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Tribuna:EL OMBUDSMAN
Tribuna
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No más 'últimos latidos'

Hace más de ocho años, EL PAÍS se ocupó del pueblo soriano de Sarnago (Soria), uno de los muchos de España abandonado por sus habitantes. En 1980, un grupo de ex vecinos del lugar fundó una asociación con el propósito de "trabajar en bien de los valores ecológicos, históricos y culturales del pueblo hasta lograr que Sarnago vuelva a tener vida humana permanente". La asociación sigue trabajando por lograr aquellos objetivos. Su presidente, José Luis Catalán Saso, se queja al defensor de los lectores por lo que Eduardo Barrenechea, en su reportaje Los últimos latidos (El País Semanal de 9 de octubre), escribió sobre Sarnago."En grandes pueblos -como Rudilla, en Teruel; Villacadima, en Guadalajara, o Sarnago, en Soria- apenas si de cinco a ocho familias pasan allí los veranos", contaba Barrenechea. "De cuando en cuando", añadía más adelante, "Ias páginas de la Prensa se hacen eco de que los antiguos vecinos de tal o cual remota localidad han puesto manos a la obra y están decididos a recuperar su viejo solar natal". Y concretaba: "Sarnago, por ejemplo, se anunció hace tres o cuatro años como buen modelo". Pero concluía: "Se llega hasta allí tras un calvario de kilómetros de carretera (?) ya desmoronada, de piedra. La recuperación se ha reducido a semihabilitar seis o siete casas".

Catalán Saso está "en total desacuerdo". Asegura que el pueblo nunca ha sido grande (el máximo de familias ha sido 50); que "es totalmente falsa, la cifra" de ocho a cinco familias que pasan allí el verano; que "el calvario de kilómetros se reduce a cuatro kilómetros de carretera, eso sí, carretera descarnada que ya quisieran ellos que estuviera en buen estado, y que las seis o siete casas semihabilitadas -"en ellas puede vivir más de una familia cómodamente, asegura"- que dice el periodista, "son 17 más la casa de la cultura y otras seis u ocho que se pueden habitar sin necesidad de hacer reformas en ellas".

Barrenechea estima que Sarnago fue un pueblo grande: "No sólo era grande, sino que tenía categoría de municipio, según consta en todos los censos oficiales de población desde el año 1900" dice. Señala también que en ese comienzo de siglo tenía 343 habitantes; el máximo lo alcanzó en 1950, con 443 habitantes, y en 1960 aún contaba con 400. En 1981 (último censo, referido al mes de marzo y publicado en 1982), "el municipio de Sarnago había desaparecido, es decir, se encontraba oficialmente deshabitado y había perdido su categoría municipal". Asegura que el día que visitó Sarnago "a mediados de septiembre último, es decir, en verano, sólo había un nativo lavando su automóvil". Eduardo Barrenechea admite que no contó las casas rehabilitadas: "Pero", dice, "aunque fueran 17 de las anteriores 98 no parecen excesivas". Es una apreciación del periodista que el presidente de la asociación Amigos de Samago no comparte.

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José Luis Catalán se queja también de otras consideraciones que hacía Barrenechea en el reportaje, no referidas exclusivamente a Sarnago, pero que pareclan extensibles a este lugar. Asegura que las personas jóvenes y mayores que acuden a Sarnago "no tienen tiempo de aburrirse ni necesitan bares, puesto que dedican su tiempo a actividades más positivas, tales como la recuperación de tradiciones (mozas móndidas, mozo del ramo, plantación del mayo, etcétera), realización de un museo etnográfico, organización de un ciclo de cine y otras actividades de carácter lúdico-deportivo".

Eduardo Barrenechea manifiesta que muchos de los conceptos vertidos en su reportaje "no se refieren a Sarnago en particular; son temas de carácter general que se dan en la mayoría" de los lugares de que se ocupó. Y, en cualquier caso, aclara: "El reportaje, en esencia, no es un ataque a esos pueblos, sino todo lo contrario: constituye un sentido lamento por ese abandono y estimo que esta circunstancia quedaba muy claramente explicitada en todo el conjunto del mismo".

Hecha esta declaración de sanas intenciones, al defensor de los lectores le cabe añadir que estos viejos pueblos, deshabitados porque la pobreza y el olvido materialmente arrojaron de ellos a sus vecinos, merecen ser recuperados entre todos: en ellos se hunden profundas raíces de la identidad de España. Los Amigos de Sarnago están en la tarea, con entusiasmo. No les desanimemos. No más últimos latidos.

Gold River

En el trabajo El canal que nunca existió (EL PAÍS, suplemento Domingo de 16 de octubre) se trataba del fallido primer intento de televisión privada en España: Canal 10. Era una larga e intrincada historia en la que se mencionaban diversas personas y empresas. Entre estas últimas era citada Gold River. Se afirmaba que la existencia de dicha compañía "fue sacada a la luz" -entre otras aparentemente vinculadas con el empresario Talarewitz- por los auditores de Arthur Andersen. "Los sistemas y mantenimientos informáticos para Canal 10", se contaba en el artículo, "procedían de una sociedad llamada Gold River, a la que habían pagado 120 millones de pesetas por una tarea que no había podido empezar a ejercer".

El director general de Gold River, Fernando González Penas, acude al defensor de los lectores: es absolutamente irreal, afirma, que la existencia de Gold River fuera sacada a la luz por una reciente auditoría de Arthur Andersen. "La creación y funcionamiento de la empresa", manifiesta, "han sido perfectamente conocidos desde el inicio por todos los administradores, consejeros y ejecutivos del grupo". Añade que algunos consejeros han tenido incluso participación en la gestión de Gold River.

Uno de los autores del trabajo sobre Canal 10, Enric González, estima que la puntualización de González Penas se debe a un error de interpretación: "Posiblemente", admite, "me expresé con torpeza". Lo que quiso indicar el redactor fue que "aparecieron vínculos, hasta entonces ignorados, entre sociedades que, como filiales o suministradoras de Canal 10, eran lógicamente conocidas por la empresa televisiva y sus dírectivos".

Respecto a que Gold River no había podido empezar los trabajos informáticos, el director general de la empresa manifiesta que "es una afirmación totalmente errónea". Y enumera una larga serie de actividades como análisis de necesidades, confección de planes informáticos, selección de hardware y software, diseños de sistemas, desarrollo de programas, censos de las principales ciudades españolas, hoteles y puntos de ventas; tratamientos de contratos y de instalaciones, gestión, contabilidad, etcétera. ESÍ cierto, dice González Penas, que Gold River ha recibido de Canal 10 aportaciones por un importe de 120 millones de pesetas que se han empleado en alquileres, instalaciones, subcontratación y demás gastos necesarios para el desarrrollo de la actividad encomendada por el grupo Canal 10 a esta sociedad, " y en concepto de pago de los servicios profesionales prestados, precisamente a instancias de Canal 10". Enric González explica que en el artículo se quiso indicar, en términos elementales, que "algunas compañías asesoras como Arthur Andersen "estimaron que la red informática de Canal 10 no hubiera funcionado, por retrasos y fallos de planteamiento, de cumplirse las previsiones de captación de abonados".

Las fuentes empleadas para la elaboración del extenso trabajo sobre Canal 10, cuenta Enric González, fueron numerosas y representan una síntesis de los datos obtenidos en múltiples entrevistas. Entre éstas bien pudo incluirse una con alguien responsable de Gold River. El Libro de estilo de EL PAÍS manda contrastar las informaciones con las fuentes interesadas.

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