La distinción
El consumo ha cambiado de dirección. Mientras todavía la gente de recursos y gustos limitados se afana por seguir la antigua escala de los signos y emplea su tiempo en comprar marcas y significados de marcas, la elite ha trasladado su vida a los modos de la austeridad y la carencia.Media docena de años de recuperación económica occidental han bastado para llenar la escena de advenedizos. La oleada de los yuppies, a principios de los ochenta, no sólo aportó una invasión de consumos sin tradición. A los yuppies originales se agregaron pronto los emuladores de los yuppies, equipados por cientos de miles en las tiendas de Massimo Dutti y de Milano. Lo mismo ha sucedido con el universo que creó el Volkswagen Golf, extendido primero hasta el hastío entre los emergentes y doblado después hasta la náusea por los sprinter.
El estilo de cualquier mortal con sentido de la distinción es hoy el anticonsumo o un consumo instrumental y célebre que recuerda los años del capitalismo industrial originario. Como en Japón, que han abierto tiendas exquisitas sin señas ni marca, el signo es el consumo del vacío de signo. Lo selecto es la inmersión en el anonimato de la producción.
Y lo mismo sucede en otros órdenes: mientras la oleada mayoritaria venera todavía "la aventura", el grupo cambiante ojea un libro de Galvano della Volpe ante el televisor, viste la barata colección básico de Adolfo Domínguez y busca a un ebanista o a una costurera para hacer un arreglo doméstico conservador. La línea suprema discurre por la moderación, la inmersión en la calidez y la preferencia por las formas simples y de acogimiento. Las bodas en la segunda o tercera edición del amor, la maternidad de las actrices vistosas (Victoria Abril, Laura del Sol, Angela Molina, etcétera) muestran la inclinación hacia opéiones de interior. Y contra aquel furor consumista, unido al extenso control de la natalidad en épocas de inflación, el gusto por concebir hijos es hoy algo más que un ornato entre las clases selectas.
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