en el banco le dan a uno más de cinco de estas coronas por un dólar. Ahora bien, un checo puede adquirir una corona túzex por cinco coronas checas en el mercado negro. Todo un círculo vicioso y negro, por lo visto, y cuanto más pregunté más me contaron por aquí y por allá que todo ese mercado es un tremendo negociado que, a veces, está en manos de altos funcionarios de la nomenclatura (ello explicaría que una misma persona permanezca años en la puerta del mismo hotel y que nadie le impida seguir comprando tranquilamente sus dólares negros); otras veces, me aseguran, el mercado negro de dinero podría estar controlado por mafias polacas que hasta tienen sus casitas de cambio en su propio domicilio, todo tan clandestino como abierto al público a cualquier hora del día y de la noche.

Y empieza a caer la noche mientras pasamos por el moderno hotel Internacional. Al frente, una colina donde hasta principios de los sesenta se alzaba una gigantesca estatua de Stalin, en el lugar de primero de la clase y seguido en fila de uno por las estatuas del auge del comunismo estalinista: la del soldado, la del obrero, la del campesino y así las de los demás representantes del pueblo. José comenta: "Pero el pueblo le llamaba la cola para comprar el pan". Busco cigarrillos negros que no hay en el estanco y, gracias a José, los encuentro en uno de los mil supermercados Potravini, donde no se venden cigarrillos normalmente. Nada que envidiarle a un supermercado francés o español, y entre los productos de primera que se exhiben en las vitrinas, un poster grande y buen mozo de Gorbachov al que las amas de casa le sonríen al pasar, a pesar de que por todos lados me cuentan que si hay algo que le apesta a un checo es un soviético.

Amor prohibido

En la iglesia del Niño Jesús de Praga me tropiezo, por indicación de José, con santa Rosa de Lima y san Martín de Porres, compatriotas ambos y con excelente reputación en mi país. Lo cual me hace pensar que aún no he visitado el populoso barrio de Zizkov, cuna de grandes poetas, como Seifart, a quien nadie conocía hasta que ganó el Nobel, y cuna también de valientes y combatientes sindicalistas. Al margen de esto, Zizkov es el equivalente checo de Vallecas, en Madrid, o del barrio grone de la Victoria, en Lima. Digamos, pues, que no apto para turistas, salvo que quieran llegar a lo alto del cerro Vitkov y visitar un Memorial Nacional ecuestre, reunirse clandestinamente con un amor prohibido, acercarse a las tumbas de todos los presidentes de la República, pero sólo a partir del 1948 socialista hasta nuestros días, o más sencilla y bellamente contemplar una de las más perfectas panorámicas de la tristísima belleza de Praga.

Cuatro veces crucé el puente Carlos el día que estuve con José. Para mí, que he visto pasar agua bajo muchos puentes y he estado en muchos Senas, el de Carlos IV es el, puente más bello del mundo. El río VItava se ensancha y al atardecer otoñal despliega bajo la resolana colores como plumas de pavo real. Uno siente primero algo pesado sobre los hombros, como cuando llega a Atenas y lo aplasta el principio de algo inmensamente suyo. Después, entre mirón y cabizbajo, se abruma. Finalmente llora de belleza y de ausencia. Es un llanto quedo y stendhaliano el que produce la visión de la hermosura total, pensando en el ser amado y lejano. Que así es la rosa. Veinte o treinta estatuas, entre las que escojo la de Matías Braun, no lo acompañan a uno para nada. Está terriblemente frío este entrado otoño de guante. José no me acompañó nunca en esta travesía. Prefería dejarme vivir y gozar en solitario esta suerte de hora grande, de mucha verdad. Y yo repetía siempre el mismo itinerario. José me dejaba en la torre del puente y con la camioneta se iba a esperarme al otro lado del río, junto a la torre de la ciudad vieja.

La iglesia de San Nicolás, joya del barroco, y algunas célebres cervecerías de la Mala Strana completaron una jornada que debía terminar en casa de Marina, esposa de uno de los mil redactores de la revista Internacional, del partido comunista, con sede en Praga y edición en 46 idiomas, como para que siga rondándonos el fantasma del comunismo. Marina es venezolana y me recibe con ese alboroto intenso e inmenso que arman los amigos venezolanos cuando uno llega. Me despido de José obsequiándole una botella de whisky. Y como que se la bebió de un trago cuando empezó a darme las gracias.Praga está repleta de todo lo que uno pueda necesitar..., el fetichismo de lo extranjero se ha encarnado en las tiendas Tuzex, algo así como una mescolanza-resumen de todas las 'boutiques' del de el undo occidental.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_