El 'efecto Truman'
Michael Dukakis confía en un error histórico de las encuestas como el de 1948
LUIS MATIAS LÓPEZ ENVIADO ESPECIAL, Michael Dukakis confía en el efecto Truman. Derrotado de antemano por todos los sondeos de opinión, pero exaltado por los discretos baños de masas de la última fase de la campaña, pone todas sus esperanzas en una sorpresa como la que permitió en 1948, contra todo pronóstico, la elección de Harry Truman. No hay que olvidar, dice el candidato demócrata, que "no son los encuestadores quienes votan, sino el pueblo norteamericano".
Dukakis ha concentrado sus esfuerzos en unos cuantos Estados clave, con gran número de votos electorales y en los que la ventaja de Bush no es abismal. Algo de estímulo le ha llegado de las últimas encuestas hechas públicas, que le sitúan remontando, aunque discretamente, la diferencia que le separa del candidato republicano. ¿Es aún posible el milagro? Para saberlo hay que esperar unas horas. Pero si el gobernador de Massachusetts queda en la cuneta, se deberá en buena medida a su falta de capacidad para vender un producto: él mismo.Dukakis lo tuvo todo a su favor inmediatamente después de la convención demócrata celebrada en julio en Atlanta (Georgia). Allí se descubrió, casi se inventó, que no era imposible que provocase el entusiasmo y que, además de la imagen de tecnócrata liberal y gestor competente, estaba en condiciones de ofrecer un poquito de algo que los dioses no le regalaron con prodigalidad: carisma. Con una cierta perspectiva, se diría que el carisma, si llegó a tenerlo entonces por un momento, fue prestado y tal vez le llegó de su gran rival en las elecciones primarias, el reverendo de color Jesse Jackson.
Este hijo de emigrantes griegos salió de Atlanta con una ventaja de entre 10 y 15 puntos sobre Bush. La perdió en menos de un mes. Cuando los republicanos celebraron su convención amediados de agosto en Nueva Orleans ya era mínima. Cuando terminó la fiesta era- inexistente. Unas semanas después había cambiado de signo. El gran comunicador, Ronald Reagan, hasta entonces en un segundo término, entró en liza, se puso al lado de Bush y mostró el mazo, un tanto impregnado de fango, para machacar a Dukakis. Ni siquiera la desafortunada designación de Dan Quayle como candidato vicepresidencial logró arrebatar ya a Bush su condición de favorito.
"Liberal peligroso"Reagan, en la capital sureña del vicio, colocó a Dukakis una etiqueta que puede costarle la presidencía: la de "liberal peligroso". El gobernador, como san Pedro, negó al liberalismo muchas veces, más de tres, y cuando finalmente reconoció su afinidad con esta ideología ("al estilo de Roosevelt, Truman o Kennedy") ya era demasiado tarde para aclarar exactamente qué es lo que el candidato entiende por libera. Para entonces había perdido dos trenes: los debates televisados, para los que sobre el papel era favorito. El primero lo ganó a los puntos, pero sin claro reflejo en los sondeos de opinión.
El segundo lo perdió por fuera de combate tras llevar al extremo su falta de capacidad de comunicación hacia un público que compra un presidente como si fuera un detergente, por lo que le anuncian en televisión. Por su parte, los estrategas de la campaña de Bush le crearon con éxito, de la noche a la mañana, una aureola de simpatía y cotídianidad en la que se estrellaron impotentes todos los alardes del empollón Dukakis. Según muchos observadores, el candidato demócrata selló su sentencia de muerte cuando contestó con un seco y desapasionado "no" a la siguiente pregunta: "Si su esposa fuera violada y asesinada, ¿estaría a favor de que se impusiera la pena de muerte al autor?".
Hay quien dice que ésta ha sido la campaña más sucia desde 1964. Y puede que sea cierto. Subliminal y a veces abiertamente los demócratas han vendido la idea de que Bush no es nada, .sólo un invento de su equipo de marketing, una organización sin candidato, un ciego que milagrosamente no se enteró del Irangate y un amigo de los narcotraficantes. Se le ha mostrado profusamente en una fotografía con el hombre fuerte de Panamá y bestia negra de la Administración de Reagan en los últimos tiempos, el general Manuel Noriega.
Los estrategas republicanos, por su parte, han buscado los trapos sucios, sin importarles demasiado si los había o no. Por ejemplo, se ha presentado a Dukakis como tolerante con los criminales. Pero demócratas y republicanos conrian en que al día siguiente de la elección se olvide todo. Y es que no hay lugar en EE UU para los derrotados.
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