. . . Ahora, tus fantasmas
Querido Savater: En efecto, como tú mismo lo sospechabas en un pasaje de tu Y ahora qué, carta a H. publicada en EL PAÍS del 17 de septiembre, te has inventado, "una vez más, fantasmas truculentos". Al menos, en lo que a mí concierne. Y la caza del fantasma es, desde luego, un deporte arriesgado -eso todos lo sabemos- para la propia salud mental. Porque allá donde todo se desenvuelve en la cabeza del mismo cazador no puede sino venir a ser el fantasma perseguido quien, materializando por desplazamiento las reprimidas pulsiones de quien lo invoca, acaba por imponer su ley, tomando al cazador en caza.Te agradezco muy de veras que me consideres "un muy valioso catedrático de Filosofía y merecidísimo premio Nacional de Ensayo". Es exactamente lo mismo que yo pienso de ti. Y supongo que, en el ejercicio de las funciones que lo primero implica, también tú habrás tenido que advertir, en alguna ocasión, a tus alumnos acerca de esa regla de oro del saber académico que es el respeto a la literalidad del texto. De cómo no hay más grave abuso en el comentario crítico que el consistente en tratar de decir, en el lugar del autor, la verdad que su escritura malévolamente calla. Por muy anímicamente policiaco que sea nuestro oficio (por hacer uso de una convencional metáfora foucaultiana), lo de hacer cantar al texto sus criminalizables intenciones es faena de otras mazmorras.
Presos están del "síndrome Lenin", escribes en esa misiva tuya, "cuantos dicen considerar el Estado capitalista como una dictadura encubierta adornada con falsas libertades, a la que proponen como remedio (esta parte suele omitirse) una dictadura abierta sin otra libertad auténtica que el leal asentimiento al nuevo régimen". Pues muy bien: tú sabrás de quién (o quiénes) hablas. Y como quiera que tú mismo has escrito -no hace de esto tantos años- cosas bastante jugosas acerca de esa odiosa máquina totalitaria llamada Estado, pues a lo mejor hasta resulta que estás dándote -algo muy respetable- de bofetadas contigo mismo. Estás en tu derecho. Como lo estás de explicitar verbalmente, denunciándolos, cuantos malévolos fantasmas totalitarios acierten a fantasear tus meninges, que para eso son tuyas. Poner mi nombre o mis textos al pie de las etéreas criaturas que generan tus sueños o tus pesadillas se me hace ya una pizca más promiscuo.
Y es que, mira, me parece muy bien que te plantees la posibilidad de confirmar tus peores sospechas de guardián de la democracia recurriendo a las tesis por mí defendidas en unas declaraciones muy recientes al diario Egin. Sólo que esci requiere, por supuesto, una argumentación, el establecimiento de un hilo deductivo, la demostración, o al menos la mostración, de cómo de mis palabras se siguen tus fantasmas. Y si no puedes hacerlo, pues mira, vas y sencillamente te abstienes de sacar conclusiones -que tampoco es ningún drama- y me dejas en paz. Porque, ¿qué quieres que te diga?, la yuxtaposición es cualquier cosa menos un razonamiento. Y, para no decir nada consistente, ya sabes, lo mejor, callarse.
Hice mis declaraciones a Egin en una perspectiva muy explícita desde el inicio de la entrevista: la de que, después de casi 25 años de conflicto armado -Y yo a eso lo llamo "guerra" porque no veo qué otra palabra pudiera cuadrarle-, es absolutamente necesario hallar una salida negociada a algo que la dinámica de las armas no parece capacitada para resolver. Que las guerras que no pueden cerrarse en el campo de batalla deben serlo en la mesa de negociación es un aforismo claussewitziano que casi da sonrojo tener que recordar aquí. Hablé en tanto que materialista en filosofía y comunista en políticá. Supongo que es mi derecho. Como lo es el tuyo sentir "la muerte en el alma" ante la posibilidad de que algún ministro socialista pueda acabar sentado en un banquillo de acusados junto a Amedo. Trataba, por decirlo con el viejo tópico espinosiano, de "no alegrarme, burlarme o enfurecerme con las actuaciones humanas, sino sólo comprenderlas". Como materialista, todo intento de sentimentalizar el análisis político, haciendo (Espinosa dixit) "en lugar de la ética una sátira", me parece un simple y penoso atentado contra la capacidad de pensar a secas. Dejemos eso para la ciericalla de todos los signos y confesiones. Confieso que me repugnan los clérigos. Aun los laicos.
Sobre esos supuestos analíticos se articulaban -entre otras- las tesis mías que recoges en tu epístola moral: a) que el Estado (hablar de Estado capitalista o burgués es pleonasmo), todo Estado, es una máquina de opresión cuya destrucción no puede parecerme sino como altamente deseable; b) que el objetivo primero del Estado es la supresión de toda forma de pensamiento autónomo y de autonomía (imperium in imperio) en general; c) que una de las mercancías esenciales a configurar por la forma-Estado para este fin es esa específica variante de la mercancía fuerza de trabajo llamada intelectual y que, como toda mercancía, también el valor social de ésta viene fijado por los costes sociales de su producción (en España, baratísima); d) que, en España, hoy, la existencia de un conflicto policiaco-militar crónico en Euskadi rige un estancamiento y putrefacción del tejido social que determina las relaciones actuales -más o menos enfermas- del ciudadano con el Estado. De todo eso tú concluyes mi deseo oculto de establecer "una dictadura abierta", supresora de toda libertad. Concederás que, cuando menos, estoy en mi derecho de sentirme admirado por tu capacidad deductiva. Con toda la cordialidad del mundo, Fernando (y sabes que soy sincero), argumenta o calla.
Porque lo divertido del caso es que, releyéndolas ahora, mis tesis más bien me parecen censurables de un academicismo en todo caso aburrido por lo obvio. Que el Estado es una máquina masivamente productora de terror y de esperanza (tesis a) lo han escrito, desde luego, mucho antes que yo todos los viejos clásicos que, entre los siglos XV y XVII, trataron de fundamentar una visión no-meapilas del poder político: de Maquiavelo a Espinósa, su huella configura todo el punto de vista de la modernidad frente a las cantilenas de sacristía de los Ribadeneyra o los Claudio Clemente... Que, por tanto, haya el Estado necesariamente de tratar de destruir toda forma de pensamiento autónomo (tesis b y c), apenas si pasa de ser una consecuencia lógica de la tesis a), que tal vez Espinosa (que sufrió en cabeza propia sus efectos) haya expresado con más fuerza que ningún otro pensador del XVII, al formular aquello de que "quienes no tienen ni miedo ni esperanza y no dependen, por tanto, más que de sí mismos, son enemigos del Estado, a los que éste tiene el derecho -pero, como tú muy bien sabes, para Espinosa, "el derecho" no es sino el nombre mistificado del poder- de imponer su represión". Que la guerra, finalmente, engendra sólo muerte y podredumbre y que fuerza a tomas de posición tan brutales como poco racionales y matizadas (tesis d), poca cosa es más que el recuerdo de un lugar común en los análisis de cuantos, de Maquiavelo a Von Claussewitz, han tratado de escarbar en la mugre militar... Todo muy antiguo, ya ves. La verdad es que, en este terreno, ni Marx ni Lenin han hecho mucho más que ser los continuadores de una tradición materialista tan vieja como el nacimiento de la modernidad.
Conque, mira, Fernando, vamos a dejamos de chorradas y tratemos de pasar a plantear las cosas serias. Las que conciemen a nuestra responsabilidad moral de especialistas de la palabra. Desde dentro del sistema, claro. Entre otras cosas, porque elfuera no existe, es ontológicamente impensable. Como la de cualquier otro sujeto histórico, no es la consciencia del intelectual sino la concreción de las secuencias imaginario-representativas que la individualizan e identifican. Un poder que abandonase alguna variante específica de subjetividad social a la exterioridad y la autonomía sería un poder suicida. Pero no h ay suicidio que no sea un asesinato. Así que, cuando escribes eso de que "coino no padezco ninguno de ambos síndromes [ni el de Lenin ni el de Heideggerl, soy el paradigma del intelectual del sisteina", una de dos. O bien el "del" está limitándose a constatar que -como la de cualquier otroes la tuya una subjetividad materialmente producida por eso a lo que más que sistema yo llamaría Estado -opinión teóricamente irreprochable- O bien está designando la función apropiadora a través de la cual ese sujeto constructo acepta ser el agente consciente de un orden metarisicamente situado por encima de toda cuestionabilidad. Me preocupa que esta segunda hipótesis venga respaldada por fórmulas como esa de que "ser intelectual del sistema no es ser intelectual del Gobierno, ni del partido socialista, ni del sistema capitalista, ni del sistema métrico decimal, sino del sistema democrático". Fórmula que -supongo me concederás- suena un pelín megalómana. Amurallarse en lo incuestionable es una pésima estrategia intelectual, una auténtica vacuna contra el pensamiento.
Pero, en fin, eso es cosa tuya. Bien está que tu "Sisteina" infinitamente capaz de autorregulación tenga los caracteres arquetípicos del Dios más que de los teólogos de los profetas. El derecho a entrar en religión -aunque sea en esa laica del Estado-, a aceptar su obediencia, es respetabilísimo. Pero, por todos los diablos, Fernando, cuando vuelvas a invocar la "capacidad autocorrectora" de este mejor (o, si prefieres, menos malo) de los posibles mundos, trata de recordar las palabras cristalinas del actual Sumo Sacerdote acerca del asunto Amedo: "No hay pruebas ni las habrá jamás". Y el oráculo del Dios -no lo olvides- ha de mantener siempre sus promesas -y para eso está Moscoso- Cueste lo que cueste. Caiga quien caiga.
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