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La quinta del 'bonsai'

El Plan de Empleo Juvenil del Gobierno ha venido y todo el mundo sabe cómo ha sido. Toda clase de preocupaciones se juntaban, sumaban, amontonaban, interrelacionaban para convertir la cuestión del paro juvenil endémico en una prioridad de la conciencia social: preocupaciones éticas, culturales, sociales, higiénicas y estadísticas. Durante los largos 10 años de crisis económica que han quedado atrás, una parte importante de la generación que había dejado de ser adolescente cuando empezó la transición aún no sabe qué es tener un trabajo estable y en ocasiones ni siquiera sabe lo que es el trabajo como banderín de enganche cultural. Han vivido del excedente familiar o de la asistencia del Estado, o incluso de la nada o del aire, materias de vida perfectamente,detectables en países donde casi siempre hace buen tiempo.Lógicamente, cualquier Gobierno tomaría medidas ante este aparente círculo vicioso, movido por el interés común de integrar en el juego productivo y en la cultura correspondiente a una juventud que, no lo olvidemos, será adulta. Un Gobierno escorado a la derecha trataría de cortar el círculo vicioso con argumentos de seguridad y supervivencia de un sistema que no puede autoconsentirse vagos y maleantes. Un Gobierno escorado a la izquierda ha de utilizar argumentos de ética participativa, es decir, ha de defender la socialización del trabajo como un bien escaso, en tiempos en los que la automoción no ha hecho más que empezar. En época de sincretismo posmoderno es lógico que argumentos de derechas y de izquierdas no sólo coexistan, sino que se complementen e incluso se interrelacionen. Es decir, y ya sin rodeos, hay que conseguir que los jóvenes estén ocupados para que no den tirones para pincharse y sean productivos y, en consecuencia, dignos de poder tener un carné de identidad e incluso seguro de desempleo.

El Plan de Empleo Juvenil que el Gobierno español va a imponer ha aparecido con las crispaciones puestas. Las del Gobierno a la defensiva, consciente de la fragilidad ética e incluso pragmática del plan, y las que aportan los movimientos sindicales que interpretan ese plan como una agresión de fondo a las conquistas del movimiento obrero. No voy a insistir, aunque lo comparto como un hecho de conciencia, y, por tanto, un hecho de cultura, en el previsible punto de vista de los sindicatos, que trata de ser desvirtuado por los proveedores de ideología del Gobierno como un tenebroso ejercicio de corporativismo de trabajadores instalados frente a una juventud sin trabajo. El autor del plan debe haber pasado por toda clase de huertos de Getsemaní hasta que ha descubierto el sistema utilizado por el propio Felipe González para perder los complejos ideologizadores, para convertir los árboles más amenazadores del bosque en domesticados bonsais. Pero sólo recurriendo al juego de manos dialéctico de que hay que elegir entre la nada y el todo se puede justificar éticamente un plan que entrega una mano de obra barata y amedrentada por lo provisional a un empresariado que no es intrínsecamente perverso, pero que es intrínsecamente explotador y maleado en aquella Alta Escuela de Ciencias Empresariales Fáciles que fue el franquismo y que sigue siendo la democracia social congelada.

Éticamente impresentable, pero ya casi todos descendidos del burro de las éticas totalizadoras y acogidos a la protección de lo eficaz, de lo pragmático, el Plan de Empleo Juvenil no garantiza otra cosa que unos miles de puestos de trabajo biológicamente provisionales; biológicamente porque al empresario le bastará esperar a que envejezcan los que ahora tienen entre 18 y 25 años para esperar una nueva camada que utilizar como mano de obra barata y acogida a todas las desgravaciones que la ley le permite. Es decir, este plan puede convertirse en una caricatura de contratación laboral y, llevado a sus últimas consecuencias, garantiza trabajo sólo a los que tienen entre 18 y 25, desde 1988 hasta que se quede el infinito sin estrellas. Es curioso que los proveedores de ideología y depresiones de la Moncloa, después de toda clase de merodeos por la buena, falsa y mala conciencia terminan indignados ante el ejercicio, otra vez, de la sospecha sistemática no ya ejercida sobre el Gobierno, sino sobre los empresarios. ¿Qué razón hay, argumentan, para pensar que un empresanado intrínsecamente perverso va a limitarse a explotar mano de obra joven y no va a quedarse a una parte de esos jóvenes, a los más capaces y válidos, como trabajadores estables? Hay al menos tantas razones históricas para pensar que será así como para pensar que los jóvenes que pasen el filtro habrán tenido que demostrar no sólo su capacidad laboral competitiva, sino también su buen talante y apostura, como los criados en la sociedad premarxista, porque pobre de ellos y de su futuro laboral si se les ocurre embarcarse en una reivindicación durante el tiempo de prueba.

Muy bien: ya que no os gusta el plan, ni ética ni pragmáticamente, ya que sospecháis sistemáticamente de las intenciones estadístico-electorales del Gobierno y de un deseo de plusvalía de cuponazo en la patronal, ¿qué haríais vosotros? La mejor defensa a veces es una pregunta, y los sindicatos, los denigrados sindicatos, provistos de intelectuales orgánicos cuyos números no coinciden con los intelectuales orgánicos del Gobierno, ya han dado hace tiempo su respuesta, tildada de poco macroeconómica, de ignorar un marco general en el que los empresarios juegan y jugarán marcando condiciones. El Gobierno es libre de aumentar o rebajar los tipos de interés y la patronal es libre de contratar o no contratar. Si el Gobierno quiere que el empresario contrate, dentro del sistema capitalista, ha de ir a su terreno y facilitarle las cosas, pero respetando límites fijados por unas conquistas del movimiento obrero que han contribuido a crear un marco de contrato social avanzado que beneficia al conjunto de los trabajadores y no sólo a los instalados. Porque acusar al movimiento sindical de oponerse al plan desde la perspectiva de adultos que ya tienen trabajo significa meter una térmite disgregadora que en realidad trata de ocultar el carácter intrínsecamente disgregador de este plan. De hecho, el Plan de Empleo Juvenil no es otra cosa que una mili laboral que va a permitir al empresariado educar a la juventud en el trabajo provisional y condicionado a reglas de disciplina, aseo, buena conducta y capacidad de desfile. De hecho se propone desconfiar del principio-sospecha de la explotación del hombre por el hombre, para introducir la evidencia de la explotación del joven por el adulto, en una sociedad culturalmente desorientada, en la que sólo tienen papeles claramente atribuidos los niños y los adultos. Los niños, como estamento deliciosamente pasivo merecedor de juguetes o de tribunales tutelares de menores, y los adultos, como fase bioproductiva preferente situada entre la amorfa juventud y la madurez jubilable. Para la madurez jubilable ya habían aparecido algunos sistemas de implicación como la petanca o los autocares despeñables; pero la juventud estricta, esa que va de los 18 a los 30 años, con ese sector no se sabía muy bien qué hacer..

La mili laboral va a ser escuela de ciudadanos, y una de dos, o salen de ella marcando el paso según las conveniencias del sistema, y en clara discordancia con la cultura crítica del trabajo, o salen tan resabiados y tan afectados por unas condiciones de explotación que elegirán para siempre ese tobogán que conduce a las economías sumergidas y a las más sumergidas aún que las economías sumergidas. Los más beneficiados serán los sociólogos del futuro cuando le sigan el rastro a esta quinta laboral y puedan trocearla en las estadísticas diferenciadoras: cuántos consiguieron llegar a ser Mario Conde y cuántos quedaron colgados de toda clase de jeringuillas, conscientes de que por fin pertenecían a una categoría biológica y moral estable. La del bonsai. Justo situada entre los 18 y los 25 años. Condenados a no poder crecer si no quieren salirse de la fotografía.

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