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Tribuna:LA POLÉMICA DE LOS CAMPOS DE TIRO
Tribuna
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Sentido común, ecología y defensa

En las colectividades humanas sobrevienen de tiempo en tiempo situaciones en que, con notable ausencia de lógica -y de raciocinio-, palpables evidencias son ignoradas o rechazadas, a la vez que errores palmarios se aceptan como verdades incuestionables. Es el caso de la ecología y la defensa nacional. Tal vez por desconocimiento de lo que son y suponen, con frecuencia son presentadas en oposición sin una razón seria que lo avale.En sentido general, defensa se entiende como acto o actitud volitiva tendente a preservar contra la agresión real o potencial algo que en sí mismo se estima valioso y digno. Así, la ecología, en cuanto ciencia para el conocimiento de la naturaleza con el fin último de preservarla, es una forma de defensa que, por su carácter y amplitud, cabe calificar como defensa global.

En cuanto a la defensa nacional como preparación y disposición ciudadana para, en prevención de posibles o reales agresiones, garantizar la convivencia libre, pacífica y segura de la sociedad, su necesidad., por obvia, está fuera de toda discusión seria. Ningún país o grupo de países puede prescindir de su propio mecanismo de autodefensa, que en la práctica totalidad de ellos se plasma en la constitución de ejércitos por la simple razón de que, al menos hasta ahora, no se ha hallado instrumento mejor dada la situación del mundo, que es como es y no como nos gustaría que fuese.

Los ejércitos precisan de la comprensión y el apoyo de la sociedad de la que forman parte y a la que sirven; negárselos es un lujo que ninguno en su cabal sentido podría permitirse. Pero algo de ello se ha puesto en evidencia a propósito de recientes episodios sobre los campos de tiro y maniobras.

Aquí está dándose por sentado, sin la menor comprobación fehaciente, que las maniobras provocan la ruina ecológica del lugar en que se realizan, y esto, pienso, es no saber qué son unas maniobras ni entender lo que es verdadera ecología.

No son desiertos de vida

Nuestros campos de tiro y maniobras tampoco son desiertos de vida. Al contrario, ésta persiste, incluso me orada, desde que son tales. La actividad militar en ellos preserva el conjunto sin dilapidar naturaleza, pues por su carácter excluyente y unidireccional -exclusivamente el entrenamiento- evita todo el cúmulo de agresiones que provocaría la acción indiscriminada e incontrolada del hombre. El descontrol no es norma en la milicia y, por ejemplo, regla de oro en nuestros ejércitos es, al abandonar un lugar de acampada, dejarlo al menos tan limpio como se halló, regla que, estimo, convendría se extendiese por todo el tejido social.

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Los disparos, que tanto parecen preocupar, se realizan sobre una minúscula zona dentro de la amplitud del campo y en ella siguen viviendo animales, que huyen al sentir el primero y adonde regresan al dejar de oírlos.

El ruido de las explosiones no es mayor que el de una fuerte tormenta, y respecto de los aviones, ¿acaso desaparecen las aves de los contornos de los aeropuertos? Está más que comprobado lo poco que les preocupa el continuojugier de los reactores.

Sta s la realidad. Honradamente no cabe decir que la isla de Cabrera, San Gregorio o Chinchilla, las Bardenas o Caudé, el Teleno o la sierra del Retín sean desiertos ecológicos. Lo contrario es más cierto, y compruébelo quien lo desee y vaya a ello sin prejuicios. De igual modo que tampoco cabe afirmar que suponen grave peligro para los habitantes de los alrededores, a los que de forma irresponsable -o ignorante- se presentan como víctimas seguras de los ejercicios de tiro. El riesgo real o potencial es ínfimo, pero esos habitantes pueden sufrir el miedo inherente a serles presentado el hecho en términos de catástrofe.

Que los problemas ecológicos en nuestro país son graves es evidente, como lo es que todos los españoles somos responsables, mas no confundamos los términos y mucho menos las causas, que no se hallan en las maniobras ni en los ejercicios de tiro.

A través de la educación y el conocimiento sobrevendrá el impulso para sentimos conscientes y solidarios en nuestros deberes de defensa, sea del tipo que fuere, por la simple razón de que es un bien y es necesaria. Con ellas podremos valorar en verdad la enorme riqueza que suponen la fauna y flora autéctonas, esenciales para la vida y esquilmadas de forma atroz en las últimas décadas; como entenderemos el gran beneficio que se deriva de contar con unas fuerzas armadas aptas para garantizar nuestra seguridad y convivencia laboriosa, pacífica y fecunda.

Ésta es la clave para empezar a comprender el valor de los ejércitos en un país que se precia de su libertad, de igual modo que lo es para iniciar el proceso de erradicación de tanta muestra de irresponsabilidad e ignorancia que hacen que, hoy y aquí, prosigan impunemente las prácticas nefandas del furtivismo y el trampeo en la caza, el envenenamiento en los campos, la exhibición en bares de nuestros pueblos y ciudades de multitud de rapaces disecadas -especies protegidas por la ley- sin que nadie se conmueva, como no se han conmovido autoridades locales y lugareños de uno concreto al borde de la cordillera Oretana y que conozco bien, pues en él nací, en donde ¡a tiros! han perecido todas las cigüeñas y los buitres, otrora abundantísimos, o la no menos repudiable costumbre de ofrecer ¡y consumir! pajaritos fritos, que tanto prolifera. No es menester seguir.

Qúeda casi todo por hacer

La realidad es que, en materia ecológica, en España casi todo nos queda por hacer, y en cuestiones de defensa nacional mucho también por comprender, comenzando por una evidencia: que ecología y preparación militar no sólo no son incompatibles, sino que pueden convivir e incluso ayudarse mutuamente. Basta aplicar para ellas el sentido común y tomárselas como merecen y precisamos todos, es decir, con saber y con responsabilidad; en una palabra, en serio.

Jesús García Muñoz es teniente coronel de Infantería y licenciado en Ciencias de la Información y Ciencias Económicas.

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