Gobierno y sindicato, el mismo aparato
Volvamos, a la vuelta de los años, a usar del hueco que nos brinda este Diario, ¿no?, por más que haya que vencer mil penosas resistencias que razón y corazón oponen. Porque, digamos aquí lo que digamos, ¿no es inevitable que aparezca como la opinión de un señor, como las ideas de Fulano?, cuando lo que uno deseaba era, no expresar sus ideas personales, no aportar su opinión, al armonioso y democrático conjunto de las opiniones, sino decir sencillamente la verdad. Ssssch, señores: no hay por qué estrepitarse: eso de decir la verdad no es tan sublime y escandaloso como parece: se trata nada más que de intentar, justamente, abandonar un poco la persona de uno, dejarse hacer un poco pueblo, y así decir con cierta claridad lo que el pueblo siente y dice más o menos oscuramente: ese pueblo -ya entienden ustedes- que no es nadie, que no tiene número ni nombres propios, que es lo contrario de las masas de individuos en que Estado y Capital están continuamente convirtiéndolo para el dominio y el manejo (las cuales masas, en el sumo progreso de la democracia tecnocrática, manifiestan su voluntad conjunta por medio de la suma de las voluntades de cada uno, que se expresan en la votación personal, o en la elección personal de una marca de auto o de televisor, ¡así se los metieran Ellos por donde no digo!) ese pueblo que no tiene más gracia ni riqueza que ser el rey sin nombre de la lengua corriente, en que no mandan Empresa ni Autoridades, y que por debajo de las masas de individuos sigue tal vez viviendo. Es ello lo que puede decir la verdad, o sea declarar la mentira que Estado y Capital le imponen como primera arma de dominio. Otra cosa es que no acierte uno a dejarse sentir y hablar como pueblo, y por tanto se equivoque y no diga la verdad; eso es ciertamente un riesgo; pero si empieza uno por, modestamente, dar su opinión personal sobre el asunto... pues ya estamos al cabo de la calle; y ¿a quién diablos le interesan las opiniones personales de un tío, como no sea a las comadres culturales?Pues bueno, ya que estamos aquí, ¿qué, es lo que el pueblo siente y dice acerca del alboroto ese de la huelga general anunciada para un próximo futuro día? Porque ése es el ejemplo que de modo inmediato me ha movido a volver a este Periódico, al haberme tenido que negar el otro día a la petición de algunos amigos que estimo mucho (hasta el punto de que casi los saco de la clase de los Intelectuales), que me invitaban a firmar un escrito de apoyo a la citada huelga, y hube de explicarles que, por supuesto, atacar al Gobierno desde acá abajo, no por ser éste, sino cualquiera que sea (este no es más que el actual representante del eterno), eso es cosa que hay que hacer siempre sin más averiguaciones, es casi como un deber del pueblo que bajo Él padece; pero que, vamos, hombre, atacarlo desde los Sindicatos y en apoyo de la lucha sindical, hacer cualquier cosa que contribuya a reafirmar la mentira de que los Sindicatos son a estas horas algo como representantes del pueblo, algo diferente de los Gobiernos, y que pueda oponerse a Ellos, eso nunca, ¿a qué santo? Deber más elemental aún el de no colaborar con las mentiras que le venden a la gente.
Hace ya muchos años que las Organizaciones Sindicales han venido a formar parte integrante del aparato de la Empresa y el Capital en sus formas más progresadas, y las reivindicaciones sindicales contribuyen a la dinámica del Sistema, que es su mantenimiento: no es ya sólo que la Banca y la Empresa, el Capital (y con Él el Estado, pues que, con el progreso del Progreso, los dos son cada vez más uno mismo) cuenten con las periódicas reclamaciones, esencialmente salariales, que los Sindicatos, como dicen los ejecutivos, instrumentan, y con las periódicas discusiones de Patronales y Laborales sobre la décima más o menos en el coeficiente de incremento de la tasa gradual del incentivo de producción en relación con el índice de reajuste de los precios de los productos del tramo "B" de la escala de revisión inflacionaria para el período respectivo: es que ya, sin eso, sin esa contribución de las reivindicaciones sindicales a la regulación de la carrera de precios y salarios, en cuyos márgenes de oscilación consiste todo el juego de la Banca, quedaría el Capital en grave desconcierto (hace tiempo que el Dinero sólo vive de su inestabilidad y del consiguiente juego con el Tiempo) y con Él el Estado, que, a pocas vueltas y con escaso disimulo, es lo mismo que el Capital. Tan necesaria ha venido a ser para las formas actuales del Poder la colaboración de las burocracias laborales. Así que no hay la menor posibilidad de que se dé un enfrentamiento de veras entre un Estado como éste de aquí, que es un buen ejemplo de cualquier Estado progresado, y las correspondientes Organizaciones Sindicales de sus trabajadores.
Pues bueno: siendo esto así de claro, que deberían aprenderlo los niños en la cartilla de primeras letras, ¿cómo es que a estas alturas se nos ofrece aquí ese espectáculo de furibundo enfrentamiento de los Sindicatos contra el Gobierno, presto a manifestarse en una tremenda huelga general para día próximo futuro, y de airada oposición y protesta de los Representantes del Gobierno contra ese desmandamiento de los Sindicatos?
Está patente el beneficio de esa gresca monumental para las dos partes: por su parte, el Gobierno, al oponerse a esa demanda de las Organizaciones Laborales y hasta aplicarles piropos de revolucionarios o poco menos, se está asegurando, por si hacía falta, la confianza de la Empresa y de la Banca, que, aunque bien tranquilas ya con ese tipo de Administración, a lo mejor, vaya usté a saber, todavía, por aquello de llamarse socialista o tonterías por el estilo, tenían alguna mosca que les rondara tras la oreja tocante a la seriedad, formalidad y realismo con que contaban en el Gobierno. Los Sindicatos, por su parte, al mostrarse capaces de hacerle frente hasta al más progresado y socialista de los Gobiernos, tratan de ganarse, que falta les hacía, alguna renovación de la fe en que de veras representan los intereses de los de abajo, de los explotados y manipulados desde Arriba, al menos en su condición de masa de trabajadores y, consiguientemente, compradores (pero es que el pueblo, lo primero, no quiere trabajar, ni produciendo inutilidades ni tragándoselas luego, y no quiere, desde luego, organizarse en burocracia laboral ninguna; pero, eso sí, beneficio para todos: cuanto más se consiga ilusionar al pueblo con semejante paripé de lucha organizada, más se aleja el peligro de que, a lo mejor, lo que en la gente de abajo pueda quedar de vivo tenga la ocurrencia alguna vez de levantarse contra todos los maquinistas de cualquier oficina de la Administración).
Así que el rendimiento que, a izquierda y derecha, sacan Gobierno y Sindicato de su espectacular disidencia y discrepancia, es pingüe y evidente. ¿Hacen falta más explicaciones para el fenómeno?
Es, a decir verdad, tan de sobra evidente ese tinglado que... En fin, no vamos a caer en aquello de atribuir demasiada finura de inteligencia al Estado y al Capital, cuando siempre les estoy diciendo a los amigos que se guarden de imaginar mentes sutiles y maquiavélicas en los dirigentes de la Administración: a la Administración no hay que suponerle más que una astucia media, una astucia como de simio ilustrado o de computadora. De manera que no voy a decir que de esa trama de la Gran Huelga y el aparatoso enfrentamiento de Sindicatos y Gobierno tengan que ser propiamente conscientes el Estado ni el Capital; pero es, en efecto, tan claro el caso que no puedo menos de sospechar que algunos de los más listos de los Altos Ejecutivos si que lo entienden algo, y un poco saben ya por lo bajo lo que hacen, cuando claman líderes sindicales contra ministros y ministros contra líderes sindicales.
Pero, al fin y al cabo, ¿qué le importa al pueblo hasta que punto sean Ellos conscientes de sus farsas? Importa intentar ponerlas al descubierto, y no cansarnos una y otra vez de declarar con la voz del niño del cuento, que es una voz de veras popular, "El Rey está desnudo", sea cualquiera la hilatura de ilusiones con que se haya fingido en cada nueva ocasión vestirlo.
Eso es lo que aquí tratábamos de hacer con motivo de la huelga del futuro día, y dar así un poco de voz a lo que el pueblo siente. Si me he equivocado en ello, ya habrá algunos. que me lo avisen.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.