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Sábanas de oro en la Renfe italiana

Cuatro miembros del consejo de administración están ya en la cárcel y el 'culpable' ha huido a EE UU

Juan Arias

Los ferrocarriles italianos han sido siempre una de las estructuras del Estado que peor ha funcionado. El tren es la única cosa barata en Italia. Para remediar un mal atávico, semejante al del correo y los teléfonos, se intentó hace unos años independizar los ferrocarriles del Ministerio de Transportes, convirtiéndoles en un organismo autónomo, con su consejo de administración propio, aunque siempre bajo la égida ministerial. Se pensó que empezaba una nueva era y que por fin los trenes iban a funcionar en Italia como en los países más civilizados.

Algunas cosas mejoraron, la impuntualidad perdió terreno. Pero el escándalo no se ha hecho esperar, y es de tales proporciones que ha obligado a dimitir al propio presidente de los ferrocarriles, Lodovico Ligato, democristiano, y a todo su consejo de administración, mientras que el Consejo de Ministros ha tenido que nombrar deprisa y corriendo un comisario con plenos poderes en la persona de Mario Schimberni, ex presidente de la Montedison, el gran coloso químico del país.El nuevo escándalo tiene por nombre sábanas de oro y le ha costado la cárcel a cuatro miembros del consejo de administración: el democristiano Gaspare Russo, el comunista Giuliu Caporali, el socialista Ruggero Ravenna y el liberal Francesco Baffigi. Otras 20 personas, entre ellas el ex presidente Ligato, están siendo interrogadas por los magistrados. El protagonista del drama se halla fugitivo en Estados Unidos, aunque desde su escondite ha hecho saber que está dispuesto a presentarse si se le asegura la libertad vigilada.

Se trata de un personaje emblemático, sobre el que ya pesaba una orden de detención, acusado de haber especulado a favor de una fábrica suya en tiempos del terremoto de Irpinia. Se llama Elio Graziani, de 48 años, natural de Avelino, tierra natal del presidente del Consejo, Ciriaco de Mita. Hijo de un obrero de los ferrocarriles y primero de seis hermanos de una familia muy pobre, empezó trabajando como obrero también en los ferrocarriles y después decidió estudiar en la Sorbona. Es el descubridor de un disolvente que remueve las partículas electrostáticas de las partes mecánicas de los trenes.

Después decidió hacerse empresario. Creó cuatro fábricas químicas, con 1.000 obreros y una facturación de 50.000 millones de pesetas. Pero el salto lo da cuando consigue, con apoyos políticos que la magistratura está investigando, adjudicarse una subasta de los ferrocarriles para suministrar, en cinco años, 20 millones de juegos de cama (sábanas y fundas de almohada) para los coches-cama, de un tejido-no tejido de usar y tirar. A la subasta fueron invitadas 23 empresas, ninguna de las cuales, excepto la de Graziani, poseía, al parecer, los requisitos para adjudicarse la subasta. Las demás que podían haber concurrido, y que ahora han levantado la liebre, no fueron ni consultadas. Al constructor napolitano, los ferrocarriles le pagaron 700 pesetas por muda, por un total de 15.200 millones de pesetas, cuando ahora se ha demostrado que empresas yugoslavas, por un material mejor, no cobran más de 40 pesetas por juego. Más aún, se ha probado con exámenes químicos oficiales que las sábanas de oro vendidas a los ferrocarriles son peligrosas, porque resultan altamente inflamables. Además, Graziani ha vendido jabón y papel higiénico a la Renfe italiana que, según se ha descubierto, tampoco se producía en sus fábricas.

A todo ello hay que añadir que los ferrocarriles han vendido en una subasta fantasma 20.000 mantas nuevas de lana al precio, al parecer irrisorio, de 30 pesetas cada una. Probablemente para poder comprar (¿a quién?) mantas nuevas también de tejido-no tejido.

Según un editorial de La Repubblica, las sábanas de oro son sólo la punta del iceberg de un escándalo de proporciones mucho mayores que probablemente no saldrá a la luz porque están involucrados todos los partidos. Un escándalo que ha impedido que los ferrocarriles italianos se hayan modernizado al haberse convertido en una vaca lechera de la que, al parecer, han mamado muchos más de los que hoy aparecen y que forma parte de ese mal atávico de la financiación de los partidos en este país.

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