La herencia de Strauss
La muerte de Franz Josef Strauss plantea serios interrogantes sobre el futuro político de Baviera y el escenario político de toda la República Federal de Alemania. En Baviera queda abierta la lucha por el poder entre los grises delfines del líder fallecido.Con su fuerte personalidad y su autoridad indiscutida, Strauss impidió que a su sombra emergiera un político con clara opción a sucederle. Todos los dirigentes de la Unión Social Cristiana (CSU) han sido meros portavoces y delegados del presidente desaparecido. Los pocos intentos habidos en Baviera de frenar, paliar o modificar la política emanada directamente de la voluntad de Strauss fracasaron estrepitosamente.
Theo Waigel, el presidente del grupo parlamentario de la CSU en el Bundestag; Gerold Tandler, ministro de Economía bávaro, y Edinund Stoiber, jefe de la cancillería bávara, parecen ser los tres mejor sitúados para acceder a la presidencia del partido, y, consiguientemente, del Estado bávaro. También parece mostrar ambición el secretario de Estado del Interior, Peter Gauweiler, un político duro que ha hecho una espectacular carrera bajo Strauss, del que heredó su tendencia a las soluciones simples y autoritarias.
Ninguno de ellos podrá llenar el vacío que deja Strauss, al que ayer miles de personas rindieron homenaje desfilando ante su cuerpo en la capilla ardiente instalada en Ratisbona. Sí podrán, sin embargo, desencadenar un proceso de luchas internas en un partido que queda muy debilitado con la desaparición de su líder absoluto. El riesgo para la CSU proviene claramente de la derecha.
Strauss fue quien ganó para este partido conservador, en parte muy reaccionario, pero democrático, a amplios sectores de la extrema derecha bávara. En los últimos años ya había perdido la CSU miles de votos fugados a grupúsculos neonazis, como el Partido Republicano. Este proceso podría acelerarse tras la desaparición del principal factor aglutinante y motor electoral del partido.
Para el Gobierno federal, con Strauss desaparece un motivo de fricción continua entre los tres partidos de la coalición. Sin Strauss, el canciller Helmut Kohl podrá frenar con mayor energía las pretensiones derechistas del CSU. El ministro de Asuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, se verá liberado del continuo hostigamiento a que se veía sometido por el toro bávaro.
Estas hipotéticas ventajas para el funcionamiento de la coalición no pueden compensar el riesgo de un desmembramiento por la derecha en la CSU o una pérdida de la mayoría absoluta en Baviera. Kohl y Genscher necesitan a la CSU para gobernar en Bonn. Sólo por eso aguantaron Kohl las humillaciones y Genscher los insultos del brillante e iracundo político que lloran los bávaros en Ratisbona.
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