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Tribuna:LA CRISIS FINANCIERA DEL TERCER MUNDO
Tribuna
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America Latina: dos depresiones

En la historia económica de América Latina han abundado las coyunturas en las que la deuda externa se constituía en marco fundamental de referencia. Su carácter cíclico, recurrente, ha afectado decisivamente al discurrir de los procesos económicos en la mayoría de los países de la región, ayudando a conformar algunos de sus elementos estructurales más característicos.Sin embargo, contra lo que en principio podría pensarse, no en todos los casos las crisis de endeudamiento se resolvieron con consecuencias negativas para quienes las soportaron. Particularmente durante la gran depresión varios de los principales países latinoamericanos consiguieron remontar con éxito y rapidez los efectos de una crisis financiera que en los primeros años treinta había hundido sus economías hasta un punto antes ignorado. Y no sólo eso: en su intento de afrontar las dificultades de la depresión, esos países consiguieron definir un esquema de políticas productivas cuyos resultados a medio plazo fueron positivos y, en algunos aspectos, brillantes casi. Una breve contrastación entre lo ocurrido entonces y ahora podrá favorecer la comprensión de las dimensiones actuales del problema.

Al examinar comparativamente la problemática de la deuda externa latinoamericana en las dos épocas (primera mitad de los treinta y los ochenta) hallamos una serie de factores comunes, algunos de los cuales no son de poca trascendencia: hundimiento de la relación de intercambio, contracción brusca de las importaciones, alza de las tasas reales de interés, corte de las entradas de flujos financieros, fuga de capitales, déficit presupuestarios y depreciaciones intensas del tipo de cambio.

Con todo, entre las dos crisis son de mayor relevancia los aspectos de diferenciación que las analogías: distintas fueron las causas de la crisis y la gravedad de sus efectos, como lo fueron la naturaleza de las políticas económicas aplicadas, el marco político interno y la situación del exterior. Veamos con más detalle algunas de estas cuestiones.

1. Los capitales captados a lo largo de los años veinte por los países latinoamericanos sirvieron para financiar sobre todo obras de infraestructura cuya valoración general no puede ser sino positiva. No ocurre lo mismo con el endeudamiento de los setenta, puesto al servicio de políticas económicas venáticas (Argentina), fervores consumistas (Venezuela) o del errado sesgo introducido en las políticas industrializadoras por el auge petrolero (México, Ecuador).

Por lo demás, una parte de la responsabilidad de la situación presente corresponde a los ofertadores de recursos financieros, la gran banca internacional, que hace una década precisaba recolocar a toda costa sus enormes excedentes de liquidez, por lo que no andaba muy atenta a la hora de evaluar la calidad de los proyectos concretos que financiaba. En los años treinta, por el contrario, el flujo de capitales descansaba sobre la emisión de bonos y su suscripción por parte de pequeños ahorradores norteamericanos y europeos, cuya posición era, obviamente, mucho más débil y pasiva.

Expansión interna

2. El carácter de la política económica fue muy disímil en una y otra etapa. A partir de 1931-1932 la mayoría de los países latinoamericanos desarrolló un conjunto de actuaciones que se pueden calificar de heterodoxas, basadas en la expansión interna, el impulso de la dinámica industrializadora y el aislamiento frente al exterior. Las políticas fiscales y monetarias expansivas en un contexto de ensanchamiento del sector público, el abandono de la convertibilidad, las depreciaciones del tipo de cambio, la protección arancelaria y, por encima de todo, la sustitución de importaciones constituyeron la batería de medidas más utilizada. Además, casi todos los países suspendieron unilateralmente la amortización de la deuda externa, después de que Bolivia la repudió en 1931.El resultado de todo ello fue la puesta en marcha de un proceso industrializador que dio origen a sectores nuevos y acabó por favorecer tasas de crecimiento excepcionales, prolongándose además durante varios lustros. Las economías de la región sobre todo las de mayor dimensión mostraron entonces una gran capacidad transformadora y supieron aprovechar los márgenes de independencia que para los países subdesarrollados abría la dificilísima situación y el desorden por los que atravesaban las potencias industriales.

En cualquier caso, el comportamiento de las economías latinoamericanas entre 1932 y 1940 no sólo fue mucho más satisfactorio que el de otras zonas del Tercer Mundo, sino también que el de gran parte de Europa y América del Norte.

Frente a ello, en los años ochenta fueron políticas de ajuste muy ortodoxas, duramente recesivas, las elegidas para combatir los graves desequilibrios existentes en las relaciones de la América Latina con el resto del mundo. Elegidas no tanto por los países afectados cuanto por instancias supranacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, por lo que los márgenes de autonomía de aquéllos en la elaboración de su propia política económica se han visto muy angostados.

3. Ya se sabe que la gran depresión por excelencia es la de los años treinta. Su grado de dureza y los trastornos de todo tipo a que dio lugar no admiten comparación con ninguna otra crisis del capitalismo, tampoco con la de los años setenta-ochenta. Pero para América Latina la cosa fue bien distinta: los actuales desequilibrios financieros están resultando para ese área abrumadoramente más demoledores, y bastan unos pocos datos para comprobarlo.

En efecto, el comienzo de la recesión de los treinta fue muy duro para América Latina (su PIB tuvo un crecimiento negativo de un 5,87. entre 1929 y 1932), pero el cambio de política favoreció una reversión de tendencia tan intensa que entre 1932 y 1937 se alcanzó una tasa media de crecimiento anual de casi el 8%. La deuda externa de la región denominada en divisa norteamericana rondaba los 1.500 millones de dólares -en 1935, pero su efecto real era muy pequeño, al alcanzar el servicio de la deuda apenas al 23% de ese capital.

En el decenio actual las cifras se muestran más contundentes y peligrosas. Pese a todos los intentos de contenerla, la deuda externa pasó de 33 1.000 millones de dólares en 1982 a 410.000 en 1987. Entre esos dos años la salida de capitales de la región debida al servicio de la deuda alcanzó los 141.000 millones de dóla:res, equivalente al 4% de su PIB y, sólo para 1987, al 46% de sus exportaciones totales. Todo eso resultó decisivo para que, en un marco de crecimiento de la inflación, el desempleo y las desigualdades sociales, la renta per cápita cayera en un 6% entre 1980 y 1987.

Suspensiones de pagos

4. En los años treinta la crisis de endeudamiento se resolvió en contra de los acreedores, puesto que las suspensiones en el pago de la deuda -que hicieron que en muchos casos ésta no fuese reembolsada jamás forzaron la ruina de miles de pequeños ahorradores occidentales, y también la de algunas instituciones financieras intermediarias. Por contra, después de 1982 han sido los países prestatarios los que han sufrido en carne propia los principales efectos de la situación planteada, en tanto que los prestamistas, luego del gran susto inicial, han podido ir recomponiendo su posición a un coste relativamente bajo (el de las fuertes provisiones que se han visto obligados a constituir para hacer frente a eventuales impagos).¿Es posible deducir de todo lo anterior que para los países latinoamericanos sea aconsejable emprender ahora un camino semejante al que recorrieron más de 50 años atrás? Hay desde luego bastantes economistas que así lo propugnan, sobre todo en los propios países afectados. En nuestra opinión, sin embargo, ello resultaría inviable en las actuales circunstancias. Porque, guste o no, América Latina está hoy profundamente integrada en la economía internacional, tanto en sus aspectos comerciales como en los monetarios y financieros, y la propia estructura económica de esos países se parece en poco a la de los treinta. Con ese punto de partida, el desarrollo de una estrategia de sustitución de importaciones como soporte de una posible expansión no sería más que un acto de voluntarismo que acaso llevara consigo consecuencias muy graves.

Igualmente, la supresión unilateral del servicio de la deuda parece hoy muy difícil y arriesgada. Los problemas ocasionados a Brasil por su moratoria y la vuelta al redil de Perú así nos lo muestran. Y es que, dadas las grandes limitaciones que esos países tienen para generar ahorro interno, no es posible para ellos romper los lazos con los grandes mercados de capitales del exterior: las actuaciones unilaterales aisladas darían lugar sin duda a estrangulamientos en el largo plazo para quienes las hubiesen acometido.

Rechazar el mimetismo de la política económica de los años treinta no significa negarse a extraer enseñanzas de ella. En un momento en que es obligado abrir sendas nuevas para la colección de los graves desequilibrios existentes, la experiencia histórica que hemos descrito se hace memorable principalmente porque en ella reconocemos una América Latina que para salir de la crisis se fija horizontes expansivos y modernizadores de su actividad productiva, y no resignadas estrategias de ajuste y contención, y que al mismo tiempo muestra su capacidad para adoptar decisiones reales sobre la evolución de su economía y maniobra con cierta habilidad para sacar provecho de las buenas dosis de desconcierto y falta de liderazgo advertibles en el mundo desarrollado. Son criterios de comportamiento como ésos los que los países de la región debieran recuperar para encarar con optimismo la multiplicación de propuestas y foros de discusión que, en la búsqueda de soluciones firmes al problema de la deuda, se anuncian para los próximos años.

Xosé Carlos Arias Moreira es profesor de Economía Aplicada en la facultad de Ciencias Económicas de Vigo.

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