Reflexiones sobre las razones y sinrazones de la huelga del día 14
La huelga anunciada para el 14 de diciembre esta siendo objeto de análisis, comentarios y previsiones de muy diverso carácter. Para los adversarios de la huelga, su propósito no está claro, y argumentan que la intencionalidad política que indudablemente lleva consigo la convocatoria -una crítica global a la política económica general del Gobierno- pretende diluir, tras la denuncia de la ventaja que el índice de precios al consumo (IPC) lleva a los salarios y las carencias del Plan de Empleo Juvenil, toda una serie de aspiraciones más profundas de carácter marcadamente hostil a los enunciados de la Moncloa.En España, en el presente que vivimos como historia hay expresiones que intencionadamente se cargan de dramatismo: el Frente Popular sirve para evocar la guerra civil por la reiteración propagandística de tantos años de la era de Franco; y la huelga general se relaciona con momentos históricos como el de 1917, que planteó la quiebra de la restauración pero también llevó al PSOE a comparecer por primera vez como gran fuerza política. Y lo dicho resulta aún más claro cuando se recuerda la huelga general revolucionaria de 1934, que comenzó a minar la misma viabilidad de la República. Se tiende, con toda la fuerza de la televisión, a aflorar el temor subyacente para así manipular situaciones como la actual, que, también históricamente, tiene muy poco que ver con las dos anteriormente aludidas.
Es evidente que la importancia de la huelga anunciada del 14-D no radica sólo en lo que supone de reivindicaciones económicas, por muy importantes y fundadas que puedan ser y estar. La clave de la mayoría de los comentarios desde los sectores derechizados de, la sociedad española estriba en que por primera vez desde 1977 las gentes que votaron al PSOE se atreven a enfrentarse con la línea oficial de un partido que ha sabido irse haciendo más y más monolítico... y más y más de derechas.
Involucionismo social
La huelga supone, desde el sindicalismo menos acomodaticio, una respuesta al involucionismo social del proyecto socioeconómico de Felipe González, que se nuclea en un esquema bien conocido: moderación salarial, prioridad al IPC, relegación del empleo, simbiosis con la cúpula financiera y las transnacionales, olvido de las marginaciones e hipertrofia burocrática y prebendaria con las no investigadas situaciones del tráfico de influencias. Y todo eso, bien que se avisó, es en su conjunto la derivada de la derechización política con un atlantismo a ultranza que ahora culmina con la integración en la estructura militar de la OTAN, la continuidad de la dependencia de EE UU, con bases norteamericanas en nuestro suelo y buques nuclearizados en nuestras aguas, y con un final para dejarlo todo "atado y bien atado" que es el ingreso en la UEO. Con el amor a Reagan llegó la reaganomics, y con la desmesurada admiración por la señora Thatcher, el giro antisocial se ha evidenciado ad nauseam.
Ante el 14-D, que tiene razones económicas y también un innegable sustrato político, -¿quién a estas alturas puede pretender todavía que vaya a separarse la economía de la política?-, la respuesta desde el oficialismo del PSOE y del Gobierno sigue pautas claramente autoritarias, como expresión totalizadora de la soberbia del poder. Desde los baluartes seminales de la Moncloa, la huelga general se anatematiza como gravísimo acoso al Gobierno, y se ponen en tensión los hilos para que se alcen voces agoreras clamando que estamos ante un reto a la democracia que aspira a sustituir al Parlamento por la calle; para terminar todo ello declarando de la forma más cínica que el paro laboral es subversivo y que con él se hace el juego a los comunistas. Letras y músicas que tienen una cierta resonancia retrofranquista. "Cosas veredes inyo Cid".
En estos días previos al 14-D sólo falta ya que se nos haga otra vez la célebre pregunta sobre 11 quién va a gestionar el resultado de la huelga". Como cuando se preguntó, del modo más brutalmente goebbeliano, desde TVE, que quién iba a gestionar el temido y preabominado no a la OTAN del referéndum del 12 de marzo de 1986.
La huelga general del 14-D, sin entrar ahora en su génesis concreta, en sus centros de iniciativa, en lo que pueden ser sus instrumentos y en lo que serán sus logros efectivos, es a todas luces una réplica radical a quienes pretenden disfrazar los objetivos del big business con una lección más bien grosera de macroeconomía, en la que se nos advierte solchaguianamente que el mismo keynesianismo es ya toda una amenaza al sistema. En este mismo periódico, un insigne estadístico y economista daba hace pocos días los argumentos de esa postura: que no hay razón para la huelga porque en los dos últimos años se han creado empleos, y porque los salarios reales de los ocupados han aumentado más rápidamente que el IPC, y porque la inversión sigue creciendo. Lo que tan insigne estadístico y economista no quiso mencionar es que la distribución de la riqueza y de la renta presenta en nuestro país los máximos desequilibrios de la Comunidad Europea -si se excluye a Grecia y Portugal-, que el nivel de paro, de cualquier forma que quiera medirse, es el más elevado de todo Occidente, y que el enriquecimiento de algunos núcleos de la oligarquía financiera -que ahora, más elegantemente, se denomina cúpula- alcanza cotas casi inconmensurables; a lo que han contribuido también grandes magnates foráneos, verdaderos capitanes intrépidos de la rápida colocación de ingentes masas líquidas de recursos sin otro objetivo que superenriquecerse a corto plazo.
La huelga general anunciada, aunque los promotores de la misma no lo hayan dicho expresamente, se prefigura como una protesta frente a ese estado de cosas; y así lo entiende mucha gente que sabe, además, que el progreso no se hace con crucigramas macroeconómicos sofisticamente explicados. El 14-D puede ser una réplica al hermetismo en la elaboración de la política económica desde los reductos del Ministerio de Economía y Hacienda con los grandes de la banca y con lo menos progresista del empresariado; sin olvidar las recomendaciones de un poder transnacional que está convirtiendo España en una reserva cinegética para toda suerte de cacerías financieras.
La huelga general puede haberse hecho inevitable porque el Gobierno ha desoído las voces que le pedían una reflexión profunda sobre su política, para introducir algunos cambios sustanciales al llegar la celebrada recuperación que se identificó tantas veces con el también anunciado "final del sacrificio de los trabajadores". Se ha desoído al Parlamento, al que se desprecia olírnpicamente; como también se ha evitado, no sin malicia y con no pocas manipulaciones, una confrontación para llegar a acuerdos con los sindicatos. Y ahí está, sin ir más lejos, la doble negativa del Gobierno de crear el Consejo Económico y Social como desarrollo constitucional para una reflexión continua y en transparencia de los grandes temas económicos y sociales, que en su profundidad serían el armazón de cualquier proyecto de verdadera modernización de España.
Perder los papeles
El Gobierno no puede perder los papeles ahora. Porque a todos nos va mucho en este trance histórico. En esta huelga general, preciso será recordarlo, no está sobre el tapete la toma del poder por las clases trabajadoras. No se pide un cambio de sistema, sino simplemente una visión más social de la política económica. En esta huelga general tampoco se plantea la caída del Gobierno a través de la disolución de las Cortes para ir a unas elecciones generales anticipadas. Lo que está en juego simplemente es la trama de la política económica, empezando por la forma de expandir el empleo y por el modo como deben negociarse los salarios.
El Gobierno, y el PSOE oficialista, deberían ser más propicios a recordar la base social de los votos que en 1982, y en 1986 con menor entusiasmo, los llevaron a la mayoría en el hemiciclo y al poder en la Moncloa. Por ello debería entrar en la senda de un tratamiento más razonable de toda una serie de problemas de nuestra sociedad de hoy: empleo, poder adquisitivo de los salarios, jornada de trabajo, erradicación de la marginación y la pobreza; transformación gradual, en suma, de la política económica, para enfrentarnos con tantas manifestaciones de dualismo -instituciones unas para ricos y otras para pobres- en la cultura, la sanidad, la justicia, el funcionamiento de los servicios públicos, etcétera.
El resultado lógico de la huelga anunciada, por el que todos deberíamos trabajar sea cual sea su alcance, es conseguir un reajuste profundo de la política económica y social: el giro social que tantas veces se ha pedido. Para que la Constitución, de la que ahora celebramos el décimo aniversario, deje de ser un libro sagrado que pocos leen y en el que no se cree por tantas promesas incumplidas. A sólo jornadas del Día de la Constitución, el 14-D podría ser el comienzo de un nuevo impulso hacia el futuro sobre el doble carril de la economía mixta y de la democracia avanzada que impregnan el modelo socioeconómico de nuestra ley de leyes. Ése es el fondo de toda la cuestión.
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