La mar de 'Cobi'
Barcelona toca al mar, pero eso es cosa de la geografía, y los barceloneses no suelen saberlo. Cuando los niños barceloneses se las tienen con los lápices de colores acostumbran a pintar un mar que no es el suyo. Imaginan las olas encrespadas de Finisterre o las cordilleras acuáticas de Waikiki o ese gigantesco mantel azul con ribetes de encaje blanco como los que usan los donostiarras para tomar café. Pero nadie pinta el mar auténtico, con ese color de león dormido sobre sus propios humores, como si pasara de puntillas por la arena peregrina de la Barceloneta.El único mar que tienen los barceloneses es esta agua enjaulada con enormes lunas de fuel que iluminan el crepúsculo del puerto. Ahí, en el Moll de la Fusta, los ciudadanos se asoman de cuando en cuando para comprobar que su ciudad no se hunde y que aquella agua de betún sigue sirviendo tanto para reflotar carabelas como para hundir pescadores. Pero el domingo un enorme animal, mitad perro, mitad gato, apareció entre las dársenas y pareció caminar sobre las aguas. Cien mil voces lo reconocieron y se inclinaron ante el recién llegado. "¡Cobi!", gritaban. Y al bicho se le subieron los colores a la cara, y cuando iba a mover el rabo de alegría resultó que los perros de diseño no tienen rabo que agitar. Tal vez porque la alegría del rabo ya la pone el pueblo, y el diseño se limita a poner la cara.
Pero lo cierto es que a Cobi le adoran. Nacido entre honorables berrinches, se ha puesto a crecer con la sabiduría de la discreción y ahora es un gran gigante de aire macizo. Con sus brazos abiertos de par en par y su barriga antideportiva, este perro catalán parece un exhibicionista de gabardina. El domingo emergió del mar cautivo y pareció querer volar hacia las constelaciones como un dios deshinchable, que es como siempre deberían ser los dioses. Idólatras vergonzantes, las gentes lo veían recubierto del oro de todos los becerros y le aplaudían mucho más que a los políticos. Quizá porque un perro siempre será el mejor amigo del hombre, y lo otro, como todo lo humano, todavía está por demostrar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.