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Diez años del papado de Juan Pablo II en España

La Iglesia ha pasado de la inseguridad posconciliar a la busca del orden

Francesc Valls

La Iglesia española ha pasado de la inseguridad creativa de lo conciliar a la firmeza que busca el orden, en los 10 años de pontificado de Juan Pablo II. A la apertura de la época inmediatamente postaranconiana -que representaba el anterior presidente de la Conferencia Episcopal, Gabino Díaz Merchán- le ha seguido desde 1987 la firmeza del cardenal Angel Suquía. La era del estar en guardia contra los embates de la cultura laicista ha sucedido a la época de abierto diálogo con la cultura, en línea con los planteamientos del cardenal Ratzinger.

El propio Fernando Sebastián -secretario del episcopado hasta ser sustituido el pasado abril por Agustín García Gasco- se lamentaba reciente mente de la ingenuidad con que la fe había dialogado con la cultura: "Hemos cometido errores y nos han costado caros; el gran fallo de querer que la fe dialogue en directo con la cultura laicista es que la fe se rebaja a la condición de creación cultural, o que las creaciones culturales se levantan al rango de una fe religiosa, o de una amalgama teológica".En esta dirección apunta el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger. En su Informe sobre la fe, el cardenal germano habla de la necesidad de cambiar la línea de apertura del posconcilio por otra capaz de poner en guardia a los fieles y de marginar las tendencias negativas del mundo. Los nombramientos de media docena de obispos españoles, casi todos durante el año pasado, han ido en este sentido. Más allá de las etiquetas de progresistas o conservadores, de conciliares o restauracionistas, las líneas maestras de los nuevos prelados son su fidelidad a la directriz de ordenar la casa después del vendaval conciliar.

No han faltado toques de atención a determinados sectores eclesiásticos que se mueven en la línea de frontera: ahí están las destituciones, en la primavera de este año, de los teólogos de Granada José María Castillo y Juan Antonio Estrada, y la del director de la publicación Misión Abierta, Benjamín Forcano. Todas estas medidas obedecen a lo que Pedro Casaldáliga, obispo catalán de la diócesis brasileña de Sáo Félix, definió en este mismo diario como "proceso involutivo de la Iglesia, también en España".

Mucho más duro en el diagnóstico ha sido el teólogo José María González Ruiz, quien considera que "en el momento actual hay una actitud de debilidad de fe en los dirigentes eclesiásticos; por eso se aferran a la doctrina de seguridad eclesial, comparable con la doctrina de seguridad nacional tan célebre en Latinoamérica".

Y de Latinoamérica, de Perú en concreto, llegó en 1985 el actual nuncio de la Santa Sede en España, Mario Tagliaferri. Su gestión ha sido duramente criticada por las comunidades cristianas de base. Algunos prelados también se han sentido molestos por sus actuaciones. Sin embargo, el único obispo en expresar alguna crítica públicamente ha sido el cardenal Vicente Enrique y Tarancán, exponente de todo un período posconciliar, quien vino a decir que el nuncio manda mucho.

Durante sus tres años como nuncio, el episcopado español ha propuesto al Gobierno incluir a la prelatura personal del Opus Deien los acuerdos Iglesia-Estado, para que se beneficiara de exenciones fiscales. También durante este período se han vuelto más fluidas, aunque no carentes de cierta tensión, las relaciones entre la Administración socialista y la Iglesia.

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