Nosotros
Hubo un tiempo en que los chinos hacían autocrítica. Subían a los escenarios de la historia y se golpeaban con el Libro Rojo sobre el pecho doliéndose de sus desviaciones ante unos cuantos millones de bicicletas. Inmediatamente después de la autocrítica los chinos acostumbraban a hacer más buena cara, como fregonas felices abrillantando revoluciones. Pero luego descubrieron la corbata y la coca-cola y las autocríticas pasaron al museo. Ya nadie se lamenta de sí mismo. Ni en China ni aquí. La culpa de las cosas es cosa de las cosas, pero en ningún caso es culpa nuestra. Hemos arrumbado autocríticas, psicoanálisis, confesiones, y ahora vamos por la vida con la conciencia recién salida del planchista. Somos -eso sí- unos enormes profesionales. Y el que lo dude, señal al que no nos merece. Así de chulos.A veces conviene que el periodista se moje los pies en el bidé autocrítico y se ventile los sobacos de la inercia informativa. Ya ven. Muchos de nosotros soñamos con el Pulitzer y nos pasamos el día estirando noticias de goma, rebañando la escudilla de crímenes olvidados, montando absurdas guardias para confirmar que los genios también mueren, examinando el forro de banqueros forrados y sacando punta a puntillas de mundanas lencerías. Éramos el cuarto poder y ahora somos el cuarto de estar.
Corren malos tiempos en el oficio de contar las cosas. Se percibe en estas noticias longevas donde los periodistas nos limitamos a poner palabras sobre palabras como si la realidad fuera una suma de folletines por entregas. A veces incluso llegamos a confundirnos de clientes y escribimos para un solo lector bajo la lectura perpleja de otros miles. Torpes administradores de vanidades ajenas, nos hemos vuelto adictos de nuestra precaria vanidad. Teníamos mesa reservada entre el futurólogo y el archivero, pero nos encanta hacer de majorettes encantadoras. Pudimos ser un cuerpo de elite, pero la elite ha empezado a comprarnos el cuerpo. Desolados, asistimos a la evidencia de reconocernos meramente humanos.
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