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El hombre que apedreó a Pujol

El vecino de Santa Coloma no sabe cómo ocurrrieron los hechos que difundió TVE

Es un obrero que vive desde hace 16 años, con su mujer y sus dos hijas, en el barrio Can Franquesa, de Santa Coloma de Gramenet, una localidad literalmente pegada a Barcelona. Desde el domingo pasado se le conoce como el hombre de rojo porque el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, le identificó por el color del jersei cuando le vío arrojar una Piedra contra un coche de su comitiva. Este vecino explicó a EL PAÍS que lleva dos noches sin dormir. "Nunca me ha pasado nada igual", dice. Avergonzado por lo sucedido, ni siquiera quiere dar sus apellidos -su nombre es Gabriel-, y justifica este anonimato en que en la difusión televisiva de su enfrentamiento con Pujol ya le "retrataron bastante".

Gabriel grabó en el vídeo las imágenes de TV-3 y de TVE sobre su altercado con el presidente catalán. Y cada vez que ve reproducidas aquellas escenas le parecen mentira. "Me pregunto cómo me daría por subir a la manifestación", reflexiona. "Nadie tenía intención de agredir a nadie, pero es que nos trataron con un desprecio...", añade. El hombre de rojo insiste una y otra vez en que no es partidario de la violencia. Asegura ser "un hombre tranquilo, pero las cosas sucedieron de tal forma que se nos fueron de las manos a nosotros pero también a ellos [refiriéndose a Pujol y a su escolta]".El domingo 6 de noviembre, a las dos de la tarde, Gabriel se encontraba jugando al dominó en una bodega situada muy cerca de su casa, en el barrio. Un grupo de vecinos entró al establecimiento a anunciar que, aprovechando que estaban Pujol y otras autoridades, podían manifestarse para conseguir que sean atendidas sus reivindicaciones. El hombre del jersey rojo dudó sobre si sumarse o no a la propuesta, pero finalmente pensó que era justo pedir que les construyan un muro de contención en la montaña y que los autobuses amplíen su recorrido.

Medio centenar de vecinos se concentraron, dispuestos a hacerse oír delante de los coches. "Noté que la rueda del coche de la escolta [de Pujol] me pasaba por encima del pie izquierdo y que pasaba de largo. Nos sentimos avasallados y sin pensarlo reaccioné instintivamente cogiendo un terrón de tierra y lanzándolo contra el coche. Luego golpeé con los puños. Yo soy el primer avergonzado por lo que pasó", relata.

Gabriel no acaba de creerse que él, que nunca se ha metido en nada, estuviese allí. "Yo no soy cabecilla de nada, ni he militado en ningún partido", insiste. Sobre el comportamiento del presidente de la Generalitat señala: "Le respeto porque es la máxima autoridad de Cataluña, y no se portó mal, lo que me duele es que nos hiciera callar y que luego se fuera sin escuchamos".

"En el barrio llevamos viviendo 16 años y no tenemos de nada. Lo que existe ha sido a base de hacer manifestaciones", dice el hombre de rojo, que ayer no se puso el jersey. Su hija insistió en ello: "No te lo pongas papá, que te trae mala suerte".

"Ví que Pujol estaba muy enfadado y con razón", afirma Gabriel. "Tuvo valor de salir del coche y eso que no sabía con qué tipo de gente se iba a encontrar". Insiste en que no entiende de política, pero se pregunta: "Si Pujol dice que lo de construir un muro no es competencia suya ¿a quién hay que pedírselo si es el que más manda en Cataluña?'.

Tiene 39 años y hace ocho que le despidieron al cerrar la empresa de montacargas en la que trabajaba. Desde entonces se dedica a trabajar por su cuenta haciendo chapuzas. Tenía 16 años cuando llegó a Santa Coloma. Prefiere no decir donde nació porque cree que, por culpa de lo que pasó el domingo, "los inmigrantes están quedando en mal lugar".

Su esposa y sus hijas no participaron en la manifestación. "Lo vimos todo por la tele y nos quedamos pasinadas" dice su hija, quien narra que el lunes la maestra preguntó en clase si alguien conocía a los manifestantes de Can Franquesa. "Mis compañeros contestaron a la vez 'La Yoli sí', y me dió mucho corte".

Los vecinos que se encuentran junto al hombre de rojo, critican al alcalde, el sacerdote comunista Lluís Hernández, por calificarles de energúmenos. "Él nos conoce porque vivió aquí y sabe que somos trabajadores, que pedirnos bocas de incendio para que si se nos vuelve a quemar la montaña, los bomberos no tengan que desplazarse hasta otro barrio para coger agua". Todos coinciden en que ni son tan brutos ni tan analfabetos como se les pretende hacer pasar por televisión.

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