Un gran psicodrama
En 1939, el psicoanálisis conmovía a los intelectuales americanos y los profesores centroeuropeos estaban llegando, huidos de la guerra y de la persecución a los hebreos. Uno de ellos, el doctor Moreno, se llevó desde Viena su psicodrama; lo teatralizaba. Bajo estas influencias comenzó O'Neill a escribir- el Largo viaje, que no se estrenó hasta 1956 -después de su muerte- en Estocolmo, aunque se publicó en 1941. Era un ejercicio de psicodrama, condensado en la dramatización de un día de su juventud, pero con continuas referencias a los fantasmas pasados de su familia y la tensa vida entre cuatro personas consumidas por la droga, el alcohol y la enfermedad. Un retrato cruel y simultáneamente tierno, si es que esos términos se pueden aplicar a la desnudez de un análisis profundo (que hizo "entre lágrimas y sangre"). Él mismo lo guardó por pudor. Su talento hizo de esta obra un ejemplo de teatro que, aún innovador, aún creador de escuela desde su profundidad, se aproximaba mucho a las convenciones teatrales de su tiempo: un texto denso, largo, unos encuentros personales entre seres que se aman y se temen.La adaptación que se presenta ahora en el teatro Español ha reducido algunas de las longitudes de parlamento, -aun así, dura cuatro horas, incluido un descanso- y ha preferido un lenguaje coloquial y directo. La modificación -una escalera, una galería- en el escenario minuciosamente descrito por O'Neill abrevia los desplazamientos de los personajes y los facilita, como un buen recurso de la dirección de Narros y William Layton para ayudar a que el oído de hoy no eche de menos la sintaxis teatral también de hoy, se distraiga en las reiteraciones, en los rnonólogos; lo que estamos acostumbrados a recibir como información más brevemente y con más imágenes. Además de esta función práctica, el decorado es bello y real, da la sensación de calor y vida en la casa de los Tyron, como el vestuario -todo ello de Andrea d'Odorico-. Sin embargo, hay más frialdad -psicoanalítica, si se quiere-, o más distanciamiento de lo que pasa en escena y el público de la que parece sugerirse por las cosas terribles que se dicen unos a otros. Digamos también que eran más terribles hace casi 50 años que ahora mismo: las degradaciones que entonces parecían presentarse en una familia marginada hoy domirian la burguesía alta, media y baja. Pasan cosas mucho peores: en la vida ordinaria y en el teatro que después ha discurrido por la escena -cruel, absurdo, deshecho, tremendista...-; no digamos por el cine.
Largo viaje hacia la noche
De Eugenio O'Neill (1941), traducción y adaptación de Ana Antón-Pacheco. Intérpretes: Alberto Closas, Margarita Lozano , Carlos Hipólito, José Pedro Carrión, Ana Goya. Iluminación: José Miguel López Sáez. Escenografía y vestuario: Andrea d'Odorico. Dirección: Miguel Narros y William Laylon. Teatro Español, 19 de octubre.
Frialdad en los actores
Hay también una frialdad en los actores, o en la dirección de actores, probablemente pretendida. Gran parte de la dificultad para implicarse en el suceso de los Tyrone procede de la interpretación de la madre por Margarita Lozario, con una música declamatoria ajena al castellano, y unos gestos transidos que la desbordan hacia la lírica, hacia la ópera, incluyendo sus trajes flotantes. Alberto Closas desarrolla su personaje con soltura y oficio, con calidad para reflejar algún primitivismo -la avaricia, la dureza-; quizá con demasiada campechanía para el turbio drama en que se desenvuelve. Los actores más jóvenes parecen más metidos en el drama; Carrión se contíene sobriamente en las escenas ebrias -esta contradicción vale para expresar la forma en que interpreta su móvil personaje-, y Carlos Hipólito está efectivamente dolorido, acuciado, inordido por la tragedia personal. Ana Goya tiene unas intervenciones breves: compone el tipo de campesina ignorante con alguna exageración, pero mantiene su rnonólogo con arte.El público es siempre entusiasta en los estrenos de Narros, que tiene entre la juventud el bien ganado papel de maestro. Fueron aplaudidos monólogos, frases, situaciones: los finales de acto, desde luego, y el final de la obra, en sus bravos y ovaciones. La reconstrucción del drama, la evocación de una época de teatro, la seriedad profunda del trabajo de todos, lo justifica.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.