Solidaridad

EL TEMBLOR de tierra que ha arrasado varias ciudades de Armenia, una de las mayores catástrofes naturales que se han producido en el mundo en las últimas décadas, ha servido para demostrar no sólo el nuevo talante con el que los dirigentes del Kremlin se relacionan con el mundo, sino también la percepción que desde Occidente se tiene de un pueblo cuyo tránsito por la historia se mueve frecuentemente entre la tragedia y el heroísmo.Sólo así se explica el inmediato y gigantesco esfuerzo de solidaridad que la maltratada tierra de Armenia ha suscitado en Occidente. Organismos oficiales y entidades privadas -entre las que se cuenta la iniciativa tomada conjuntamente por este periódico, el italiano La Repubblica y el francés Le Monde- se han movilizado con prontitud para enviar a las regiones arrasadas los productos más imprescindibles, equipos médicos y recursos económicos para paliar las enormes pérdidas causadas por la catástrofe.

El terremoto ha puesto también a prueba la nueva política informativa en la URSS. Nunca, hasta esta ocasión, la Prensa y la televisión soviéticas habían mostrado, con imágenes vivas, el llanto y el sufrimientos humanos. Hasta hace poco, las catástrofes se rodeaban de silencio. Con ocasión del desastre de Chernobil, hace poco más de dos años, se tardó una semana en reconocer los hechos.

En su reciente discurso en la ONU, Gorbachov afirmó que los intereses comunes de la humanidad deben colocarse por encima de las contradicciones de clase e ideología. El destino ha querido que esa idea haya tenido que traducirse en hechos, en un plazo brevísimo, ante una tragedia horrible. Cabe esperar que la conjunción entre la nueva actitud adoptada por la URSS y la conducta de los Gobiernos occidentales para aliviar el sufrimiento de los armenios ayude a reforzar un clima de cooperación, necesario para otras empresas.