Propaganda e imperio
El éxito de un candidato a la presidencia de Estados Unidos depende, en opinión del autor del artículo, de que sepa vender su imagen en los medios de comunicación como un refresco o un automóvil y a la vez de su capacidad para abolir la diferencia entre política y propaganda.
Dukakis era favorito por algunos méritos propios, y sobre todo porque los republicanos parecían haberse equivocado de candidato. Semanarios como Time o Newsweek publicaban antologías con citas de Bush en las que problemas con la gramática se sumaban a sorprendentes muestras de incultura. Estaba también el lado oscuro de su fuerza (Irangate, conexiones con el general Noriega, haber dirigido un ente tan especial como la CIA), sumado al incierto futuro de los reaganomics; en principio, ser apoyado por los dueños de las 500 empresas más importantes del país no le granjeaba apoyo en sectores distintos de la aristocracia financiera, mientras el resto del país tenía motivos para desconfiar de alguien tan incondicionalmente ligado el cártel Pentágono-negocios. Se anticipaba que todas estas circunstancias sufrirían un empeoramiento cuando los aspirantes a la presidencia hubieran de improvisar preguntas y respuestas ante las cámaras de televisión.Sin embargo, el favorito se ha convertido en casi seguro perdedor, mientras su disléxico adversario cautiva a las audiencias. Para ser exactos, ha convencido a los media también de que vencerá, obteniendo de ellos un favor tan enorme como que así lo declaren sin pausa. Dukakis -nos cuentan- ha aparecido envarado y frío. Bush se ha mostrado más cordial y desenvuelto. Comentaristas de prensa y televisión antes alineados con el candidato demócrata lamentan que pretenda basar su campaña en algo con tan poco gancho como la superioridad moral -ser una persona seria, capaz e independiente, sin inclinaciones a la demagogia-, cuando el candidato republicano posee un equipo famoso de expertos en publicidad negativa. Muy grave ha sido que pudiera pasar por poco sensible a las víctimas de crímenes brutales, cuando el ex director de la CIA ha mostrado una vivísima compasión hacia ellas. Como consecuencia de este cúmulo de errores, los media dicen que a Dukakis "le falta un proyecto presidencial atractivo".
Amenaza para la libertad
Escribiendo para el Journal de San Francisco, en 1959, Aldous Huxley veía la tecnificación de los medios para afectar esferas subliminales del psiquismo como la peor amenaza para el concepto tradicional de democracia y libertad: "Parece reducir al absurdo el proceso electoral, apoyado finalmente sobre la presunción de que los electores toman decisiones racionales basándose en los hechos. Sabiendo que en este país ambos partidos políticos contratan agentes de publicidad para que manejen la maquinaria de sus campañas, nos preguntamos hasta cuándo podrá sobrevivir la tradición democrática en manos de un método técnico cuidadosamente programado para eludir la elección racional".Tres décadas más tarde, niños y adolescentes prefieren más ver los anuncios que el resto de la programación televisiva o de la prensa, cosa comprensible considerando que casi siempre se pone más cuidado en confeccionar esa parte; sus padres sienten algo parecido a la desazón, incluso cierta animosidad inconcreta, cuando un candidato a mandatario suyo no usa en la campaña los mismos recursos que una fábrica de refrescos o de coches. Es fácil presentar como persona arrogante y sospechosa de anormalidad a quien pretenda pasar por alto las reglas vigentes sobre venta de imagen.
Los próximos comicios marcan un hito en el proceso que ha ido concentrando la estrategia del poder sobre un condicionamiento inconsciente. Ahora no sólo está abierta la veda para una amplia gama de técnicas basadas sobre el puro reflejo, sino que brilla por su ausencia una atención sistemática al lavado de cerebro que consuman.
El cuarto poder, encargado tradicionalmente de distinguir entre política y propaganda, es el primer escandalizado ante la sola sugestión de trazar una frontera entre ambas cosas. Intefigentes periodistas -muchos de ideología liberal- aseguran que cualquier esfuerzo semejante está abocado al desastre. Cuando Bush se cuelga la chapa de un policía asesinado, por ejemplo, y deja caer algo sobre la pusilanimidad de Dukakis en materia de armas, sugieren que éste entre -a destiempo- en la habitual payas,ada y se fotografie subido a un tanque con el casco puesto. Ahí está, a su juicio, el buen camino. Es seguir el mal camino, en cambio, que Dukakis le diga a Bush: "No se esconda detrás de la bandera o del rezo obligatorio en las escuelas públicas y haga el favor de aclararme cómo van a tener seguridad social casi 40 millones de americanos indigentes". En definitiva, el mal camino es dirigirse a los votantes como si -fuesen adultos.
Mirándolo más despacio se observa que los media toman al pueblo o electorado de dos modos. En un sentido es una masa indecisa que se decide a partir de variados estímulos. En otro sentido es una masa ya decidida, o cuando menos orientada, que las encuestas cuantifican y orientan adicionalmente. El papel que los propios media tienen en esa transición no es objeto de encuesta alguna. También en la moda parece que por pura casualidad se lleva tal color y tal tejido, si bien al acudir a las tiendas comprobamos que ya no quedan artículos hechos con otro color o tejido. En el caso de las elecciones americanas, primero se supone que el electorado es reacio a todo cuanto no sean ciertas farsas; luego esas farsas le son impuestas sin cesar como único teatro, y finalmente el sobrevenido gusto por el género se denomina nueva sensibilidad, o cosa análoga, tan ajeno a humanas iniciativas como la conducta del Etna o las mareas. Las ciencias sociales llaman profecía autocumplida a la insidiosa y unilateral imposición de una imagen.
Quizá los demócratas no tienen verdadero interés en ganar las actuales elecciones y prefieren que los republicanos carguen con las perspectivas de nuevos crash como el de 1987. Al revés que el cuarto poder, quizá apuestan por un electorado reflexivo, harto de circos publicitarios, inclinado a apreciar la manifiesta sobriedad de su candidato. Lo evidente es que tienen mucho menos dinero invertido en promoverlo y que a estas alturas el dinero compra cosas insólitas; sin fuertes inyecciones de efectivo resulta que ser liberal demócrata -como la Constitución de 1787- es signo de extremismo izquierdista, y con ellas resulta que ser un testaferro de intereses cuando menos turbios simboliza desinteresada lealtad a la patria.
A nivel político aquello que se contrapone a la propaganda no es -como en la práctica del televisor- un programa quizá más aburrido que los anuncios, sino el argumento racional mismo. Este argumento se distingue del sofisma en que vincula ciertos hechos usando un término medio lógicamente adecuado en vez de abusivo, y se distingue de la propaganda en que apela a una convicción intelectual en vez de provocar respuestas automáticas del psiquismo. Si al razonar queremos comunicarnos con otros, al bombardearlos con propaganda pretendemos sólo influir sobre ellos, tal como influye en la producción de saliva del perro pavloviano tocar una campana antes de ofrecerle el alimento. De ahí la intrínseca bajeza aparejada a ese método, que cuando no se limita a condicionar la elección de frivolidades es un atropello asimilable a la intimidación expresa o al uso subrepticio de tóxicos para anular la voluntad de otro. El cuarto poder va olvidando seme ante evidencia al ritmo mismo en que lo fundamental de sus ingresos va dependiendo de servir como información técnicas dirigidas exclusivamente al lavado de cerebro.
Política y propaganda
No doy por seguro, aunque sí por muy verosímil, que para producir el espectacular cambio en las preferencias de los electores el dinero haya alquilado muchos de los grandes media norteamericanos, incluyendo bastantes de los que se proclaman independientes. En contraste con las ideologías, que a veces se defienden por amor al arte, la publicidad se paga religiosamente. Y es una excelente publicidad para el actual candidato republicano no sólo lo que dicen de la campaña, sino cómo lo dicen y qué cosas omiten en el asunto. Nada podría promoverle tanto como que sea abolida de raíz la distinción entre política y propaganda.Pero en esa precisa coyuntura está Estados Unidos. Cuando haya sido borrada la distinción será efectiva e irremisiblemente un suicidio electoral cualquier actitud distinta del electoralismo. Se trata de un hecho sombrío que podrá presentarse como resultado de muchos azares, aunque en esencia sea una profecía autocumplida, entre otras tantas que la historia ofrece. Ahora los caciques no necesitan comprar los votos del electorado dispuesto a ello o quemar los colegios en los que su candidatura pierda; bastará disponer de los fondos necesarios para saturar con demagogia subliminal los informativos de cada día. Como un pez que muerde su propia cola, el complejo ceremonial de circos y farsas se habrá cerrado sobre sí mismo.
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