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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ozal sigue

LOS REFERENDOS se ganan habitualmente con el 50% más uno de los votos. Sin embargo, para Turgut Ozal, la medida del triunfo está por debajo del 35%. Con este porcentaje, el pragmático primer ministro turco considera que recibió el domingo un claro mensaje del electorado: que siga en el poder. Su argumento es simple: en unos comicios legislativos, y gracias a una ley electoral que él mismo diseñó, basta con el 32% de los sufragios para que un partido obtenga mayoría absoluta en el Parlamento. El gobernante Partido de la Madre Patria, por ejemplo, obtuvo hace 10 meses un 36%, y ello le permitió hacerse con 292 de los 450 escaños de la Asamblea.La consulta del domingo se planteó inicialmente sobre una cuestión menor: una enmienda constitucional que permitiese el adelanto en unos meses de los próximos comicios municipales. ¿El motivo? Muy probablemente, quitarse de encima la papeleta electoral, sin quebrantos muy graves, antes de adoptar nuevas medidas económicas duras e impopulares. Pero, desde el disparo de salida de la campaña, la oposición pretendió que el referéndum se convirtiera en un voto de confianza sobre Ozal. Éste rechazó inicialmente el planteamiento, pero más tarde, a medida que los sondeos recogían el riesgo de que la derrota del Gobierno adquiriese proporciones de escándalo, lanzó una amenaza y evocó un fantasma. La primera, que abandonaría el poder y la política "según el resultado del referéndum" (se cuidó mucho de fijar una cota concreta). El segundo, que si él caía se correría el riesgo de volver a la situación anterior al último golpe militar, en 1980, cuando el terrorismo de todo signo se cobraba 30 vidas diarias.

El mensaje catastrofista de Ozal hizo caer probablemente en su cesta algunos votos, los suficientes para que, de acuerdo con su peculiar interpretación de los resultados, se proclamase ganador. Pero dos de cada tres electores le expresaron su rechazo frontal. Ni siquiera le cabe decir que no votaron contra él, sino contra la propuesta concreta planteada en la consulta; el propio primer ministro deshizo este planteamiento con su amenaza de dimitir.

Los turcos votaron contra la inflación galopante, el alto índice de desempleo, la reducción del nivel adquisitivo de los salarios, la insoportable deuda externa y la gestión personalista de los asuntos públicos. El contrapeso del espectacular crecimiento económico, de los considerables esfuerzos en mejorar la infraestructura, del aumento de las exportaciones o de la eventual integración en la Comunidad Europea (petición que los doce han acogido con cautela extrema) no basta para llenar los bolsillos semivacios.

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Gobernar con los dos tercios de los votantes en contra debe ser muy duro, pero, si alguien puede hacerlo, ése es Ozal, sin duda el más hábil de los políticos de la Turquía actual. Sin embargo, si su gestión no empieza pronto a transformar las grandes cifras en prosperidad palpable, la presión social puede hacerse insoportable. El primer ministro sabe sacarse ases de la manga y conejos de la chistera, y tiene una inapreciable capacidad de comunicación. Todo ello le hará mucha falta. La oposición le tiene contra las cuerdas, y ya prepara sus baterías ante la próxima batalla: las municipales de marzo de 1989.

Si Ozal dice que gana perdiendo, la oposición dice que gana ganando, aunque, de momento, no gane nada en concreto. Puede que esté más cerca del poder, pero eso no se podrá comprobar hasta que haya nuevas elecciones. La Turquía de 1988 se viste de democracia pluralista, pero lo plural no llega a todos (ser comunista sigue siendo un delito), y, en el lado oculto de la media luna, se tortura, se enjuicia por delitos de opinión, se reprime la libertad sindical y de expresión. Y tres golpes militares en 20 años impiden olvidar quién está al mando.

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