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Estonia, otro dolor de cabeza soviético

La población autóctona de esta república báltica rechaza a los emigrantes rusos

Pilar Bonet

Una fisura profunda se ha abierto a las orillas del mar Báltico entre dos comunidades que se sienten mutuamente amenazadas y viven dándose la espalda, en mundos cerrados y sin comunicación. El escenario es Estonia, una de las 15 repúblicas soviéticas federadas, cuyo territorio y población representan, respectivamente, el 0,2% y el 0,6% del Estado. Los protagonistas son, por un lado, los estonianos, la población autóctona de esta zona que en su larga historia ha conocido la invasión de los daneses, los alemanes, los suecos y los rusos, y, por el otro, los emigrantes llegados aquí a partir de 1940, cuando el Estado independiente estoniano fue incorporado a la URSS.

Los estonianos, pertenecientes a un pueblo nórdico hablante de una lengua de origen finougrio, son hoy el 60% de la población y tienen pocos hijos. Los emigrantes, que hablan ruso y tienen familias más numerosas, suman el, 40% restante.La palabra migrant (emigrante) saca de sus casillas a quienes llegaron de fuera en busca de una vida más desahogada para trabajar en las grandes fábricas que el poder soviético potenció en la zona. Ellos, que hablan ruso y apenas si comprenden el estoniano, creen que su trabajo, en ocasiones insalubre y duro, les ha dado derechos adquiridos. Los estonianos los ven como el producto de una política de colonización llevada a cabo por los ministerios soviéticos a costa de la destrucción ecológica y dermográfica de los bosques, lagos, ríos y costas de la república.

Estonianos y emigrantes se sienten acosados de forma distinta. Para los estonianos, la amenaza está en la destrucción de su cultura, la cohesión de su nación y el expolio de los recursos naturales. Los emigrantes tienen miedo a ser deportados, privados de su bienestar material y de la comodidad de vivir en un entorno civilizado y relativamente rico sin tener que aprender otro idioma que el ruso.

"Haremos que estén mal"

"Haremos lo posible para que los rusos se encuentren mal aquí", dice, en un arrebato, un culto intelectual estoniano, bien situado en las filas del partido comunista. "Antes de que empezara la política de glasnost, los rusos vivíamos tranquilamente y sin problemas", afirmaba un taxista ruso que llegó a la república en 1948. El taxista no habla el estoniano y simpatiza con las ideas del Movimiento Internacional, un grupo que asegura contar con 150.000 personas- descontentas con la idea de la perestroika, oficialmente apoyada en Estonia. Indrek Toome, el primer ministro; Mariu Lauristin, la catedrática de periodismo de la un¡versidad de Tartu; el filósofo Egdar Savisaar o la intelectualidad estoniana son contemplados con animadversión por el Movimiento Internacional, cuya defensa emprendió Victor Chebrikov, el miembro del Politburó, durante su reciente viaje a Estonia.

luri Rudiak, de 53 años, y Konstantin Kiknadze, de 31, son dos de los miembros del comité coordinador del Movimiento Internacional que se organizó el pasado 16 de agosto. Para ellos, la dirección de la república lleva a cabo una "política de segregación respecto a los rusohablantes con el fin de vetar su acceso a los puestos dirigentes". No ha habido posibilidad de aprender el estoniano por falta de escuelas, de cuadros y de facilidades, dicen Rudiak y Kiknadze, que hablan inglés, pero apenas dominan el idioma local.

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"Nosotros, los estonianos, no aspiramos a la asimilación de la población rusa de la república, sino sólo a las relaciones simétricas entre nosotros: de tal forma que ustedes puedan entendernos a nosotros cuando hablamos en nuestra lengua materna, como nosotros les entendemos a ustedes", manifestaba Mariu Lauristin en una entrevista, en el periódico Sovietskaia Estonia, dedicada a la ley de oficialidad M estoniano, que, de aprobarse, impondrá el uso de esta lengua en toda la vida oficial de la república.

Los cerebros

Al enfoque cultural y lingüístico de las relaciones entre estonianos y rusohablantes, el Movimiento Nacional superpone un enfoque "de clase", que fue recogido por Chebrikov en Talin. "El 80% del proletariado es rusohablante. Los rusohablantes suponen el 91%. de los trabajadores de la construcción y el 75% de los trabajadores del transporte", nos dice Rudniak. "Un 40% de los estonianos en edad laboral realiza trabajos intelectuales", añade.

Los cerebros del Frente Popular de Estonia, capaz de recoger casi 900.000 firmas en contra de las enmiendas a la Constitución de la URSS, son filósofos, escritores, actores, especialistas en humanidades, sobre todo. Los cerebros de la comunidad rusohablante y el Movimiento Internacional proceden de la llamada "intelectualidad técnica" ("la conjura de directores de empresas estatales", según la irónica expresión de un estoniano) y están vinculados a la industria estatal instalada en la república. Evgueni Kogan, que trabaja en una compañía pesquera de Talin, es considerado el alma del Movimiento Internacional. Kogan se mostró "abiertamente agresivo", según medios estonianos, en un programa de televisión que le dio la oportunidad de expresarse el 12 de octubre pasado. Un accidente de circulación en la carretera de Tartu, tres días después, le ha apartado de momento de la vida pública.

El movimiento internacional

La empresa Dvigatel (Motor) de Tallinn es el bastión del movimiento internacional que agrupa a sectores rusohablantes contra las ideas de soberanía de Estonia. Dvigatel es un inmenso complejo de naves industriales de diferentes períodos con varios accesos para ferrocarriles y puertas extremadamente vigiladas. En Dvigatel se produce para la industria bélica y, por esa razón, la visita de Víctor Chebrikov a la fábrica apenas pudo ser cubierta por la Prensa estoniana.Dvigatel es uno de los objetos incontrolados que hoy pueblan el territorio de Estonia sin estar ubicados en los mapas. Con ellos entra en conflicto la enmienda constitucional, según la cual Estonia es propietaria de sus recursos naturales y puede disponer de ellos en función de los intereses de la república. "El Consejo de Ministros y el Ministerio de Defensa de la URSS tienen tensas discusiones, porque los militares no quieren abandonar las muchas instalaciones existentes en territorio de Estonia", nos comenta un activista del Frente Popular, según el cual en la república existen ocho grandes aeropuertos militares con un intenso tráfico aéreo (de salida y entrada al mar Báltico), que no deja dormir a los vecinos. Éstos, afirma el activista, tampoco pueden recorrer muchas de las zonas del país, que están vetadas a los propios lugareños, incluida una buena parte de la costa Báltica. En los últimos tiempos, admite, muchas restricciones han desaparecido, pero otras siguen vigentes. Así, por ejemplo, la visita de un extranjero a Tartu, la cuna universitaria y cultural de Estonia, requiere permisos especiales. "Entre un 10% y un 20% de la población de Estonia tiene carácter militar", señala el activista.

Con estas realidades como telón de fondo, los estonianos elaboran un discurso romántico sobre la república estoniana independiente de entreguerras al que no es ajena la publicación Homeland, dirigida a los expatriados estonianos. En uno de sus recientes números, Homeland, una sola hoja que se edita desde 1985 y no pasa censura previa, publicaba un artículo sobre Konstantín Pats, el antiguo presidente de la República independiente de Estonia deportado a Rusia y calificado hasta hace poco de "dictador fascista" en la terminología oficial.

Bajo una foto de Pats contemplando ensimismadamente el fuego de una chimenea, Homeland había escrito la siguiente frase: "La actual situación política de Estonia es similar en muchos aspectos a la de junio de 1940 cuando Estonia perdió su independencia. ¿Cómo actuaría hoy el presidente Pats?".

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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