El Madrid del buen rey Carlos III
Un paseo por la ciudad que erigió hace 200 años el mejor alcalde de la villa
El paseante que quiera seguir las huellas del rey Carlos III, el mejor alcalde de Madrid, debe comenzar y terminar su itinerario en un parque. Del Retiro al Botánico, recorrerá los paseos del Prado y de Recoletos, subirá por la calle de Alcalá hasta la Puerta del Sol y regresará casi al mismo punto por la carrera de San Jerónimo. El buen rey Carlos III transformó la ciudad en menos de 30 años. No sólo urbanísticamente; también enderezó las costumbres de los madrileños y les ofreció pasiones que han llegado a nuestros días, como la lotería, las terrazas, las tertulias y los mentideros.
Un recorrido por el Madrid de Carlos III debe comenzar en el parque del Retiro, adonde llegó el rey en diciembre de 1759, cuando contaba 43 años de edad. En el parque del Buen Retiro mandó colocar más de 2.000 sillas. Entre otros inventos celebrados hasta nuestro días por los madrileños -como la creación de la lotería y el incremento de tertulias y mentideros, incluso con rango académico-, este rey flemático y laborioso tuvo a bien conceder licencias para que se abrieran en el Retiro tres aguaduchos, precursores de nuestras terrazas.Antes de salir del Retiro, el curioso debe acercarse a la exposición sobre el monarca en el Palacio de Velázquez. Imbuido de este ambiente, se dirigirá a la puerta de Alcalá, tal vez la obra que más se identifica con el rey.
Presentaron al rey varios proyectos para la construcción de esta puerta, con la que el monarca quería dignificar una de las entradas más importantes de Madrid. Seleccionó dos y no supo con cuál quedarse, por lo que mandó edificar anibos, uno por cada cara. El recorrido sigue por el paseo de Recoletos. Esta vía, que marcó el desarrollo urbanistico de la ciudad, no existía antes de Carlos III. El rey la creó nivelando el prado de Atocha, el prado de San Jerónimo y el prado de Recoletos, y consiguió así enlazar las dos arterias principales: la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo.
El caminante puede tomar Alcalá y echarle un vistazo al Oratorio de Gracia, obra también del rey-alcalde, aunque muy transformada a principios de siglo, cuando se simulé una vivienda en su parte posterior para que no desentonara con la Gran Vía. Al final de la calle de Alcalá debe detenerse en el Ministerio de Hacienda. Por esta calle principal desembocará en la Puerta del Sol. Allí encontrará otro edificio singular: la Casa de Correos, actual sede del presidente de la comunidad autónoma.
El actual diseño de esta plazasímbolo de Madrid, que encauza las dos grandes arterias de la ciudad antigua, Mayor y Arenal, hacia una vía de escape, el paseo de la Castellana, da la razón a la idea del desarrollo de Madrid que tuvieron los arquitectos del Carlos III. Se equivocaron otros. Los de este siglo, al erigir la Gran Vía, una calle de grandes ínfulas que pocos años después de su construcción ha sido incapaz de absorber el tráfico entre ambos lados de la ciudad. La prueba definitiva de que Carlos III tenía razón está en que las sedes de los grandes bancos van abandonando la Gran Vía para instalarse en el paseo de la Castellana.
De vuelta por la Carrera de San Jerónimo, el caminante llegará al paseo del Prado y observará a su derecha el Centro de Arte Reina Sofia. Los políticos estan empeñados en rehabilitarlo por dentro, construir tubos en la fachada y llenarlo de banderolas hasta que parezca un centro de arte. Carlos III eligió este solar, situado en uno de los lugares más frescos y aireados de la villa, para otro fin muy distinto: el Hospital General.
Por el paseo del Prado, el rey echaría de menos -si no hubiese muerto antes al ver el edificio del Cuartel General de la Armadauna fuente. Además de las de Cibeles y Neptuno, mandó construir la fuente de la Alcachofa, en la glorieta de Carlos V (hoy pue de verse en el Retiro). La gran obra del monarca en este paseo es el Museo del Prado, donde el curioso puede recrear en los lienzos costumbres y personajes del Madrid del siglo XVIII y com prender mejor los afanes ilustra dos de este rey.
A la izquierda del paseo del Prado queda uno de los edificios más desconocidos de Carlos III la Real Academia de la Historia, en la calle del León.
Pero si el caminante quiere imbuirse en el verdadero espíritu ilustrado de Carlos III, no tiene que andar mucho. En la mitad del paseo está la que fue su obra favorita: el Jardín Botánico. "El rey mandó reunir árboles y plantas y yerbas de todo el mundo, y el jardín, en su apogeo de entonces, mostraba más de 30.000 especies diferentes", dice Camilo José Cela. "En el Botánico, y por orden del rey, se reparten cada mañana -de balde y sin tener en cuenta fiestas de guardar- la plantas medicinales que cada cual necesita".
El caminante tal vez ha agotado sus fuerzas o su tiempo de ocio en este día, pero aún le quedan bastantes vestigios del Madrid de Carlos III para otros paseos. En ellos no debe olvidar la iglesia de San Francisco el Grande, el palacio de Liria o el palacio de Oriente, que Carlos III culminó y habitó por primera vez. Además, puede acercarse al paseo de las Delicias, que este monarca repobló, y al de la Florida, que adecentó derribando unas cuevas de maleantes.
De vuelta a casa, el paseante tendrá tiempo de reflexionar sobre lo que ha visto, y tal vez crea, recordando el famoso retrato del rey vestido de cazador que pintó Goya, que el monarca era un apasionado por el arte de la escopeta. Nada más lejos de la realidad: a Carlos III le aburría enormemente la caza, a la que calificaba de "inocente diversión". Lo que en realidad le entusiasmaba era la artesanía. Manejaba bien el torno y era aficionado a fabricar objetos. Según Gonzalo Anes, hizo la empuñadura de su propio bastón y una caja de marfil, que regaló a su aya, la marquesa de Montehermoso.
Fundó en Madrid la Real Platería de Martínez, la Real Fábrica de Salitre y la Real Fábrica de Aguardientes y Naipes, además de la Real Fábrica de Tapices. No queda vestigio de ellas, aunque en la calle de las Huertas esquina al Prado, el nombre de una calle recuerda la platería.
Se cuenta que cuando el rey mandó construir la carretera de El Pardo, quedó una encina en medio, y no permitió que la derribasen, tal era su amor por la naturaleza. Ante la absoluta indiferencia del príncipe de Asturias -futuro Carlos IV-, el buen rey lanzó a la posteridad la siguiente frase premonitoria: "¡Pobre arbolito! ¿Quién te defenderá después que yo muera?".
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