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El perfume

Manuel Vicent

La rosa huele mejor cuando comienza a pudrirse. Con la primavera ya pasada esa flor exhala un perfume fenecido y éste desata la gula de las abejas más finas. Me refiero a esa rosa socialista, arraigada en el puño de un falso obrero, ahora del todo ajada, que expande sobre la sociedad el aroma delicado de la decadencia. Vivimos tiempos suaves, felices y corrompidos bajo el imperio de ese capullo marchito. Todo es lógico y además lícito, siempre que sea divertido. Los guerreros llevan bucles de oro y beben apoyados en la lanza, los moralistas juegan al tute con las rameras en las salas de masaje, los filósofos caen junto a los odres al pie de los banquetes, la dorada basura de los desagües confluye en la plaza pública. ¿A quién hay que matar para alcanzar rápidamente la belleza? El fin del mundo se repite todos los sábados y los amantes dentro de los coches dan el vientre al vientre contrario con una pata en el salpicadero esperando un aplauso mientras en la conciencia de cada ciudadano aflora esta evidencia: si los políticos fueran absolutamente puros, la vida sería insoportable. La pureza es terrible. Su máscara de cera oculta la crueldad de los ascetas.¿Qué habría pasado si los socialistas hubieran cumplido sus promesas? Eran austeros, se alimentaban de boquerones y estaban deslumbrados por la verdad. Los socialistas llegaron al poder con la camisa de felpa a cuadros y el pensamiento de Mairena en la axila. Parecía que estos jóvenes espartanos iban a impartir al pueblo el don del vino tinto, de la tortilla de patatas y de la ética, pero muy pronto ellos mismos se apoderaron del festín de la derecha, comenzaron a engullir y todavía no han parado. La derecha no debería criticarlos por eso, puesto que la corrupción de los puros sirve de coartada a la de todos. A libar la rosa podrida del socialismo acude un enjambre de abejas de cualquier ideología y no puede negarse que el jugo que extraen de ella es exquisito y letal. A unos nos engorda, a otros nos mata, a todos nos perfuma esa flor ajada con el mórbido aroma de la decadencia.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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